José M. Tojeira
Recientemente el Fondo Monetario Internacional ha dado siete recomendaciones a El Salvador. Algunas de ellas son positivas, como el impuesto predial, el aumento del impuesto sobre la renta de personas, especialmente de quienes ganan más, o el aumento de la edad de jubilación. La reducción del gasto en burocracia también es acertada si se invierte más en las personas y en las redes de protección social. Pero otras, como el aumento del IVA implica un serio desprecio de los pobres. No es raro que así sea, porque el FMI nunca se ha destacado por su preocupación social. Es cierto que El Salvador está pasando una grave crisis y que el nivel de deuda pública es muy alto. Y es normal que se pidan sacrificios. Pero silenciar en sus recomendaciones el tema de un salario mínimo a todas luces injusto, que no permite el desarrollo de las capacidades de las personas, que las excluye del desarrollo y las mantiene en una marginación permanente, nos es más que una muestra de una conciencia basura. Sobre todo si a este silencio se le añade una subida del IVA. Es cierto que el IVA es uno de los impuestos más fáciles de recaudar. Pero aumentarlo en estas circunstancias, en las que la mitad de la población vive en la pobreza, es hacer pagar los costos de la crisis actual a quienes tienen menos culpa de ella.
Porque la culpa de la crisis es fundamentalmente de quienes tienen más dinero en el país, y de quienes han gobernado nuestro país desde el fin de la guerra hasta el presente. Los gestores de la economía nacional no son los pobres sino las élites. Y son precisamente ellas las que tienen que cargar con el mayor peso de la recuperación de la crisis. Pero todo indica que el FMI se inclina hacia la tendencia elitista del país, que prefiere que la mayor parte de los impuestos recaigan con mayor dureza sobre quienes tienen menos dinero y menos culpa de la crisis. No importa que sean precisamente los pobres, que han emigrado de El Salvador víctimas del mal trato económico y de la falta de protección gubernamental ante la violencia, quienes aminoran la crisis con sus remesas. Porque si la crisis no se ha acentuado es precisamente por una enorme cantidad migrantes campesinos y suburbanos, que se han ido sobre todo a Estados Unidos, y desde ahí envían sus remesas a la familia en el terruño nativo. Frente al rostro transparente y solidario de nuestros hermanos en el exterior, se alza el rostro de negreros de este Fondo internacional, tan dispuesto siempre a castigar a los pobres en tiempo de crisis.
Ni siquiera aparece en las recomendaciones del FMI el establecer un IVA diferenciado que aumente según el lujo o lo dispensable de los artículos y rebaje el impuesto a los artículos de primera necesidad. Un igualitarismo absurdo en el IVA lo único que hace es afectar con mayor dureza a quien menos tiene y multiplicar la desigualdad en El Salvador. Hacerle caso al FMI es olvidar que la desigualdad es causa real de violencia. Si no hubiera violencia en el país nuestro Producto Interno Bruto crecería en un 20% por lo menos. Si para algo deben servir los impuestos es para reducir la desigualdad entre las personas. Como también sirve para reducir la desigualdad el aumentar con seriedad el salario mínimo. Sobre todo el existente en El Salvador que en algunas de sus tipificaciones no alcanza a cubrir ni siquiera la canasta alimentaria de una familia promedio de El Salvador.
Para colmo de males estas recomendaciones, que son una especie de imposiciones en un país débil y dividido como el nuestro, vienen formuladas por personas que generalmente desconocen lo que es la pobreza. En el mejor de los casos la han estudiado desde situaciones de privilegio, gozan de unos espléndidos salarios y magníficos términos de jubilación. En otras palabras, se puede decir con toda franqueza que son un grupo de ricos y afortunados los que determinan el sacrificio de los pobres, mayoría en nuestro país. Aunque individualmente los técnicos del FMI sean buenas personas, trabajan desde la comodidad y desde una institución que privilegia la economía de los ricos. Eso los mancha y los denigra éticamente. El hecho de que en países como México sigan creciendo los millonarios mientras el salario promedio se devalúa, es un ejemplo de la dirección que tienen las recomendaciones del FMI. Colaborar con las recomendaciones que producen ese tipo de disfunciones es contribuir con una economía que mata y que impide o entorpece el desarrollo libre de las capacidades de las personas.
Una institución bastante más seria que el FMI es la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Hablando de salarios decentes acordó en 2015 que un promedio de 200 dólares por persona sería la base para los países débiles o en vías de desarrollo. Lo que quiere decir que si una familia es de cuatro personas, el ingreso de la misma debe ser al menos de 800 dólares. Y hablando de impuestos la OIT da también unos consejos diferentes para los países emergentes y en vías de desarrollo como el nuestro. Entre ellos la “formalización de las empresas y de los trabajadores informales, para ampliar la base impositiva (y para incluirlos en el ámbito de los regímenes de protección social analizados más adelante); mejorar la progresividad de las imposiciones tributarias, a fin de que quienes más ganan paguen una proporción mayor de la carga fiscal global; y mejorar la recaudación impositiva” (Informe mundial sobre salarios 2014-2015, salarios y desigualdad de ingresos). Pero este tipo de recomendaciones no suele tener el mismo impacto en nuestro medios de comunicación. Al final, el FMI es un instrumento de los países más poderosos, centrados en la importancia de sus capitales. Y nuestros capitales e intereses empresariales, siempre dependientes del dinero del más fuerte, son cómplices del abuso. Cuando el presidente de ANEP en El Salvador dice que el arzobispo, al hablar del salario mínimo “habla con el corazón, pero la economía es de números” dice una verdad a medias. Es cierto que el arzobispo habla desde el corazón solidario de la Iglesia. Pero los números económicos del presidente de ANEP hacen que unos vivan en la abundancia y otros pasen hambre. Son números sin corazón. Números a favor de unos pocos que, como decía el papa Pío XI, se acumulan en los más poderosos, “lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de conciencia”. Hay números más justos que los suyos, señor presidente de ANEP, incluso en una economía de premio Nóbel. Y el arzobispo, desde su corazón, tiene mucha más razón que Ud. desde los números del becerro de oro.