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El grito de África

Iosu Perales

A unos los vemos llegar agotados e invadidos por el miedo, de otros sabemos que no llegarán ya que se encuentran en el fondo del Mediterráneo. Huyen de la pobreza extrema y de las guerras armadas por fábricas occidentales y también chinas y rusas. Pero deberíamos saber algunos detalles de ese continente extraordinario que es África, nada menos que cuna de la humanidad. Tal vez de esa manera comprendamos mejor nuestra corresponsabilidad en el drama humano de ese fascinante continente.

Es cierto, la maldición de África viene de sus riquezas naturales. El continente alberga el 99% del cromo mundial, el 85% del platino, el 70% de las de tentalita, el 68% del cobalto, el 54% del oro. También tiene reservas significativas de petróleo y de gas, y grandes cantidades de bauxita, diamantes y maderas tropicales. La explotación de mano de obra infantil para extraer el coltan, que es fundamental para la fabricación de teléfonos móviles, es uno de los grandes dramas africanos. África es el supermercado del mundo, más exactamente de las multinacionales.

África sitúa a 38 países entre los 50 menos desarrollados del globo. La mayoría son ricos, pero sus riquezas no mejoran la vida de sus ciudadanos, no llegan hasta ellos: se pierden entre los gobiernos africanos, las élites locales, los señores de la guerra y las multinacionales mineras.

El año pasado se reunió en Johannesburgo el Tribunal Permanente de los Pueblos, para examinar y denunciar el expolio de África. En sus sesiones constató que la influencia y la impunidad empresarial afecta cada vez más a las comunidades locales, sobre todo en el campo, donde se producen gran parte de las expropiaciones de tierras. Esto se remonta al tiempo en que los poderes coloniales se repartieron el continente para alimentar con sus recursos las economías occidentales. El Tribunal afirma que en los últimos años hemos presenciado una nueva ola de expropiaciones de tierras tras una crisis alimentaria global que se caracterizó por los elevados precios de los alimentos y la necesidad de energías renovables alternativas como los agrocombustibles, considerados erróneamente como una solución a la crisis climática.

El caso es que por todo el continente se extienden agroempresas occidentales que compran tierras en condiciones muy ventajosas. Las multinacionales ganan acceso a tierras fértiles y a corredores agrícolas con la connivencia de élites locales corruptas. Algunas empresas son: Monsanto, Coca Cola, Unilever, DuPont, Cargill, Diaego, Syngenta. SAB Miller, Senhuile… Pero hay muchísimas más. ¿Saben ustedes qué multinacionales farmacéuticas hacen experimentos en África para comprobar si sus productos son eficaces? En el caso Pfizer ocurrido en Nigeria murieron niños como consecuencia de las pruebas del medicamento Trovan. Fue justamente este caso el que inspiró al escritor británico John Le Carré a escribir “El jardinero fiel”, novela que luego fue llevada al cine.

Cuando las potencias se repartieron África a finales del siglo XIX, los contingentes militares no tenían papeles, no llegaron en pateras. Simplemente impusieron la ley de la violencia: ocupación y colonialismo, esclavitud. La historia de África es una historia de saqueo de sus recursos y de explotación violenta de sus pueblos por parte de potencias extranjeras (en particular europeas) que se enriquecieron a costa del sufrimiento (y muerte) de millones de africanos y de la destrucción de sus recursos

La población africana siempre ha sido maltratada. Por las potencias colonizadoras y las empresas multinacionales, y también por sus propios gobernantes que practican la autocracia, el robo y la represión. Unos y otros son responsables del fraude consentido que consiste en la evasión de obligaciones fiscales por parte de multinacionales. OXFAM Internacional en un informe señala que en 2010 -último año del que se tienen datos contrastados- las multinacionales evitaron pagar 35,000 millones de euros. África está perdiendo miles de millones. Si este dinero se invirtiera en educación y sanidad, las sociedades y economías progresarían más en el continente.

La financiación para el Desarrollo Sostenible de África debiera ser el objeto de una Conferencia Internacional que comprometa a la totalidad de países, empezando por aquellos que fueron potencias coloniales. Una política de inversiones, planificada y vinculada a las economías locales, sería muy beneficiosa. Un esfuerzo así debería ir de la mano de la agenda de equidad fiscal, asunto que debe ser corresponsabilidad de África y de países desarrollados y sus multinacionales.

La solución al problema imparable de la migración no consiste en abonar más dinero a Marruecos, Túnez y Libia para que hagan de gendarmes represivos, sino en planificar grandes inversiones enfocadas a que en los países de origen sea posible vivir dignamente. En realidad es nuestra obligación adquirida históricamente. Una buena parte de lo que somos y de cómo vivimos está directamente relacionado con el pasado colonial.

Está muy bien salvar vidas en el mar y atender situaciones puntuales como la del Aquarius. No cabe duda que los acuerdos entre países europeos para llevar a cabo acciones humanitarias son de aplaudir. Pero si nos preguntamos ¿qué hacemos con las migraciones? Entiendo que de lo puntual, de los parches, habrá que pasar a planes viables de desarrollo sostenible en África. Entre tanto, la mejor manera de afrontar la marea humana que trata de entrar en Europa es legalizarla y de este modo regularla y liberar a los migrantes de las mafias. Hacerlo desde una posición de acogida ordenada y en régimen cooperativo en el marco de la Unión Europea y junto con otros países que también pueden hacerlo. Nuestro continente envejece a toda velocidad y necesita de hombres y mujeres que fortalezcan la demografía y cubran el déficit de fuerza de trabajo.

No se puede tolerar la matanza del mediterráneo. Solo entre junio y julio han muerto ahogadas 721 personas, según datos de Amnistía Internacional. ¿Qué sociedades que pueden evitarlo pueden soportar semejante barbaridad? Una vez África tuvo un sueño, y soñó que sus tierras legendarias, sus tradiciones deslumbrantes, sus culturas diversas, sus mitos, su majestuosa naturaleza, eran el hogar de pueblos prósperos dueños de sus tierras, vencedores del sufrimiento y de la muerte por hambre y por guerras.

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