EL ESPANTO

Santiago Vásquez

Escritor ahuachapaneco

Acurrucados a la orilla del polvoriento camino real, los dos campesinos descansaban de aquel fatigado regreso hacia sus casas, en las alforjas llevan los comprados de la semana, además de ilusiones, esperanzas, tristezas, dolor, marcados  en sus frentes como indelebles señales de una herradura sin tiempo.

Los inmensos árboles de carao se elevan con majestuosidad.

Orejas negras, cafés y otras amarillentas, caen de sopapo, elaborando elegantes alfombras, por aquel remoto lugar.

-Gumer.

-Sí, Demetrio.

Anoche tuve un sueño espantoso y bien raro, soñé un nido de víboras por mis pies.

-A la gran babosa, esas carambadas son da mala güero vos.

-Andá con mucho cuidado, dicen que al soñar esas babosadas, son segurísimos chambres.

La mirada de aquellos humildes hombres, parecían escarbar dentro de la distancia, un profundo túnel, infinito como el mismo misterio de sus existencias.

Mientras descansan comiéndose una tortilla doblada con un pedazo de queso, la tarde está por descolgar las negras cortinas de la noche.

En medio de la soledad, el silencio los invade como único testigo de sus desventuradas vidas, arraigadas en las más inquietantes y perversas ansias de las miserias.

Sacudiendo el sombrero del polvo, don Gumer dirige la mirada sospechando algo.

Un ruido extraño comienza a inquietarlos.

Richhhhhh, Richhhhh Rrrrrrrrrrrrrr, Ruiiiiiiiiiich

Demetrio se pone de pie inmediatamente, se quita el sombrero y toma el machete, como si se fuera a enfrentar a una fiera descontrolada, y exclama:

¡Hey vos, ¿Qué es eso?

Gumer se santigua.

Aquel ruido continúa como un espantoso quejido arrancado de una extraña ultratumba, mezclándose con la tenue oscuridad de la noche que parece un manto tejido por las delicadas manos de una ancestral anciana.

Con su vaivén misericordioso, el viento, cual música de piano, desprende melodías misteriosas y en medio de todo aquello, ese rechinar como una pequeñita voz entrecortada, sigue en la montaña.

Don Gumer y Demetrio, toman sus alforjas, se encaminan hacia dónde viene el ruido, pero por la oscuridad no logran identificarlo.

Escalofríos, temblor de cuerpo, miedo, sudor helado, se apoderan de aquellas pobres almas.

-Oye Gumer, exclama su compañero.

Ese ruido es el lamento de algún espíritu que anda penando.

-Crees vos.

-Poné atención, son lamentos angustiosos, es el ánima de una desventurada vida que se fue sin bautismo, sin confirmación y si eso fuera poco, sin confesión con el señor cura.

Lo extraño de todo aquello era que el ruido se escuchaba solo cuando el viento arreciaba.

¡Salgamos de aquí Demetrio!

¡Mejor vámonos!

-No te vayas acobardar, que no nos gane el valor.

¿Eres de este mundo o eres del otro?

El viento cada vez arreciaba y con una fuerza descontrolada doblaba de un lado a otro los inmensos árboles y descolgaba del vacío, murmullos y alaridos.

Como pudieron, salieron corriendo como perseguidos por una maldición que se los quería tragar con ansias perdidas.

Mientras más aprisa iban, parece que una fuerza inexplicable como un imán, los atraía, como reteniéndolos en el intento de alejarse de aquel endemoniado rechinido que los había atrapado.

En medio de toda aquella tribulación y el espantoso ruido que los había sorprendido, lograron avanzar poco a poco hasta llegar a la casa de uno de ellos, una de las mujeres los salió a encontrar.

-¡Demetrio!

-¿qué tenés!

-¡Venís prendidos en pura fiebre!

-Y vos Gumer, igual.

-¿Qué les ha pasado?

Los dos hombres se acostaron, deliraban y hablaban incoherencias

-Mira Tiburcia, estos necesitan un sacerdote, a lo mejor están poseídos.

-¡Corre Gumer, corre! Gritaba el campesino tirado en la cama.

¡Suéltame, suéltame! Exclamaba en forma despavorida Demetrio.

Los hombres se debatían entre la vida y la muerte como quien enfrenta la más cruenta batalla contra el mismísimo Lucifer.

A los tres días de aquel episodio, el velorio de Gumer daba inicio entre el llanto de su desdichada familia.

Los lamentos de su mujer se elevaban al infinito.

-Dicen que le salió el espíritu del mal al compadre y lo poseyó.

-¡Pobrecito aquel!

Es que el dueño de esa montaña tiene pacto con el demonio.

La gente comentaba y murmuraba viendo de reojo el ataúd de aquel desdichado ser humano.

La abuela Silve roncaba de vieja en una butaca.

Los cipotes, levantando polvareda por todo el patio, corrían ignorando la terrible pena.

Los dolientes se miraban unos con otros interrogando a la lejanía.

Demetrio se sentó en un trozo de ciprés, contándoles historias de espantos y como había escapado del último espíritu aparecido en el polvoriento camino real.

El tenebroso ruido continuó en el mero corazón de la montaña.

Y cada vez que el viento arrecia, las dos gigantescas varas de bambú desprenden su Richhhhhhhhhh Ruuuuuuu Riiiiiaaa Richhhhhhhh.

Cuando se rozan entre sí.

A Gumer lo enterraron.

Se murió

Demetrio continuó de velorio en velorio narrando la historia del espíritu que se había llevado a su compadre y de como él, pudo librarse de la muerte.

Una nube de polvo apagó la chenca que fumaba Demetrio y un escalofrío hizo temblar su alma.

Cayó la noche y junto a ella, los pájaros lloraron pesadumbres, mientras las varas de bambú seguían soltando su Richhhhhh, Ruiiiiii uuuuuu Richhhhhhhhhhhhhhhhhh.

El hielo de la madrugada hacía temblar el plumaje de los clarineros.

 

 

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