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El Estado Mercantilista

Orlando de Sola W.

Se dice que vivimos en una república democrática y representativa, pero la realidad que nos rodea es un estado mercantilista, donde la línea entre lo público y lo privado, que es el bien común, no está clara. Por ello no funcionamos.

El mercantilismo es un sistema de organización social que se basa en ventajas, favores y privilegios, no en la libre competencia para satisfacer necesidades, deseos y aspiraciones.

El estado y el mercado somos todos, pero actuando desde diferentes puntos de vista, que se distinguen por el lucro en el mercado y el beneficio social en el estado, cuyas funciones no cuidamos con suficiencia.

El mercantilismo es contrario al mercado, como el libertinaje es contrario a la libertad. Por eso construimos estados que beneficien a la población con bienes y servicios que, por su tamaño y alcance, no se producen en el mercado. Entre estos se encuentran los servicios públicos de seguridad, administración de justicia y relaciones internacionales.

El mercado es la sumatoria mundial de todas esas necesidades y posibilidades humanas, pero no debemos  confundirlo con el mercantilismo.

Desde el mercado podemos satisfacer necesidades y deseos con bienes y servicios producidos en empresas personales y corporativas, en competencia para servir, no para servirse. Medimos su eficiencia por medio de ganancias, que son la diferencia entre ingresos y egresos. Pero en el estado no medimos con exactitud esa diferencia entre ingresos y egresos, aunque esperamos un beneficio, no un maleficio social.

Debemos ser mas cuidadosos, por lo tanto, con la medición del rendimiento de los estados y sus gobiernos, evitando la pérdida y desperdicio de nuestros impuestos y empréstitos, que pueden amenazar la soberanía, como sucedió en 1922, cuando una potencia extranjera intervino nuestras aduanas para cobrarse una deuda.

Cuando el lucro se convierte en codicia, sin embargo, la satisfacción de necesidades no es el principal objetivo, dando como resultado que personas y grupos se aprovechan de las ventajas y privilegios del sistema mercantilista. Esto explica porque los ciudadanos, consumidores y contribuyentes recibimos productos y servicios caros y deficientes, tanto en el estado como en el mercado. Sucede así porque funcionarios y empresarios no compiten para servir, sino para expoliar y explotar.

El sistema libre excluye esos monopolios y oligopolios para expoliar y explotar a la población en el estado y el mercado. Para alcanzarlo necesitamos un estado fuerte y un gobierno justo que suprima las prácticas mercantilistas.

Todo abuso y desperdicio por obviar el criterio costo-beneficio en la gestión pública debe ser evitado. Y mas que un presupuesto balanceado, lo que necesitamos es una auditoría de la gestión pública, que abarca demasiado porque la cosa pública ha sido exagerada por el oligopolio de partidos que establece la Constitución, que es necesario rediseñar. Para ello contamos con la descentralización, el federalismo y la democracia participativa, con alcaldes que sean diputados y un congreso bicameral cuyo senado, o cámara alta, elija un jefe de estado, como en Suiza.

Nuestra obsesión con la política partidista, que no significa abuso, ni aprovechamiento, sino servicio, ha sido degenerada por nuestra cultura centralista, autoritaria y mercantilista. Dicha tara no se remedia con dictaduras, ni oligarquías, sino con sensatez, pues la democracia no es la separación de los poderes del estado y la alternancia en el ejecutivo, que pueden ser manipuladas, sino el respeto a la vida, la libertad y la propiedad de las personas.

Esa seguridad, sin embargo, reside en la voluntad de los individuos para defenderla con la razón, no con violencia institucional.

No es posible el control del estado y el mercado sin la vigilancia ciudadana. Para ello necesitamos un nuevo contrato social que reconozca y proteja esos derechos a la vida, libertad y propiedad.

Aún no hemos aprendido a gobernarnos porque nuestros hábitos, costumbres y tradiciones, especialmente nuestras actitudes, dependen de complejos de inferioridad que fomentan la dominación en lo económico, político y social, aunque fingimos libertad, igualdad y fraternidad.

El servilismo es una manifestación de la servidumbre, una costumbre feudal que divide la sociedad entre siervos y señores. Se supone que esa etapa histórica fue superada, pero sobrevive por la actitud de quienes se consideran siervos y quienes se sienten sus dueños y señores.

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