EL GEN EGOÍSTA
Myrna de Escobar
En la segunda edición de su libro EL GEN EGOÍSTA, traducido del inglés “The Selfish Gene” Richard Dawkins expone la biología del altruismo y el egoísmo como temas fundamentales para comprender nuestro actuar en sociedad.
El amor y el odio, la lucha y la cooperación, el dar y el robar, la codicia o la generosidad están influenciadas por una sola premisa: Somos máquinas creadas por nuestros genes, por lo tanto, el amor universal y el bienestar de las especies consideradas en su conjunto, son conceptos que simplemente carecen de sentido en cuanto a la evolución. Como lo plantea el escritor, si deseamos construir una sociedad generosa, dispuesta a cooperar cuando se necesite, poco o nada se puede esperar de la naturaleza biológica porque hemos nacido egoístas. Sería más fácil ser altruista — continua— si estuviéramos programados para ello.
Prueba de lo anterior es la desigualdad en nuestro mundo, donde sobrevive el más fuerte. Sin embargo, nuestra naturaleza egoísta no es inamovible y es responsabilidad de los padres enseñar a los niños la generosidad y el altruismo. ¡Qué tan sensible es la persona ante las necesidades del otro depende de la educación! — puntualiza el autor. No enseñar al niño a compartir creara individuos fríos e indiferentes en situaciones críticas, como se evidencia en nuestro país— por ejemplo— cuando los mismos salvadoreños aprovechando la desgracia del otro acaparan los productos de primera necesidad o roban las pertenencias de sus vecinos al dejar éstos sus casas tras una inundación o terremoto. O algo tan cotidiano como es acomodarse en el asiento del bus y no compartirlo con otro que también ha pagado su pasaje, ya sea por ir escuchando música, maquillándose o simplemente durmiendo, aúnque se trate de una mujer embarazada, un menor de edad o persona de la tercera edad. Lo más reciente es observar casos donde algunos pacientes convalecientes del COVID-19 están vendiendo el plasma, necesario para salvar vidas.
Para ilustrarnos la teoría del gen egoísta que habita en nosotros, el escritor y etólogo basa su estudio en el comportamiento de los animales pues al igual que nosotros han evolucionado por selección natural y son egoístas. Con mayor frecuencia, — cita el autor—, el comportamiento egoísta puede simplemente consistir en negarse a compartir algún recurso preciado como podría ser la comida, el territorio o los compañeros sexuales.
Dawkins plantea como actos aparentemente altruistas son en realidad actos egoístas disfrazados. Cita para ello el comportamiento cobarde de los pingüinos de la Antártida al dudar antes de sumergirse en el agua por miedo a ser comidos por una foca, se empujan unos a otros para ver qué sucede. El caso de la mantis religiosa que devora al macho empezando por arrancarle la cabeza antes, durante o después de la copulación es otro caso. Aunque la pérdida de la cabeza no parece afectar al resto del cuerpo del macho en su avance sexual, es más, es posible que la hembra mejore la actuación sexual del macho al devorarle la cabeza y de ser así, obtiene un beneficio primordial y es que consigue una buena comida. La gaviota de cabeza negra es otro ejemplo. Espera que su vecina gaviota se alejé en busca de alimento para vaciar el nido de los polluelos que han quedado momentáneamente solos. Así obtiene una buena y nutritiva comida sin tomarse la molestia de pescar y sin desproteger su propio nido.
Como ejemplo de comportamiento altruista el autor señala a las obreras o guerreros Kamikaze que mueren al clavar el aguijón para salvar los almacenes de comida para la colonia. — En los humanos, dar la vida por un amigo es por excelencia un acto altruista como lo es también, asumir un leve riesgo por ellos— El halcón, por otra parte, al emitir una llamada de alarma se expone al peligro, pero ayuda a que la bandada evacue del lugar, si es preciso. Estos actos sobresalientes de altruismo animal son efectuados por los padres en beneficio de sus crías. Los pájaros que anidan en la tierra, por ejemplo, desempeñan la llamada de “exhibición de distracción” cuando el zorro se acerca, entonces el padre pájaro se aleja cojeando del nido, arrastra un ala como si la tuviera quebrada, el predador lo sigue, apreciando que es presa fácil, alejándose del nido que contiene los polluelos. El padre pájaro deja de fingir y levanta el vuelo justo a tiempo para escapar de las fauces del zorro. Salva la vida de sus polluelos a cierto riesgo de la suya propia.
En la vida humana, entre tanto, hay miembros individuales preparados para sacrificarse por el bienestar del grupo como es el caso de las tropas (selección de grupos). El libro además plantea como los llamados a enlistarse en tiempos de paz son menos efectivos que cuando se da en tiempos de guerra, donde se espera que los jóvenes mueran por la gloria de su país. Entre tanto, en el reino animal, otro ejemplo lo constituyen las arañas australianas. La vasta mayoría de éstas, recién nacidas, termina siendo presa de otras especies. Se necesita sólo unas cuantas arañas para preservar la especie— triste destino. Así, lo que vemos en la práctica, es que los individuos egoístas prosperan a corto plazo, negocian con las guerreras a expensas de los altruistas que para nuestro caso dan la vida y no obtienen nada. Lo que pasó en nuestro país donde los más fuertes obtuvieron el poder, y se beneficiaron de él, mientras la tropa de a pie se quedó exigiendo una compensación económica pactada en los Acuerdos de Paz.
Otro aspecto importante que el libro señala es como los replicadores o genes nos crearon, cuerpo y mente, y su preservación es la razón última de nuestra existencia. Somos nosotros sus máquinas de supervivencia. Aunque, desafiamos a los genes cada vez que se utilizan los métodos de contracepción. Por otro lado, se plantea como no importa cuántos conocimientos y cuánta sabiduría se adquiera durante una vida, ésta no se pasará a los hijos por medios genéticos. Cada nueva generación empieza desde el principio. No habrá un nuevo Mágico González ni otro Michael Jackson, por ejemplo. Somos únicos e irrepetibles. El cuerpo es el medio empleado por los genes para preservar los genes inalterados. El gen es la unidad básica del egoísmo y el verdadero propósito del ADN es sobrevivir, ni más ni menos.
Los genes ejercen un poder fundamental en el comportamiento y el ser humano como máquina de supervivencia está guiado por genes egoístas y no se puede esperar de ellos, que vean el futuro, ni que tengan presente en su corazón el bienestar de toda la especie. En este punto y como nunca antes habíamos sufrido una pandemia en el país, las personas insensatas e irresponsables que se exponen al virus no son solidarias con el prójimo. No piensan que al ser asintomáticos pueden llegar a contagiar a mayor número de personas, incluyendo a su misma familia o a sus vecinos. Los que reclaman su derecho a la libertad y a la movilidad territorial, se arriesgan y exponen a los más vulnerables ignorando que el virus es un enemigo común del cual todavía se está aprendiendo, se desconocen las implicaciones que pueda tener en nuestra salud futura y como de adquirirlo en la etapa de mayor contagio, como la actual, nada nos garantizará una cama y un respirador para nosotros o nuestros seres queridos, vecinos y conocidos.
Un caso típico de egoísmo en la familia se aborda en el libro cuando los hijos engañan a sus padres para obtener doble ración de alimentos a expensas del hambre de sus hermanos menores, por ejemplo. Los niños no van a perder la oportunidad de engañar, mentir, embaucar o explotar a sus padres y la selección natural va a favorecer a las criaturas que actúen de dicha manera, como se observa en las poblaciones salvajes. Los genes que tienden a hacer que las criaturas engañen poseen una ventaja en el acervo génico y si existe una moraleja humana que podamos extraer, es que debemos enseñar a nuestros hijos el altruismo ya que no podemos esperar que éste forme parte de su naturaleza biológica. — puntualiza el autor.
Particularmente, la lectura del libro se recomienda en momentos en que más se necesita de la solidaridad de los salvadoreños para enfrentar la pandemia, sobre todo porque nuestra salud depende de la salud del otro y nadie puede decir cómo afecta el virus al cuerpo, hasta que éste se adquiere, y porque los más vulnerables pueden ser nuestros familiares, vecinos y conocidos en un momento dado. Nadie es inmune al virus. Al menos no está demostrado.