Por Mauricio Vallejo Márquez
Emergía de la tierra aquel gigante en el preciso momento que superaba el semáforo. Noté sus ojos sorprendidos intentando explicarse por qué había detenido mi vehículo precipitadamente con el riesgo de que el conductor del vehículo que me seguía hubiera al menos besado la defensa trasera de mi carro. Claro, que para terminar de aclarar la escena habría que añadir que le gritaba: “Salite del hoyo”.
Y eso hacía aquel tipo corpulento y grande con el que pasábamos las mejores horas de conversaciones en las bancas tras la biblioteca de la UCA cuando fuimos compañeros de estudio en la licenciatura en Comunicación Social, al cual sigo considerando una de las plumas más talentosas de Honduras. Justo como decía la canción Dilema de Amor de Les Luthiers: “pasábamos de Kierkegaard a Sartre”, entre otros. Él me hablaba de su natal Honduras y de sus infinitas aventuras como panadero y preparador de cadáveres. Solo conversar con él era una aventura.
Por momentos hemos tenido que separarnos. Porque es un personaje con múltiples aventuras y una vida sumamente interesante, de las que no se puede contar todo o al menos aún no puedo contar todo ni su nombre. Pero lo que no puede dudar ninguno de los dos es el cariño y la admiración.
Cuando tuve mi primer acercamiento a la Comunidad Judía entre 2002 y 2004 él se encargó de proveerme de pan sin levadura, además de hacer unos deliciosos panes de coco y de ajo que todavía extraño, en esos tiempos en que ya no nos veíamos en la universidad, pero como el vínculo ya estaba hecho nos ayudaba a hacernos la idea de todas las historias que se iban construyendo.
Después cada quien siguió su camino, igual que yo terminó por ajustar sus primeras nupcias y solo conversamos por medio de las redes sociales. Pero pasado el tiempo se nos fue dando el tiempo para que las cosas se volvieran a dar y tras su período como cultivador de tomate, fontanero y carpintero nos volvimos a ver y nos pusimos al día con sus aventuras que ya dan para una serie como las de Alatriste. Pero, un día sus llamadas dejaron de caer a mi teléfono y el régimen de excepción se vino. No supe nada de aquel gigante amable, se perdió.
Y ahora estaba frente a mí en el momento que dejaba atrás aquel redondel y el semáforo. Nos fundimos en un abrazo y tanto él como yo contuvimos las lágrimas en el rabillo del ojo. Éramos esos hermanos que no se han visto en anales y se reencontraban. Nos dimos los números de teléfono y seguimos la vida.
El otro día me llamó por teléfono y me dijo que le había alegrado la tarde. Yo le contesté que él igual a mí, lo cual me sigue llenando el pecho. Ahora vuelven a surgir las historias y las plumas se agudizan para recuperar la ruta y seguir volando como lo hemos hecho con el pasar de los años. Porque la vida se va en un suspiro, pero cuando existe gente como este gigante cerca, la vida tiene mejor color.
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000
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