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El futuro de la izquierda está en su pasado (1)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Hay reflexiones sociológicas que, por estar cruzadas por amores entrañables y vivencias profundas, son duras de hacer (como si estuviéramos ante a un ser amado gravemente enfermo y con pronóstico reservado), pero la objetividad debe imperar. Tal parece que el futuro de la izquierda histórica salvadoreña está en su pasado, aunque es muy difícil predecir si ese viraje será exitoso, debido a que en ese pasado ya no están los que combatieron de forma desinteresada por la utopía, porque murieron o porque los olvidaron. Para comprender ese hecho debemos recurrir a lo que llamo sociología de la nostalgia, la que consiste en decodificar y retomar el imaginario colectivo del pasado –debido a los reveses políticos e ideológicos del presente- para ver en él las lógicas de desarrollo, los regaños del pueblo y los óvulos fecundados de quienes pueden sustituir a la izquierda histórica como referente que se convertirá en futuro, con ella o sin ella, eso dependerá del talante de los líderes.

En el proceso de desenterrar, descubrir o cambiar la identidad revolucionaria de la izquierda pueden surgir, para bien o para mal, distintos partidos de izquierda o progresistas que, de seguro, tendrán que firmar pactos de convivencia pacífica y cooperación para incrementar la acumulación de fuerzas en silencio, como se hizo en los años 70 y 80, y tal como lo hace la derecha, ayer y hoy, cuando siente que el sistema capitalista está en peligro.

La huelga general de brazos caídos (1944); el movimiento de masas de los 70; y la guerra civil demuestran que los partidos y organizaciones de izquierda tienen (en el caso salvadoreño) una fuerte tradición de pactos que se ha perdido en el siglo XXI. Lo anterior se reafirma, en lo empírico, al analizar el estado actual de las organizaciones sociales que no han “querido” construir un sólido movimiento social para no tener que decantarse por un liderazgo único que pondría en un segundo plano los feudos que muchos dirigentes no quieren soltar, porque en cada uno son “el rey”. Es más, en la actualidad muchas instancias y partidos de izquierda tienen incluso –esgrimiendo todo tipo de razones, válidas o no- más tradición de pactos con la derecha (hemos visto, últimamente, organizaciones sociales aliadas con la gremial de los grandes empresarios) que con otras versiones de izquierda. Más que en la derecha, la atomización orgánica producto de las contradicciones secundarias en la izquierda (o “las izquierdas”) forman parte de su código pétreo y eso depreda lo organizativo. Por aquello de que se tiene acceso a cargos en el Gobierno, las contradicciones y separación entre los partidos de izquierda son más amplias después de la firma de los Acuerdos de Paz. El recelo entre los partidos de izquierda los lleva a que no se reconozcan entre sí como referentes de la línea ideológica, lo cual fortalece a los partidos de derecha, negando con ello la rica historia unitaria que se tuvo en el tiempo de la dictadura militar que estuvo plagada de alianzas amplias a todo nivel de la lucha, alianzas con las que se construyeron grandes estructuras orgánicas como: el Frente Democrático Revolucionario –FDR- (lucha diplomática); la Coordinadora Revolucionaria de Masas –CRM- (lucha popular); y el FMLN (lucha guerrillera).

A raíz de los resultados de las elecciones municipales y legislativas de marzo de 2018 (catastróficos para el FMLN) la única estrategia válida y a la mano era armar la más amplia unidad entre las instancias de izquierda, o cercanas a ella, lo que es definido como criterio de selección, por reconocer quién es el enemigo principal del pueblo: ARENA; y por la visión de “otro país posible”: la Utopía. Ese tipo de pactos son los que se están llevando a cabo en Europa, lo cual merece una reflexión desde América Latina por ser una región que tiene mucha e histórica experiencia al respecto, sobre todo en los años cuando la democracia era un mito o una irónica leyenda urbana. Desde la sociología se puede ver que las condiciones para una gran alianza estaban dadas en la coyuntura septiembre 2017 a enero 2018 para firmar alianzas similares (de cara a las elecciones de 2018 y las presidenciales de 2019), pero al depender la decisión de los liderazgos partidarios, también dependió de la sabiduría de los líderes políticos y sociales (resurgiendo entre los primeros, o a pesar de ellos) el privilegiar los intereses colectivos y no los personales. Pero, ¿quiénes estaban más obligados, éticamente, a privilegiar los intereses colectivos? Definitivamente los líderes revolucionarios (o formados como revolucionarios, lo que política e ideológicamente no significa lo mismo) eran los obligados a firmar alianzas amplias, readecuar o cambiar radicalmente la dirección partidaria y privilegiar el interés colectivo, pues eso los hubiera mantenido como íconos de la utopía al responder las preguntas: ¿Por qué es necesaria y vital la estrategia pactista en la democracia electoral? ¿Cuál es su sostenibilidad sin renunciar a los principios colectivos?

Las respuestas son vinculantes y apremiantes desde la lógica popular, desde la lógica de la desilusión y el descontento, que tampoco son lo mismo porque provienen de sentimientos y generaciones distintas. Por acá, el aumento de la voracidad y agresividad reaccionaria –casi nazi- de la derecha salvadoreña que no renuncia a privatizar todos los servicios públicos (agua, salud y educación, como los más emblemáticos), secuestrando con ello las ciudadanías y los derechos de ciudadanía. Esa agresividad –similar o peor a la de la dictadura militar- debe llevarnos a reconocer que se han formado las “nuevas dictaduras del siglo XXI” (mientras el socialismo del siglo XXI no trascendió, al menos como oferta teórica) bajo la forma –blanda en apariencia- de la democracia del espejo -mirror democracy- que suscita el surgimiento de la conciencia espejo y cuyo gendarme es la Sala de lo Constitucional. Ese es un engendro de dictadura electoral o una democracia de dictadores económicos y mediáticos que usan la coartada de que el socialismo no es factible, junto al argumento de que, técnicamente, hay que plegarse sumisamente a las exigencias del mercado capitalista y recurrir (someterse) a la experiencia de la gran empresa privada para evadir la crisis económica que, si la analizamos con pensamiento crítico, vemos que solo muerde a los sectores populares. Una muestra de esa sumisión a la gran empresa privada –una paradoja, si queremos explicarla con argumentos de izquierda- es el impulso de asocios público-privados como si fueran una buena noticia para el pueblo.

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