El próximo domingo los y las salvadoreñas tienen una cita cívica, que va más allá de elegir diputados, alcaldes y sus concejos municipales. Es una cita para darle continuidad a un proyecto de nación que comenzó a construirse después de la firma del Acuerdo de Paz, producto de una guerra civil, que el primer ciudadano de la República quiere borrar de la historia reciente. Pero no solo eso, quiere el control total del país, es decir, de los tres órganos del Estado, del Ministerio Público, de la Corte de Cuentas de la República.
En el voto de cada uno de los ciudadanos y ciudadanas está el de continuar con el republicanismo, con el balance de poderes o concederle todo el poder a un solo individuo, lo que pondría en grave riesgo la democracia. La historia no solo nacional, sino internacional, nos ha dejado la suficiente enseñanza para rechazar el megalonomismo, el autoritarismo y los deseos extremos del poder total. En el caso de El Salvador, recordemos los cincuenta años de la férrea dictadura militar, cuando los uniformados se consideraban los únicos ungidos y preparados para gobernar, pero teniendo el control de todo.
En Alemania, el nacismo llevó a Adolf Hitler a convertirse en un emperador, mientras que en Italia el fascismo a Benito Mussolini en el moderno emperador de Roma.
Esos movimientos político sociales totalitarios perversos surgieron a la luz de la idolatría de un líder, que no solo se creyó el salvador de las naciones, sino con el derecho divino de la conducción autoritaria de las naciones, irrespetando las leyes del republicanismo y haciendo las suyas a su imagen y semejanza.
El actual gobernante salvadoreño tiene todas las características de los líderes que no están cómodos con las democracias, que no creen en los pesos y contra pesos, y que para gobernar “bien” hay que deshacerse de la oposición y transformar la institucionalidad democrática.
Recientemente, varias organizaciones de la sociedad civil han expresado su preocupación de cómo el gobierno dirige la nación, basado en el autoritarismo, y han expresado, además, su profunda preocupación de lo que puede ocurrir en el país, si llegar a tener el control total de la Asamblea Legislativa, pues, eso automáticamente le permitiría tener el control del resto de las instituciones del país. Los ejemplos para argumentar esas preocupaciones están allí, como el irrespeto a la ley y la desobediencia a las resoluciones de la Sala de lo Constitucional, y el constante discurso de odio hacia los que no le aplauden o lo veneran. Por eso es que la decisión de darle todo el poder al primer ciudadano salvadoreño está en las manos del votante, este próximo domingo, pues puede decidir entre votar por darle el poder total o continuar con una democracia republicana donde los pesos y contra pesos son esenciales para evitar los peligros de cualquier aventura política.
Es cierto que el sistema electoral salvadoreño es una garantía para lograr el equilibrio y la pluralidad política, por eso es que están hablando previamente de “fraude”, pero lo más seguro es que el ciudadano y ciudadano vaya consciente de lo que quiere para el futuro del país.
Esperemos que en este silencio electoral, el ciudadano tome su tiempo para pensar en lo que ocurriría en El Salvador si se le da el control total de la Asamblea Legislativa a quien dirige desde casa presidencial, con una lógica perversa de borrar del mapa político a la oposición, o decide mantener el régimen político pluralista de pesos y contra pesos.
El voto de los y las ciudadanas es de importancia capital este domingo 28 de febrero.