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El Guasón y su banana

Rafael Lara-Martínez

New Mexico Tech, 

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Desde Comala siempre…

 

En una sociedad regida por la técnica, es interesante verificar cómo se difunden las ideas.  Mientras de metiche oigo el inicio de una presentación sobre libros científicos infantiles, de reojo veo el anuncio de “The Joker” en estreno el mismo día.  El oído y la vista no se compaginan en un solo acorde.  En cambio, declaran su enemistad al pertenecer a ámbitos distintos y contrapuestos.  El oído idealiza; la vista da cuenta.  Quizás este paso lo explique la conversión de los hechos en palabras.  Tal vez ambos sentidos conjuguen la unión de los contrarios.  No lo sé.

La ficción cinematográfica refiere el tabú.  Arropada de ficción, la lengua la acalla en su tecnología del progreso.  La ponente asegura que el enunciado “monkies eat bananas” arraiga la buena alimentación y las costumbres en EEUU.  Perplejo, la escucho.  En mis adentros, pienso cómo la popularización de la técnica dietética y de la ciencia recicla los mitos más elementales.  Naturaliza lo social al evadir todo conflicto político.  Esta tensión pertenece a otra esfera, ajena a su objetivo.  La objetividad matemática y la bio-química no consienten intrusiones ajenas a su cometido.

La buena dieta, el ejercicio físico entre el ramaje tropical y el humor desbordante derivan de ese fruto.  De manera natural, crece en el traspatio norteamericano —en las selvas vecinas.  Sin obstáculo, llega a los desiertos del suroeste, a las planicies del medio-oeste y a las nieves del norte.  “Monos gramáticos”, nosotros sólo necesitamos cortarlo de los racimos, ingerirlo a diario para lograr una salud corporal y mental.  Parecería que la ciencia propaga un imaginario semejante a la de los primates sonrientes de los anuncios televisivos.  En su simpleza, se somete a la publicidad y a las finanzas.

En su difusión infantil —de gran éxito, se dice— queda en el silencio la ardua labor de producción agrícola.  Los conflictos laborales y políticos los encauza el bienestar alimenticio de EEUU.  Tampoco el monocultivo provoca deforestación, ni causa la extinción de la fauna y flora.  En su versión ingenua, el análisis técnico presupone centrarse sólo en ciertas aristas esenciales de los hechos: el contenido nutritivo de una fruta.  Lo político —como las ganancias de las transnacionales— constituyen metafísicas irrelevantes para la objetividad científica.  Desvían la labor de analizar los compuestos químicos de la banana.  Igual exclusión ocurre al hablar del café y de casi toda la agricultura tropical.  Aquí, todo es risotada de guasón.   Aquí donde la risa del encuentro disimula el diálogo.

Siempre en el silencio, en ese mismo instante, desvío la vista y leo “put a happy face”.  Una cara maquillada imita al simio que come plátanos y guineos, en augurio de su crimen.  La violencia irrumpe en la ficción de una mirada.  Como los misiles y los aviones, junto a la poza de La Llorona, la ciencia augura el pacifismo radical.  Sólo la ficción imagina la violencia en locura.  Por decreto tecnológico, la proyecta hacia espacios inverosímiles, como si no fuese un hecho histórico diario.  Es un hecho caprichoso de la insensatez y de la mentira.

Vuelta tabú, forma parte constitutiva del disfraz que a diario llevamos para ennoblecernos y legitimar el pan cotidiano.  Sean videojuegos, series televisivas, largo-metrajes, cuentos o novelas, el escenario irreal desplaza el crimen hacia la demencia o, en cambio, hacia la justicia contra el mal.  Lo convierte en risa, en hecho que rebasa el análisis racional.  Sin algoritmos que predigan el desenfreno, su ámbito raya en la meta-ciencia.  A lo sumo, lo admite como metáfora indirecta del trastorno absurdo —jamás estructural— que produce el avance técnico.  Sólo la ciencia-ficción verifica el abuso perverso, cuyo disfraz futurista delata la eliminación del enemigo, revestido de maldad, en premisa de la utopía.

A la ficción de la ciencia —el romanticismo naturalista de su difusión escolar— le corresponde la conciencia de la ficción.  Su esfera delata la crueldad de un mundo que ninguna ingeniería logra ocultar.  Tampoco su ingenio la resuelve.  Acaso la contraposición anterior la resuelve su carácter complementario.  La una idealiza el mundo que analiza fuera de lo social; la otra desenmascara su brutalidad.

No existen productos naturales que, en su pureza, le otorguen el bienestar individual a quien los consume en la selva tropical.  Por lo contrario, selvático y risueño, es el simio bromista que, a carcajada abierta, asume la potestad de la violencia como verdadero recurso irracional contra sus semejantes.  En esta inversión realista, la ciencia y la ficción especulan a cuál esfera le corresponde reflejar el mundo en su simulacro más fiel.  A la técnica que esconde la proveniencia agrícola de su alimento cotidiano.  A la ficción deschavetada que revela la violencia inherente del mundo actual.  La dieta más sana y suculenta —el ideal de la ciencia— a carcajadas, lo extrae la violencia que expropia tierras, niega beneficios laborales, provoca el cambio climático.  Y luego les rechaza el asilo a los seres humanos que la producen.

Ignoro si sea una simple alucinación.  Pero al salir del laboratorio, a la carrera pasa un payaso comiendo bananas.  En su camiseta colorica, al frente se lee “Ideal técnico – Potestad ficticia”, alrededor de una “happy face” amarilla.  Al dorso ondea un cuchillo sangriento y amoroso en celular…

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