Orlando de Sola W.
El estado está en el mercado desde hace tiempo; desde que produce y consume bienes y servicios para satisfacer demandas, drugstore como seguridad, viagra sale justicia, relaciones internacionales y otros. Para ello ofrece lo que puede y a veces mas, pero cada pueblo juzga su condición y conducción.
Para satisfacer necesidades públicas, como salud, educación y grandes obras (es decir puentes, puertos, presas y carreteras) los estados y sus gobiernos incurren en gastos, inversiones, o egresos, los cuales tratan de cubrir con ingresos que obtienen de impuestos, empréstitos y, en casos extremos, por manipulación monetaria.
También producimos bienes y servicios en el mercado, pero sus costos y beneficios son mas vigilados, para obtener utilidades y evitar pérdidas. Esa es la diferencia entre lo que producimos en el estado (con gobiernos, impuestos y deudas) y en el mercado, donde medimos y controlamos costos y beneficios, para que nuestras futuras inversiones sean rentables.
El proceso productivo siempre ha sido social, con individuos en el estado, el mercado, o ambos, pues somos ciudadanos, consumidores y contribuyentes. Pero somos menos cuidadosos con los costos y beneficios en el estado que en el mercado, porque los servicios públicos, como seguridad, justicia y relaciones internacionales se ofrecen por necesidad solidaria, no por lucro, aunque todos nos beneficiamos por esos bienes y servicios públicos, cuando son efectivos.
Cada vez que recibimos bienes y servicios públicos, como agua potable, higiene, salud, carreteras u otros, aunque deficientes, recibimos ingresos del estado, aunque no los contabilizamos. La mayoría de personas, sin embargo, prefiere sus ingresos en el mercado, aunque sean insuficientes. Y por eso encaramos la disyuntiva entre deficiencia pública e insuficiencia privada. Por lo que tratamos de complementar la insuficiencia con servicios públicos como salud, educación y transporte, subvencionándolos con impuestos, empréstitos, o devaluación, aunque sean deficientes.
Tanto en el estado como en el mercado debemos servir, no servirnos. Pero es importante redefinir los bienes y servicios públicos que podemos subvencionar, sin despilfarro ni desperdicio. Es importante evaluar nuestras posibilidades y necesidades reales, tanto en lo personal como en lo social, en el estado como en el mercado, estableciendo prioridades.
En el camino debemos meditar sobre el mercantilismo: un sistema de ventajas, favores y privilegios donde no caben la libertad, la igualdad ni la fraternidad.
Los estados nacionales surgieron, desde hace siglos, para proteger nuestras vidas, libertad y propiedad. A las funciones originales del estado, como seguridad, justicia y relaciones internacionales, le agregamos los servicios públicos compensatorios, como salud, educación y otros. Pero eso no significa que el estado, a través de sus gobiernos, debe despojar a unos para privilegiar a otros.
Por eso es importante redefinir los alcances y calidad de los servicios públicos, cuyo fin es compensar las desventajas de condición, posición y situación.
Nuestra clase dirigente, escasa de liderazgo social, político, económico y cultural, no ha sido capaz de responder, en el estado y el mercado, al dolor y la miseria. Se invoca la democracia, sin comprender que no garantiza los derechos fundamentales a la vida, la libertad y la propiedad. Tampoco asegura la igual dignidad de las personas, ni la fraternidad, pudiendo llegar a contrariarlas si quienes nos gobiernan lo permiten.
Los factores culturales que dominan nuestras relaciones socio-políticas y económicas han sido, desde hace tiempo, la ira, la pereza, la soberbia, la envidia, la codicia y la indiferencia. Si no corregimos esos vicios seguiremos a la deriva en el estado y el mercado, con dolor y sufrimiento.