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El extractivismo y la minería antes del colapso

Sergi Cot Cantalosella Fornells de la Selva
Cataluña, España

Tomado de la Agenda Latinamericana

Cómo dice Pere Casaldàliga, “si se repasa la historia de América Latina se encuentra que casi en todos los países las grandes convulsiones y revueltas sociales han estado motivadas por conflictos sobre el uso del territorio”.

Mientras escribo este artículo estamos a mediados de marzo de 2020 y el mundo está entrando en una situación de estrés histórico provocado por la pandemia global del nuevo coronavirus. Ahora mismo, la enfermedad del COVID-19 se extiende por todo el mundo a unas velocidades considerables provocando confinamientos de regiones o países enteros, paradas en seco de la industria y una sacudida al mercado financiero global sin precedentes y que aún no sabemos ni cuándo ni cómo acabará. En esta era de la globalización, donde los datos relacionados con la emergencia climática solo empeoran a pesar de las inoperantes cumbres climáticas y sus acuerdos estériles, el impacto de esta pandemia histórica dibuja distintos escenarios. También es evidente la relación entre las dos emergencias: entre la sanitaria actual que ha estallado como un golpe seco y la emergencia climática, que avanza más lentamente pero sin descanso.

Hay que tener en cuenta que incluso cumpliendo los compromisos globales declarados en Cumbre de París (2015), el calentamiento global para finales de siglo se situaría sobre los 3ºC, mucho por encima del 1,5ºC acordado. Sobrepasando así el propio punto de no retorno, estimado alrededor de los 2ºC. Ya no queda ni tiempo para el optimismo, solo para la acción; pues esta situación avanza por la conexión entre las distintas afectaciones y alteraciones que, encadenadas entre ellas a escala planetaria, nos plantean unas previsiones críticas.

Uno de los motivos por los que se ha acelerado la emergencia climática las últimas décadas es debido al modelo actual inherentemente extractivista, entendido como una serie de procesos e industrias que extraen los –mal nombrados- recursos naturales. Este modelo sobrepone los intereses de muchas multinacionales, principalmente del Norte Global, a la vida de los ecosistemas y de nuestra supervivencia en el mismo planeta. Además, el extractivismo tiene muchas caras: industria minera, deforestación masiva, explotaciones petroquímicas y cualquier otro proceso que extraiga (o saquee) materias naturales para transformarlas e introducirlas en las dinámicas de la economía crecentista y de los mercados. Es así como el extractivismo se convierte en una pata fundamental del sistema capitalista global, esencialmente productivista, consumista y cortoplacista. Dice D. Danilo Bartelt que “el capitalismo extractivista es mucho más que un modelo económico, es una doctrina de saqueo”. Y todo esto sumado a que las evaluaciones de impacto ambiental son todavía muy laxas y las agresiones al territorio aún se contemplan como externalidades.

La irrupción vertiginosa de la era de las telecomunicaciones y la tecnología desde principios de siglo le ha dado un nuevo impulso al sector de la minería. El modelo de vida moderno (esencialmente el de los países del Norte Global) no podría existir sin la minería, ya que para desarrollarnos industrialmente necesitamos utilizar metales y compuestos semiconductores, extraídos de la corteza terrestre. Muchos de ellos se llaman materias primas críticas (CRM, por sus siglas en inglés) y son fundamentales para el desarrollo de unas economías actuales totalmente dependientes del progreso tecnológico, los combustibles fósiles y la manufactura. Estos CRM se listan y actualizan cada tres años y actualmente su recirculación en el mercado al final de su vida útil aún es demasiado baja, además de presentar a menudo bajos potenciales de recuperación. Por lo tanto, extraemos mucho más de lo que recuperamos y recirculamos. De este modo, es importante tener en cuenta el impacto que esto supone ya que, por ejemplo, un smartphone cualquiera y actual puede contener más de 50 metales distintos (Critical Raw Materials Sergi Cot Cantalosella Fornells de la Selva, Cataluña, España 155 q and the Circular Economy 2018). Es así que el progreso y el crecimiento de la economía –erróneamente entendido como infinito para algunos- está sujeto al uso extensivo de todas estas materias primas.

Para determinar su grado de importancia, la UE analiza trienalmente desde 2011 las materias primas fundamentales para el desarrollo y sus previsiones. En el último informe publicado (2017) se analizaron 78 minerales. Entre todos, se determinaron 27 de fundamentales porque los riesgos de escasez de sus suministros y los efectos que ejercen sobre la economía son más importantes que las demás materias primas. Estos metales y minerales que aparecen en la lista son: antimonio, barita, berilio, bismuto, borato, cobalto, carbón de coque, fluorita, galio, germanio, hafnio, helio, indio, magnesio, grafito natural, caucho natural, niobio, fosforita, fósforo, escandio, silicio metálico, tantalio, wolframio, vanadio, los metales del grupo del platino y las tierras raras pesadas y ligeras .

En términos geopolíticos, China es actualmente el país más influyente en el control y suministro mundial de la mayoría de las materias primas fundamentales, llegando a ser el principal productor mundial de 16 de los minerales citados como, por ejemplo las tierras raras (pesadas y ligeras), el magnesio, el wolframio o el antimonio. Otros países dominan el suministro de materias primas de forma más específica y focalizada. Para citar algunos ejemplos, EEUU resalta en la extracción de berilio y helio; la R. D. del Congo con el cobalto y las reservas de coltán; Brasil domina el mercado de niobio y Sudáfrica el de los metales del grupo del platino. A todo esto, hay que sumarle el impacto abismal de la globalización en este mercado ya que, por ejemplo, China compra todo lo que puede hasta agotar las existencias de minerales e invirtiendo masivamente en América Latina, como forma de neocolonialismo. En este sentido, los riesgos que pueden surgir debido a la concentración de la producción se ven a menudo agravados por los bajos índices de sustitución y reciclado, es decir, esos minerales son difícilmente intercambiables por otros o no forman parte de una economía más circular.

América Latina es la región del mundo con más revueltas y conflictos sociales relacionados con la minería. Estos vienen motivados por la cesión del uso a empresas extranjeras y transnacionales por parte de algunos gobiernos de la región, que actúan sin ningún compromiso con el territorio y las poblaciones afectadas directamente y solo por interés económico. Otro claro ejemplo sería Indonesia, donde el pico de extracción y la protección legislativa a la industria minera no han parado de crecer desde los años 90. En la India, la masiva extracción de hierro hace de la industria siderúrgica un sector creciente y vital en el país. Recientemente se estimó que las emisiones de este sector en la India se triplicarían para el 2050, en el que es el segundo productor mundial de acero.

Estos procesos del sistema extractivista global conllevan infinitos conflictos sociales en su relación con los ecosistemas y los territorios. Muchos de ellos se listan en el interesante proyecto del Environmental Justice Atlas (ejatlas.org) que, hasta el momento, reporta y describe más de 3100 casos de distinta índole, siendo una herramienta muy útil para entender el alcance y la gravedad de la situación a nivel mundial.

En definitiva, se prevé un aumento significativo de la industria minera y metalúrgica, así como su impacto ambiental y sus huellas de carbono e hídricas asociadas. Todo esto a la vez que se acerca el punto de no retorno de la emergencia climática y, en consecuencia, surge una reflexión: ¿es una paradoja de este sistema malinterpretado como infinito o bien es una estrategia diabólica del mercado cuando ya lo ve todo perdido?

Sea como sea, se debe reducir drásticamente el modelo capitalista de producción y consumo y la fantasía neoliberal del crecimiento ilimitado y basar nuestro modelo de vida en un marco más decrecentista. Ojalá estos momentos de crisis sanitaria global nos empujen a la transición mental necesaria porque todo apunta a que no habrá más “oportunidades” así antes del colapso climático definitivo.

Si consumimos menos y reutilizamos mejor, el modelo extractivista y saqueador se reducirá directamente. Porque algo de “positivo” en este sistema capitalista globalizado son las interrelaciones directas con el consumo. Está en nuestras manos priorizar el futuro de la vida en el planeta al del interés económico y el consumo desenfrenado.

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