José M. Tojeira
Cuando se dice que la empresa privada no es política da risa. Ciertamente ANEP está más a la derecha que ARENA y cada día descubre unas opciones económico-políticas que no sólo son peligrosas para el país, viagra sino que buscan directamente la provocación y el escándalo. Intentar que Juan Orlando Hernández hable de desarrollo en El Salvador es simplemente provocar y tener ganas de buscar enfrentamiento. Sólo falta que como premio por venir ANEP pensara regalarle al presidente catracho la Isla Conejo. Todo es posible, medicine si se trata de invitar a una persona famosa por su promoción de las “ciudades modelo” en Honduras. Llamadas “región especial de desarrollo”, cure este invento es mucho más que una zona franca. Aunque Honduras conservaría la soberanía sobre estas regiones, las ciudades modelo serían autónomas, con su propios impuestos, que no redundarían en favor del estado, sus propias leyes, su propia policía, que podría ser privada, por supuesto. Incluso podrían contratar deuda sin aval del gobierno central. Y este es o era el gran modelo de desarrollo que impulsaba el presidente Juan Orlando.
En realidad no es ningún invento. Honduras tuvo ya una especie de ciudades modelo en los campos bananeros. Y unas contratas con las compañías bananeras, avaladas por la ley, que le daban a estas empresas buitre la facultad de tener su propia policía, normas y parecidas facultades a las que ahora piden para las ciudades modelo. Todos sabemos cómo terminó el experimento bananero. Entre dictaduras, sobornos y golpes de estado, Honduras, con gobiernos dependientes de la United Fruit Company (“mamita yunai” en el argot hondureño), consiguió convertirse en el primer país exportador de banano a nivel mundial. Pero también en uno de los países más pobres de América Latina. El éxito económico de la compañía frutera fue muy alto. Pero el país fracasó en cuanto tal. La economía de plantación está bastante bien estudiada hoy en día y está ampliamente demostrado que cuando el boom de la plantación termina y la empresa se retira, el lugar en el que se desarrolló dicha plantación queda más pobre que antes de que comenzara la rutilante presencia de la empresa agroexportadora. La propia Honduras tiene la experiencia de la presencia de la Trujillo Railroad Company, filial de la United Fruit Company, que cuando se retiró del Bajo Aguán se llevó incluso los rieles de su sistema ferroviario, dejando a la zona en una pobreza y abandono mayor que el que existía antes de que la frutera comenzara operaciones.
Hoy la ANEP nos trae un invento tan retrógrado como absurdo. Le llama las ZEDE, zonas de empleo y desarrollo económico, que tratan de acercarse a la propuesta hondureña de ciudades modelo. Ciudades modelo que no son más que una versión industrializada de los beneficios dados a las antiguas economías de plantación. No sería extraño que trataran de replicar el esquema de la United Fruit, que consiguió en sus célebres contratas que el Congreso catracho la eximiera de todos los impuestos “establecidos y por establecer”. Y que nos lo quisieran vender como el milagro del desarrollo. Para unos empresarios que quieren invertir sin arriesgar, asegurar ganancias teniendo ellos la norma y la ley en sus manos, no está mal. Pero para el país sería un desastre más, en la clásica tendencia a organizar a los salvadoreños en sectores con mayores y menores niveles de inclusión. Ya de por sí el sistema de salario mínimo inventado por nuestra inteligente empresa privada, que paga más a unos que a otros por trabajos semejantes, que diferencia entre los que trabajan en servicios, en industria y en labores agropecuarias, decidiendo cuánto hay que darle a cada uno, no sólo es claramente injusto y clasista, sino fuente de desigualdad, de migración y de violencia. Incluso para el que corta caña durante la zafra hay un salario más bajo todavía que el mínimo agropecuario, a pesar de que la industria cañera no ha hecho más que crecer en los últimos años.
ANEP no sólo nos trae esta especie de resurrección de dinosaurios con nombre nuevo, sino que además invita con bombo y platillo a representantes del Cato Institute para hablarle de economía a sus socios y, lo que es más grave, al país. Porque efectivamente, ANEP se sirve de su influencia, su supuesto liderazgo empresarial y sus relaciones mediáticas para presentar a estos conferenciantes como gurús que van a propiciar el desarrollo de El Salvador. La tendencia del Cato Institute a sacralizar el libre mercado y limitar a los gobiernos será muy buena para los empresarios, pero históricamente ha sido pésima para los pueblos. Y más todavía para los pueblos pobres y víctimas de formas de comercio en las que se conservan actitudes imperiales. La propia posición norteamericana, embajadora Mari Carmen Aponte incluida, sobre la compra de semilla mejorada de El Salvador muestra una incomprensión absoluta de afanes legítimos salvadoreños de crear en nuestro territorio su propia soberanía alimentaria.
Provocar para después decir que los otros no dialogan parece ser la estrategia de la actual directiva de ANEP. Nunca hasta ahora habían estado tan dispuestos a hacer propuestas disparatadas, a invitar a un presidente de Honduras que ha adoptado frente a problemas con El Salvador una posición de negativa al diálogo. El presidente Sánchez Cerén ha decidido, loablemente, no entrar en conflicto con grupos de poder por diferencias de tipo ideológico. Pero la ANEP parece como si extrañara las polémicas estériles con la presidencia de la república. Pobres empresarios salvadoreños, con este tipo de liderazgo bochinchero, engreído, sin conciencia social, que sustituye ideas por intereses y que provoca sistemáticamente quiebres y grietas en la ya de por sí débil cohesión social salvadoreña.
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