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El gasto más inútil

José M. Tojeira

En armas se gasta demasiado en todo el mundo. El 2023 se gastaron 2.440.000.000.000 dólares. En palabras 2.44 billones de dólares. La guerra de Ucrania ha impulsado el rearme en casi todo el mundo. Es como una epidemia; cuando los más poderosos se arman más, los pequeños se contagian y gustan imitarlos.

El papa Francisco decía en su carta Fratelli Tutti que dada la capacidad letal de las armas “hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”. Y es que en efecto, el potencial destructivo de las armas actuales es en buena parte la causa de que en las guerras actuales terminen muriendo más civiles que militares.

En el pasado la proporcionalidad de la respuesta a un ataque es lo que podía hacer justa una guerra defensiva. Hoy la desproporción y el dolor injusto a los civiles dominan la mayor parte de las guerras. Y cuando no hay guerras, que es lo mejor que le puede pasar a la humanidad, las armas se acumulan hasta volverse obsoletas y convertirse en chatarra. Hace unos años era frecuente cruzarse con rastras que traían a las fundidoras salvadoreñas desde Nicaragua la chatarra guerrerista que Rusia le había donado al país de los pinoleros para luchar contra los grupos guerrilleros de la así llamada “contra”.

La guerra es un modo de relación de poder obsoleta. Si ya en la antigüedad el poder de la conciencia terminaba ganando la batalla a las armas (vg.: Los mártires de los 3 primeros siglos), los movimiento de Gandhi.  Martin Luther King, o el trabajo por la paz en El Salvador nos demuestran que la conciencia tiene mayor eficacia que las armas o el poder físico y causa menos bajas que lo enfrentamientos armados.

Al final las armas sirven para matar en tiempo de guerra o para terminar tirándolas cuando la paz se prolonga. Y mientras se gasta en armas, quedan en muchos países del mundo necesidades sin cubrir y pobreza sin derrotar. Incluso en ocasiones, y especialmente en nuestros países pobres, la utilización de vehículos de guerra ya envejecidos, produce luto y muerte, como hemos visto en el reciente accidente cerca de Pasaquina de un helicóptero de la Fuerza Aérea.

En este contexto, que a algunos les parecerá demasiado simple, pero al que no se le puede negar un margen alto de realidad, nos encontramos en el Salvador con un presupuesto que a lo largo de estos últimos 20 años de paz ha ido triplicando los gastos militares. En vez de fortalecer a la Policía Nacional Civil se ha preferido darle fondos a los militares para utilizarlos en unas labores de seguridad ciudadana para la que no están preparados. Quienes defienden el derroche suelen decir que gracias al apoyo militar hemos controlado la brutalidad de las maras. Pero nunca han demostrado que la inversión en ejército sea mejor que la inversión en policía para estos temas de seguridad ciudadana.

Con una policía más eficiente, mejor formada, mejor pagada y más numerosa, incluso se superaría el retardo judicial existente actualmente y mejoraría la desproporción existente entre los casos que entran al sistema judicial y los que terminan con sentencia firme. Aunque la responsabilidad de los casos llevados a juicio y que quedan sin resolver es más de la Fiscalía y del sistema judicial, una buena policía, con mayor capacidad de investigación, mejoraría indudablemente las cosas.

El mejor destino de las armas es siempre la basura o la reutilización de sus materiales, fundamentalmente el hierro, para el desarrollo. El aumento en la tenencia de armamento, tanto en manos militares como civiles, no elimina las causas de la violencia. Al contrario, puede aumentarlas y agravarlas. En una región como la centroamericana, en la que hay tantos vínculos institucionales, de amistad e incluso de parentesco entre nuestros países, la existencia de cuatro ejércitos de cuatro diferentes nacionalidades no tiene mayor sentido.

Lo mejor es avanzar hacia la desaparición de los ejércitos convencionales y hacia el fortalecimiento e interconexión de las policías. Lo único que se podría mantener como fuerza armada centroamericana, al menos durante un tiempo, sería la creación de una fuerza militar de paz común que contribuya con las Naciones Unidas en las tareas de solidificar la paz en países con guerras internas. Los cascos azules nos ayudaron  en la construcción de la paz en El Salvador, y justo es también que los centroamericanos colaboremos con el esfuerzo internacional de terminar con las guerras.

La fuerza, el valor y la eficacia de la conciencia humana será siempre superior a las guerras. Y por eso es siempre más importante invertir en educación que en ejército.

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