REALIDAD NACIONAL
Luis Armando González
Reflexionar sobre los primeros cien días de cada nuevo gobierno es habitual, here en nuestro país, cialis por lo menos desde la gestión de Alfredo Cristiani. El sentido de ese ejercicio intelectual y político consiste en que se espera que en esos cien días –por lo menos ese fue espíritu de quienes dieron vida a esa reflexión— una nueva gestión de gobierno dé señales claras de hacia dónde se encaminará en el abordaje de las principales problemáticas del país.
No es que, por ejemplo, el gobierno de Cristiani se preparara expresamente para mostrar a la sociedad (o a los medios de comunicación) lo que había hecho en sus cien primeros días, sino que, desde fuera, quienes impulsaron la iniciativa decidieron, en ese entonces, que en los primeros cien días de su gobierno era factible visualizar la forma cómo ese gobierno encararía dos de los problemas más graves del país en ese momento: la guerra civil y la crisis económica.
Fue un corte temporal arbitrario (y corto), pero dadas las urgencias de la época no se podía dar un periodo más largo para vislumbrar las rutas posibles del nuevo gobierno. El razonamiento de la época fue algo así como: “cien días, aunque son pocos, constituyen un buen lapso de tiempo para tener una idea clara de hacia dónde se encaminará el gobierno de Cristiani”.
Lo que se buscaba, claro está, eran indicios; anuncios de líneas de acción; formulación de planteamientos estratégicos. Nadie buscaba o esperaba, en esos primeros cien días, una solución a los graves problemas nacionales, sino –como le gustaba decir al P. Ignacio Ellacuría— lo que se tenía que buscar eran los “principios de solución” de aquéllos, si es que acaso el nuevo gobierno estaba interesado en ello. De ahí la importancia de la exploración analítica de esos tres primeros meses y unos días más.
A partir de ellos, se presumía, era posible prever si habría novedades en la conducción gubernamental del país o si las cosas no cambiarían sustancialmente. El remate analítico de esas presunciones se realizaría en las evaluaciones anuales y de fin de gestión, que examinarían las realizaciones concretas (o los desatinos) del gobierno de turno.
Dicho de otra forma, la evaluación de los primeros cien días de un nuevo gobierno era la pieza inicial de un proceso de evaluación permanente que culminaba con un balance de la gestión completa, en la cual se comparaba lo anunciado en los primeros cien días con lo realizado en el quinquenio. Se trataba, como se ve, de un ejercicio de análisis de envergadura, sostenido en el tiempo. La UCA, a través de sus departamentos académicos –Economía principalmente– y unidades como el IUDOP, el CIDAI –en el semanario Proceso— y el IDHUCA, marcaba la pauta de calidad científica y crítica de esos análisis.
Era un esfuerzo coherente. No había ni precipitación ni manipulación. Se sabía que en cien días ningún gobierno podía resolver los graves problemas del país. A lo sumo, y con suerte, en esos cien días se podían vislumbrar las intenciones y voluntad del nuevo gobierno para resolverlos.
El análisis se hacía para encontrar esas intenciones y voluntad, si es que existían. Se trataba de un análisis crítico, obviamente. Se trataba de un análisis que pretendía forzar a los gobiernos a comprometerse con los graves problemas del país, pero no de manera retórica: cada año se examinarían los resultados de su gestión, para determinar si en efecto las promesas se habían cumplido o se había mentido a la sociedad.
Cómo han cambiado las cosas. Cómo se ha pervertido el sentido de la evaluación de los primeros cien días de un gobierno. Cómo se ha desprofesionalizado ese ejercicio de análisis: de manos serias pasó a manos de charlatanes mediáticos que se inventan encuestas de opinión cuyas muestras son discutibles y de las cuales se infieren conclusiones amañadas. Se ha perdido la vocación de análisis de una gestión de gobierno a lo largo del tiempo, desde que inicia hasta que culmina.
De un ejercicio analítico encaminado a vislumbrar líneas de gestión futuras en un gobierno que recién inicia (claridad sobre los problemas del país, prioridades estratégicas, etc.), se ha transformado en un recurso destinado a valorar si un gobierno –el actual, para más señas— ha resuelto los graves problemas del país, en materia de economía, seguridad, medioambiente, educación y cultura (entre otros), como si fuera posible hacer tal cosa en tres meses y unos pocos días más.
Se manipula aviesamente a la gente, induciéndola a creer que un nuevo gobierno –concretamente, el de Sánchez Cerén— tiene que resolver los problemas nacionales en sus primeros cien días y, si no lo hace, es un gobierno fracasado. Más aún, se hace creer a la gente que esos problemas no resueltos son problemas surgidos en esos primeros cien días, que antes no existían, y que por tanto hay una doble culpa en el nuevo gobierno: en sus primeros cien días creó problemas como la pobreza, la inseguridad, la violencia y el deterioro ambiental y ha sido incapaz de resolverlos en esos primeros cien días.
Es alucinante esta forma de razonar, si es que se puede decir que tal cosa sea razonar. Algo bueno para el país sería recuperar la tradición de análisis político con la que nació la evaluación de los cien días de un nuevo gobierno. Para eso, se tiene que superar el mercantilismo cortoplacista que tanto daño hace al conocimiento, lo mismo que el academicismo ajeno a los problemas reales de la sociedad.