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Herman Castrillo Moscote, trabaja en una plantación de árboles Guaimaro en Dibulla, departamento de La Guajira. [Foto Diario Co Latino/Luis Acosta/AFP]

El guáimaro: un guardián ambiental nacido de la entraña de la Tierra

Dibulla/AFP

Florence Panoussian

En un planeta amenazado por el calentamiento renace un gigante con poderes naturales que podría ayudar. Y lo hace en Colombia, un país que lucha contra la deforestación y que dentro de poco atraerá la atención ambiental del mundo.

El guáimaro es un árbol venerado por antepasados. Tiene cualidades contra el CO2, uno de los causantes del aumento de las temperaturas en la Tierra.

«El agua allá arriba se está acabando, estamos penando, han tumbado muchos árboles. Si no hay árbol, no hay agua y si no hay agua, no hay árbol», lamenta Manuel Durán, un agricultor de 61 años, mientras se quita el sombrero de paja para secar el sudor de la frente.

Además de absorber las emisiones contaminantes con una efectividad que no tienen otros árboles, el guáimaro puede dar alimento a humanos y animales.

Una alternativa nada despreciable, sobre todo cuando el sol parece tostar el bosque tropical y seco que está al pie de las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en una zona próxima al municipio Dibulla, en el departamento de La Guajira (noreste).

A kilómetros de ahí, en Medellín, la segunda ciudad de Colombia, castigada por la contaminación, el mundo conocerá un nuevo diagnóstico sobre el medio ambiente.

La Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes), que reúne a 128 países, dará a conocer a partir del 23 de marzo estudios clave sobre la biodiversidad y estado de los suelos.

«Árbol mágico»

Nacido en las marismas de la ciénaga del río Magdalena y desplazado por la violencia, Durán se interesó en el programa de reforestación de la ONG Franco colombiana Envol Vert, para la que el guáimaro es una especie emblemática.

«Es un árbol mágico!», explica a la AFP Daisy Tarrier de 39 años, directora de Envol Vert.

Entusiasta, detalla las cualidades del fruto, una semilla color naranja rica en nutrientes.

Conocido científicamente como Brosimum alicastrum, el guáimaro es llamado en otras partes como ramón, campeche, ojoche, mewu, etc. O nogal maya en francés. Y está presente en los bosques de México hasta los de Brasil.

Para los mayas era tan esencial como el maíz, aunque los campesinos mestizos suelen desconocer su importancia. La semilla del Guaimaro es una alternativa contra la desnutrición.

Precisamente Envol Vert quiere seducir con su fruto y ha organizado talleres de cocina. Tiene tanta proteína como la leche, cuatro veces más potasio que el banano, hierro como la espinaca y cuadruplica el magnesio del frijol rojo.

Un Fénix amenazado

Los biólogos descubrieron que el guáimaro solidifica el CO2 sin liberarlo después, como ocurre generalmente con otros árboles.

Si crece 50 metros, su raíz se hunde en la misma medida, lo que lo hace muy resistente a sequías y huracanes.

El guáimaro incluso puede renacer de sus cenizas después de un incendio.

«Este árbol tiene una gran capacidad para adaptarse a diferentes climas y puede soportar varios tipos de suelo, humedad, altitud, temperatura (…) y muchos animales se alimentan de su fruta, por lo que es una especie importante para la conservación», destaca en su tesis la bióloga colombiana Mónica Flórez.

Pero el guáimaro no solo es atractivo para los ecologistas. Su madera es muy resistente y empleada en la construcción de casas y muebles.

Además, la deforestación no discrimina y cada vez se liberan más hectáreas para la cría de ganado o cultivos como el de palma de aceite.

Sin mencionar las plantaciones de hoja de coca que han convertido a Colombia en el mayor proveedor mundial de cocaína.

«Tenemos todavía un enorme desafío que tiene que ver con el control de la deforestación», admitió en febrero el ministro de Medio Ambiente, Luis Gilberto Murillo.

Colombia lucha contra la tala de árboles. De 282.000 hectáreas deforestadas en 2010 pasó a 170.000 en 2017.

Desde 2011 Envol Vert ha plantado más de 30.000 árboles de 20 especies, incluyendo 6.000 guáimaros, con la ayuda de 190 familias, 87 de ellas habitantes de Santa Rita de la Sierra, comunidad de desplazados cerca de Dibulla.

El cuidado de las plantaciones está a cargo de los habitantes.

Las hojas del «guáimaro dan frescura a la tierra y cuando caen se las comen los chivos, el ganado», afirma María Alarcón, de 64 años y víctima del conflicto.

Este árbol, que puede vivir hasta cien años, es productivo hasta su muerte. Entre marzo y abril se pueden cosechar 180 kilogramos de fruto. Se come silvestre, en jugo, sopa o en puré. Pero también puede tostarse y molerse para obtener una infusión con aspecto y sabor del café con chocolate.

Los nativos también lo usan contra el asma, la anemia o el reumatismo.

«Pero tendremos que sembrar mucho para reemplazar todo los árboles que se han perdido», advierte Alarcón, mientras hunde las manos en la tierra.

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