Mauricio Vallejo Márquez
Se mordió la lengua para asegurarse de que no dormía. Era la primera vez que una sorpresa lo dejaba inmuto e inmóvil. El muñeco de arcilla con lentitud se acercó a él. Sus movimientos daban la impresión que la sólida y gris arcilla estaba fresca y apenas continuaba en la etapa de moldeo, pero no. El golem que reposaba en uno de los estantes de su librería estaba seco y se movía por sí mismo.
El golem era diminuto, apenas medía cuatro dedos de altura, lo mismo que una figura de acción deforme. Había sido formado a imitación de los golem de Praga, un suvenir de esas tierras europeas que había visto en alguna fotografía de una página por internet, y que su hijo tuvo a bien en formar como un presente de janucá antes de irse del país. Dos agujeros donde debían estar sus ojos imitaban bien las cuencas oculares y en cada mano apenas un bulto daba paso al lugar donde tendrían que estar cuatro dedos, así como un diminuto pulgar de un brazo que no tenía articulación y parecía el cuerpo de una serpiente muy pálida aunándose al resto de su cuerpo en formas similares. No se había esforzado el muchacho en detallar la forma de un humano, pero sí de un golem de Praga (que era lo que contaba) el cual se veía maravilloso y vistoso para los entendidos del tema, además de inquietante.
¿Quién habría imaginado que el adorno terminaría andando a voluntad? Sólo era un muñeco de arcilla, creía. Sin embargo, ahora estaba frente a él mirándolo a los ojos, inquisitoriamente estudiando el iris de ese hombre desde sus diminutas cuencas.
La escena parecía una fotografía. Ninguno de los dos se movía.
El hombre se había interesado en la historia del Golem tras ver un libro en el centro comercial, un libro que no compró. Pero el descubrimiento lo llevó a buscar en youtube todos los videos que pudo. Sabía que era una creación judía y que se había formado para proteger a los judíos, y como él era judío el tema le interesaba. Bastaba con ponerle en su frente la palabra “verdad” (אמת emeth) para que el golem marchara e hiciera todo lo que se le pidiera. Esa era la fantástica diferencia entre los muñecos de otras religiones que eran talladas de piedra, madera o arcilla para ser adoradas. En cambio, el Golem era una construcción para servir, para ayudar. Quizá lo que más le inquietaba de la situación era que en las películas todas las veces las cosas terminaban mal, el golem terminaba asesinando personas, destruyendo pueblos. Incluso una vez se le ordenó llenar un pozo y terminó secando un lago para inundar a un pueblo, y eso era lo que temía. El Golem era seguro que se iba a salir de control. Viéndolo frente a él recordó que lo único que había que hacer era borrar una de las letras hebreas que formaban la palabra en su frente. Sin embargo, este golem no las llevaba arriba de sus ojos, ostentaba orgullosamente la palabra en su pecho, el cual había sido escrito por la uña del meñique de su hijo.
Logró parpadear. Tras esto le volvió la razón y se inclinó para ver más de cerca la impresionante figura que estaba frente a él. La tomó y la regresó a la librera. El golem no dijo nada, como un bebé se dejó guiar de nuevo al estante y miró con atención al hombre.
—¿Eres un golem? —cuestionó el tipo esperando que no hubiera palabras, las cuales en efecto no surgieron. Pero, el muñeco de arcilla movió su diminuta cabeza como si tuviera barbilla y la quisiera pegar al pecho como respuesta afirmativa y volvió a quedarse quieto.
El hombre se llevó dos dedos para acariciar su barba. Pensó. La figura esperaba que abriera de nuevo la boca y al ver que se tardaba más de lo normal levantó uno de sus bracitos y lo señaló. El hombre no se inquietó, entendía lo que se venía.
—¿Sabes cocinar? —y miró con más atención al golem, quién levantó sus hombros para decir que no. El tipo reparó en que las dos preguntas que le había hecho tenían respuesta en su lenguaje corporal, así que supuso que entendía.
—¿Si te pongo videos para que aprendas, crees que aprendes? —y observó profundo a la criatura, que volvió a mover la cabeza para adelante y para atrás.
Y así el hombre puso al golem a aprender a cocinar. Cada día pedía los platillos más inquietantes y deliciosos que se pudiera imaginar, y el golem no reparaba en otra cosa que en prepararlos y servirlos hasta que un día unos vecinos se acercaron a él. Se veían inquietos, preocupados. El hombre los atendió en la entrada de la casa, mientras la figura de arcilla procuraba no perderse frase tras la pata de una silla en el comedor bajo las sombras.
—Dicen que se están robando la comida de las casas —mencionó el hombre tras cerrar la puerta.
El muñeco de arcilla lo estudió hasta que el hombre se dejó arrojar sobre el sillón y quedarse dormido. Cuando comenzó a roncar salió por la ventana y recogió todas las latas de champiñones que pudo de la casa de al lado. Y repitió la operación en cada una de las casas de la comunidad procurando con cuidado que cada lata tuviera su respectivo sello kasher, es decir que fuera óptimo para consumo judío. Y así hizo cada noche a excepción del viernes por la noche.
Los vecinos no tardaron en darse cuenta que la casa del hombre se llenaba de todo lo que a ellos les faltaba. Era el único que sin ir a un supermercado siempre tenía comida. Sin embargo, decidieron guardar silencio. Hasta el día en que llegaron a cortarle la electricidad. El hombre se veía triste, tenía meses sin empleo y los ahorros se habían agotado, quedarse en la oscuridad no le parecía nada positivo. Pero esa noche los focos estuvieron encendidos. Al día siguiente volvieron las personas de la electricidad y le dejaron una nota con una multa por la reconexión ilegal que había hecho. Pero el hombre no la vio, el golem la destruyó y volvió a conectar la electricidad. Y así sucedió con el agua y otras cuentas por cobrar, el golem salía por las noches y traía lo que se necesitara. Cualquier capricho absurdo del hombre era complacido sin que él lo pidiera. El hombre no volvió a pasar hambre ni necesidad hasta el día en que sus vecinos lo denunciaron como narcotraficante.
La Fiscalía llegó junto a la policía a sacar al hombre de su casa, lo esposaron y se lo llevaron a las bartolinas. Le gritaron y lo acusaron de ladrón, de vendedor de droga, de cualquier cosa. Pero, esa noche mientras dormía entre las rejas, el golem llegó a sacarlo. Cuando despertó el hombre estaba en su habitación y con el golem en el estante de su librería.
Se escucharon cinco golpes en la puerta. El hombre se levantó a atender. Una pareja de policías estaban en la puerta y lo miraban con sorpresa. El hombre les invitó a pasar, pero los policías traían otra misión. Lo esposaron y lo llevaron de nuevo a las bartolinas. Durante el día los policías intentaron encontrar las pruebas para acusarle, pero no lograron verlo robar en los videos de seguridad, tampoco que hiciera otras actividades ilícitas. Lo único era que tenía los productos robados en su casa, que era receptación, y la reconexión ilegal de agua y electricidad. Esa noche igual que la anterior se durmió entre barrotes y despertó en su cama. Y así la escena se repitió una y otra vez. La policía no sabía qué hacer, pusieron guardias en diferentes partes, incluso lo esposaban directamente al hombre. Pero de nada servía, pasaba el día en la bartolina y la mañana en su casa. Lo llevaron a la cárcel y pasó lo mismo, hasta que decidieron ponerlo en arresto domiciliar. Y así pasó varios días, pero el tedio y el cansancio de tener todo lo que deseaba terminó por enfermarlo. Al verlo en ese estado los policías lo llevaron al hospital y comenzaron la atención. Al dormir se percató de las paredes blancas de la habitación y los monitores. Estaba conectado a cientos de alambres y tubos. Pero al despertar estaba en el cuarto de su casa perdiendo toda noción de la vida y viendo al golem borrarse del pecho la letra alef א.
13/04/2021