José M. Tojeira
La gran mayoría de los gobiernos del mundo buscan construir imagen, más allá de los contenidos y realidades políticas con las que se comprometen. Es aquello que ya recomendaba la frase tradicional: “no solo hay que ser bueno, sino que además hay que parecerlo”. Sin embargo, cuando se fuerza la imagen más allá de la realidad, tratando de parecer bueno, brillante, etc., las cosas puede volverse contra el fabricante o vendedor de realidades. En El Salvador la construcción de imagen ha sido un esfuerzo permanente de todos los gobiernos. Incluso cuando un partido repite en el poder Ejecutivo, trata de presentar una imagen distinta de la que tenía el anterior gobernante. Hasta que la población se cansa de imágenes que no responden a la realidad y busca nuevos liderazgos. Hartar a las personas críticas suele ser el primer paso. Y si no hay cambios, la mayoría de la población cae en la cuenta del engaño que permanece tras la sucesión de imágenes.
El actual Gobierno esta presidido por un verdadero experto en creación de imagen. Que sabe que tiene que estar siempre en acción. Porque la construcción de imagen es siempre dinámica, actividad permanente. Y en eso estamos, sin que neguemos que haya trabajo real además de construcción de imagen. Pasamos de los primeros “ordeno que se haga esto o aquello”, a la teatralidad militarista de la celebración de la independencia, y posteriormente a esa especie de lección sobre medios de comunicación y presencia virtual que fue nuestro presidente a dar a las Naciones Unidas, con selfie incluida. Que es inteligente, que sabe manejar imágenes y que sabe cautivar a muchos parece evidente. Pero el problema surge cuando el exceso de imagen comienza a chocar con la realidad y con la racionalidad de la misma. Sobre todo cuando primero se crea la imagen y posteriormente se trata de hacer que coincida con la realidad.
Algo de esto ya le pasó al presidente en algunos de los primeros “ordeno que”. Primero ordena despedir trabajadores y después la Corte Suprema le dice que ordenó mal, y tiene que reincorporarlos porque los ha privado de su trabajo de un modo arbitrario. Celebra la independencia con lujo militar olvidando que la independencia de Centroamérica fue fundamentalmente pacífica, unida, construida por intelectuales y empresarios, sin depender de actividades militares. Nos muestra un teatrillo policial deteniendo a supuestos secuestradores de un autobús y los exhibe hincados ante su presencia más o menos entronizada, rodeados de policías apuntándoles con sus fusiles. Más allá de la realidad, la imagen al transmitir una sensación de fuerza, puede hacer que recordemos lo que todavía a principios de 2018 decía Agnes Calamard, relatora de la ONU: “He encontrado un patrón de comportamiento en el personal de seguridad que podría considerarse como ejecuciones extrajudiciales y uso excesivo de la fuerza”. Y aquí con el agravante de que la fuerza viene bendecida desde el trono. Por supuesto, se puede alegar diciendo que los derechos humanos solo defienden a los criminales y que el Gobierno ha bajado el índice de homicidios. Pero atacar los derechos humanos siempre es contraproducente en el largo plazo y refleja el culto a la fuerza bruta. Y la utilización de la fuerza para reprimir la delincuencia no dura para siempre.
Finalmente el presidente puede tener una buena parte de razón al decirle a las Naciones Unidas que esta obsoleta, en ese modo de comunicación de los discursos presidenciales que se repiten año tras año. Y más si vemos la poca audiencia que tienen la mayoría de los discursos presidenciales, tanto en la Sala de la Asamblea General de la ONU como entre la gente de cada país. Pero vender a las Naciones Unidas la idea de dar premios de diez millones de dólares a cambio de propuestas creativas de gente joven es un tanto aventurado. Lo que no sirve para El Salvador (al menos no se ha implementado) tampoco tiene que ser obligatoriamente beneficioso para la ONU. Crear imagen tal vez es necesario. De hecho mucha gente confía más en las imágenes que en la realidad. Pero hay que tener cuidado, porque en política cuando la imagen pretendida o exitosa dice una cosa, y la realidad se mantiene atiborrada de problemas, es mejor ser humilde, presentar objetivos evaluables en el corto, mediano y largo plazo, ser trasparente con la ciudadanía y tener claro el rumbo hacia el que se quiere caminar.