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El encuentro entre las religiones para buscar la paz y la justicia

German Rosa, tadalafil s.j.

Ante las crisis de la paz y la justicia mundial, look la humanidad está interpelada para buscar nuevos caminos que nos conduzcan a la solución. El encuentro entre los creyentes de distintas confesiones de fe es un espacio necesario para recorrer nuevos caminos y contribuir a que se haga posible una convivencia fraterna universal. La religión es un fenómeno universal. Todas las civilizaciones tienen sus propias religiones y en todas existe una palabra para referirnos a Dios. No existe civilización que no tenga en su propia lengua la palabra “Dios” o una expresión equivalente.

La fe tiene una fuerza que va más allá de los cálculos previsibles, tadalafil fortalece la voluntad humana para enfrentar nuevos desafíos, orientando la vida hacia nuevos horizontes. La paz y la justicia constituyen un horizonte común hoy para toda la humanidad, pues estamos invadidos de violencia en todos ámbitos de la vida.

El diálogo es el camino del crecimiento humano. Solo será posible si nos despojamos de posturas integristas, defensivas de nuestra propia seguridad y de una visión exclusivista de cada confesión de fe. De esta manera podemos ofrecer a la humanidad el potencial ético que tienen las distintas religiones para aportar soluciones a los problemas de la violencia y la injusticia en el mundo, y que podamos vivir en paz y se implante la justicia.

La importancia del diálogo entre las distintas confesiones de fe o las religiones nos remite a una realidad universal. Detrás de las expresiones de fe, de las celebraciones litúrgicas-religiosas, de las doctrinas y de la teología, existen tradiciones milenarias propias de cada cultura. Las religiones son expresiones únicas de las civilizaciones que ofrecen todas las versiones propias y posibles de interpretar el universo desde la fe que se confiesa.

Entrar en diálogo con creyentes de otras confesiones supone tener capacidad de creatividad y de innovación. Significa atreverse a ir a la frontera de mis propias creencias para recorrer nuevos caminos que nos conduzcan a la paz y a la justicia en el mundo de hoy. Se trata de poner en perspectiva una ética, un modo de vivir, aceptando la diversidad y la pluralidad, tanto en sociedades que son cristianas, como en aquellas que son islámicas, judías, budistas, hinduistas, etc. La tolerancia es un punto de partida para todos por igual. No se trata de imponer la fe.

Una cosa que no puede faltar en los sistemas educativos es la educación para la tolerancia. No solo en las sociedades occidentales sino también las sociedades orientales, y en aquellas que no son cristianas. La tolerancia bien entendida no se confunde con la permisividad sin responsabilidad. Es todo lo contrario. La tolerancia es respetar y aceptar responsablemente al otro y a los otros. No se trata de tolerar a los demás pero en condición de inferioridad. Todos somos iguales y de la misma condición humana, aunque tengamos confesiones de fe distintas. La tolerancia incluye también la equidad de género, que significa no discriminar desde ningún punto de vista a la mujer. Estos son grandes avances que la conciencia humana ha logrado en la historia, después de tantos siglos recorridos.

El encuentro entre las personas, las culturas y las religiones supone un reconocimiento de la diversidad y de la pluralidad, además de aceptar lo que pueden aportarse los unos a los otros y la riqueza de la creatividad humana. Cada ser humano tiene derecho a vivir su fe, respetando al otro, aceptando la diversidad como un don que abre su mente a nuevas perspectivas. Desde nuestra fe cristiana queremos tratar así a todos los creyentes de otras religiones y esperamos de ellos lo mismo: queremos ser respetados y no podemos desvalorizar nuestra propia fe ni el evangelio.

Tolerar no es desvirtuar, es darle el valor y el aprecio que tiene el Evangelio y nuestra fe, sin temor, y aún más, con la seguridad de lo que vivimos y predicamos. Y para el cristiano católico la fe está expresada en el credo que rezamos en la eucaristía todos los domingos (El credo de los Apóstoles y el credo Nicenoconstantinopolitano). Como dicen nuestros feligreses: el credo corto y el credo largo. Debemos tener en cuenta que cuando una fe es fuerte, reflexiva, enriquecida y madura, no tiene “temor” en conocer y en aceptar que otros tengan otra vivencia religiosa. La diferencia que tienen los otros, las otras confesiones de fe o religiones, no son amenazantes; lo son solamente para los que tienen una fe frágil, irreflexiva e inmadura. Dicho brevemente, el camino del diálogo entre las distintas confesiones de fe es un camino de solidez en la fe, de reflexión profunda, de madurez humana y espiritual. No olvidemos que toda fe es un acto que construye un puente sobre el abismo de la duda, y siempre se debe tener en cuenta que la duda no se elimina pero se sobrepasa por la misma fe y por lo que realmente creemos; y para atravesar este “puente” tenemos que superar el vértigo y el miedo. La duda nos asalta cuando se suscitan preguntas vitales que nacen de los grandes problemas que tenemos hoy: ¿será posible la paz  y la justicia en este mundo con esta globalización donde hay ganadores y perdedores? ¿Será posible terminar con la guerra, la violencia y la injusticia en el mundo?  Si nuestra fe en Jesucristo es frágil y superficial, tendremos la tendencia a atravesar el puente corriendo o incluso cerrando los ojos para no ver a nuestros pies, pues los problemas nos dan pánico y nos espantan. Esta carrera ansiosa es lo que se conoce como dogmatismo, intolerancia y encierro en nuestra propia identidad para no atrevernos a escuchar a otros y a reconocerlos como interlocutores válidos para buscar soluciones a los problemas comunes que afrontamos. Pero si tenemos una fe sólida, y nos habita una verdadera convicción, vamos a atravesar el puente sobre el abismo con los ojos abiertos y con el espíritu sereno. Y el cristiano se dará cuenta que tanto a su izquierda como a su derecha, existen otros puentes diferentes al propio: budismo, judaísmo, islamismo, hinduismo, etc., pero todos están construidos para afrontar el mismo abismo. El abismo de  violencia, la injusticia, el mal en el mundo y la muerte. Sólo de esta manera podemos vivir la fraternidad en el mundo (Cfr. Guillebaud, J.-C. (Janvier 2015). Notre foi et la vérité de l’autre. Étude , 17-18).

Todos los creyentes y no creyentes habitamos el mundo y éste es nuestra casa común, el encuentro con otras culturas y otras confesiones de fe es fundamental para lograr la paz y la justicia. Es un tiempo propicio para discernir y ofrecer nuestro gran aporte.

Georges Bernanos decía: “La fe, es veinticuatro horas de duda menos un minuto de esperanza”. Desde América Latina, la fe es el testimonio del amor sin límites a Dios y a los demás, y de manera especial a los empobrecidos, así como la vivió Mons. Romero: su fe estuvo siempre fecundada de esperanza para hacer posible un mundo de hermanos sin violencia. Atrevámonos a cruzar el puente con la esperanza de encontrar un camino de fraternidad entre las distintas confesiones para hacer posible la paz y la justicia que tanto anhelamos.

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