J. Alfonso Huezo Córdoba,
Escritor
Infidencio Carvajal vivía en aquel rancho que deseperadamente se agarraba del lomo de la loma de aquellas inhóspitas tierras, cuya infertilidad habíanle moldeado con mucho temple sus sentimientos.
Al centro del patio estaba el bramadero en el que apersogaba a la Mal parida, su yegua tordilla, de ancas caídas, fiel compañera y muda testigo de mil peripecias.
De tarde en tarde se le veía columpiarse en su hamaca, posiblemente en la intimidad de sus recuerdos. Era Infidencio un hombre alto, piel enjutas, piernas un tanto arqueadas y lucía un gran bigote, como remedo de encordeladura de cama. Se había erigido factótum Infidencio en aquel caserío, donde su presencia era indispensable en casamientos, velorios, rezos y todo acontecimiento de alguna relevancia; de tacituno e irritable, habíase vuelto amable y cordial, avispado, dicharachero, jocoso; atraía la atención, y como buen conversador, era rodeado en las tertulias. Para los jóvenes del lugar constituía algo así como el prototipo del macho, del mujeriego irresistible y campeón en las batallas callejeras, sus aventuras de las que siempre salía airoso y de las cuales nada había sido testigo, cuando se le preguntaba a qué se debía tanta suerte en los amores y tanta valentía, él se limitaba a contestar: todo se lo debo al ESPINGUAJO…y callaba.
Solamente Mesaderas Andrade, compadre e íntimo amigo de Infidencio, sabía, por palabras de éste que el Espinguajo era un pez el cual poseía raros encantamientos y aquel que lograra pescarlo y comerlo pasaba a ser poseedor de tales poderes mágicos. Se ufanaba Infidencio en asegurar que era el único que había atrapado y comido el animal de los sortilegios; pero mucho se cuidaba en decir en qué río o lago lo había capturado.
Absorto quedaba Mesaderas ante tales conficencias de su compadre y le venía a la memoria el día en que la señora Guadalupe Carvajal, madre de Infidencio, le llamó a su lecho de muerte y le dijo: “Mesaderas, me muero, y mi mayor congoja es dejar tan solo a Infidencio…vos sabés el problema mialma…vos lo sabés…sólo en tu persona puedo confiar en que no me lo desampararás…cuidámelo Mesas…Dios te lo va a pagar”. Tenga calma Ña
Lupe, asosiéguese, esté tranquila, yo le tengo a su hijo mucha ley y siempre estaré a su lado -contestó Mesaderas- prometiéndole a la enferma, cumplirle su deseo.
El tiempo siguió su marcha y los dos amigos en el aprecio y el entendimiento se fundieron en uno solo; Mesaderas, fiel a su promesa, Infidencio, en su mundo de ilusiones…
En cierta ocasión, contaba Mesaderas, acompañó a su compadre al rezo de las Santas Almas del Purgatorio. Este acontecimiento anualmente se cele-bra con mucha pompa en la Finca “El Jiote” de los hermanos Artiga. Entre rezo y trago los sorprendió la madrugada y a eso de las dos de la mañana le dijo Mesaderas a su amigo: “Ámonos compadre, ya está amaneciendo y vea la negrura que se está poniendo: viene un gran aguaje”. “Espérese tantito, hombre -contestó Carvajal- que arrecho tamos…échese otro trago, tese en juicio. Además -respondió Mesaderas- acuérdese tenemos que pasar por el Encañonado del Río Zapotitan y allí sale la Ciguanaba”, replica Infidencio: “-Qué Ciguanaba ni que ocho cuartos, no me venga con esas babosadas, compadre, pues la Ciguanaba o Ciguamonta, como quiera llamarla, me hace los mandados, no me asusta; es más, me cuida y me respeta, por algo ha sido mi DAMA. “-Ave María Purísima, compadre, no la amuele, hombre…no hable así… no juegue con la suerte…Dios nos valga…ajuíciese”. “-Vea Mesaderas, usted sabe muy bien que Infidencio Carvajal no miente nunca y si le digo que esa mechuda ha sido mía, es porque es la mera verdad; le voy a contar…¿Se acuerda cuando murió el cipote de la Cleotilde Ramos? Pues bien, cuando regresaba del velorio, a eso de las tres de la mañana, iba pasando justamente por Zapotitán, montado en la Mal parida, de repente vi a la yegua parar las orejas y se pudo recelosa, oí pasos tras de mí y empecé a sentir destemplado el espinazo y a sudar helado, la melarchía me iba entrando, cuando me acordé del Espinguajo, entré en valor. Eché una mirada de soslayo y vi con gran sorpresa que una guapa muchacha caminaba tras de mí y al mismo tiempo me suplicaba la llevara a nancas, pues se había perdido, no dudé ni un momento en montarla, metí espuelas a la yegua para que apurara el paso pues los relámpagos anunciaban una gran tormenta. La tormenta no cayó: pero los truenos y relámpagos siguieron, el llamado de la naturaleza me doblegó. Empecé morar tenazmente a mi acompañante y la cosa fue que al poco rato bajamos de la bestia, saltamos el cerco y al momento no supe si los bramidos que se oían eran de la tempestad o de la hembra…Pasadas aquellas furias, me dice la chulada: -No te imaginás a quien has hecho tuya, ¿verdad? Miráme bien …YO SOY LA CIGUANABA. Al momento se volvió tan horrible que se me bajó toda la hombría y únicamente le pude preguntar: Ahora, ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Me clavarás tus encorvadas uñas en la cara? ¿Te vas a burlar de mí a carcajadas como lo has hecho con otros caballeros? Ella suavemente me contestó: a vos no, Infidencio, a vos no. -¿ No ves que soy tu Ciguanaba? Yo compadre, al oír esas palabras en boca de la maligna, monté la Mal parida y reventé en una camándula de carcajadas. Resultó, compadre, que la Burlona resultó Burlada”.
Quedaron en las consejas de la gente de aquel lugar, las hazañas de Infidencio Carvajal a través de los tiempos, mas nunca nadie supo en qué lugar Infidencio había capturado al Espinguajo, posible y sencillamente porque tal animal solamente existía “EN EL LAGO INSONDABLE DE SU LOCURA”.