Iosu Perales Arretxe
Naciones Unidas alerta sobre una hambruna mundial y propone a los países más ricos incorporarse a una campaña que alivie la situación de las poblaciones vulnerables. Prácticamente todas las voces institucionales culpan a la guerra, o sea a Putin, de la inflación, de la escasez de alimentos en regiones del mundo, de su difícil distribución y en particular del aumento de sus costes. Creo que en un porcentaje es verdad, pero el hambre y el control de los alimentos por un puñado de empresas multinacionales tiene otras referencias trágicas que datan de muchos años atrás. En este mundo neoliberal el derecho a la alimentación no es universal, solamente lo ejercen quienes disponen de recursos. Ese control de alimentos lo es asimismo sobre la tierra cultivable, semillas y fertilizantes. Nestlé se encuentra entre las 10 multinacionales que imponen un control sobre millones de vidas empujadas al hambre. Según afirma el Programa Mundial de Alimentos la población desnutrida no deja de crecer, castigando sobre todo a la infancia.
La ventaja de echar toda la culpa a la guerra es que libera de responsabilidad al capitalismo. La inflación que estamos viviendo es la resultante de una crisis que viene de lejos y que muestra el agotamiento de un sistema que es incapaz de resolver las necesidades básicas de la población. Cierto que el clima y los comportamientos de la naturaleza generan sequías, pero hay que decir que el modelo económico mundial vigente se encuentra en el primer lugar de las causas culpables. Según la FAO producimos más de lo que la población planetaria necesita para vivir. Lo que ocurre es que los alimentos convertidos en mercancía son un negocio que no entiende de derechos humanos. Por otra parte, un 30% de los alimentos se desperdician, desde que se producen hasta que llegan a la mesa de los consumidores..
Así, por ejemplo, hemos nacido y crecido conviviendo con la sequía y el hambre del continente africano. No conocemos otra realidad en este continente vecino. ¿Es que su destino es hundirse en el mar? ¿No tiene solución? África sobrevive asediada por la sequía y el hambre desde hace siglos. Los pobres más pobres del mundo, al parecer, no ven ninguna luz al final del túnel. Las organizaciones especializadas de la ONU ya han advertido que el drama puede no tener precedentes. En el Cuerno de África (región oriental del continente) la sequía ha arrasado los cultivos y el ganado, forzando desplazamiento de poblaciones en busca de agua y alimentos. Se ponga como se ponga Europa, los éxodos de migraciones se irán reproduciendo de manera inevitable. Entonces, la Europa que logró buena parte de su desarrollo gracias a sus políticas coloniales salvajes, tendrán que echar mano de más y más represión.
La tragedia afecta sobre todo a Somalia, Kenia y Etiopía. Son países en los que se contabilizan hasta cuatro temporadas consecutivas de lluvias fallidas que han dejado una situación climática como no se había registrado desde hacer cuarenta años, según las agencias de la ONU. Pero en el cambio climático vemos otra vez la mano de los seres humanos que no reparan en contaminarlo todo cuando se trata de multiplicar los beneficios. Claro que decir seres humanos es el modo suave y casi dulce de referirme a un grupo concreto que ocupa la escala más baja de la humanidad. Mercaderes que cegados por la codicia lideran un mundo brutal.
Lo más grave es que la situación podría empeorar, una vez que sabemos, según la OMM (Organización Meteorológica Mundial) que la temporada de lluvias de 2022, de marzo a mayo, fue “la más seca que se haya registrado, devastando los medios de vida y provocando un fuerte aumento de la inseguridad alimentaria, hídrica y nutricional”. Si estos pronósticos se materializan en los próximos meses, la emergencia humanitaria regiones de África, de por sí grave, se hará insostenible. Según la ONU, el hambre extrema puede afectar a 20 millones de personas en este septiembre de 2022.
No hay que minimizar el hecho de que la pandemia del COVID-19 es otro de los factores causales, pues dio lugar a la mayor crisis económica mundial en más de 100 años. El mundo aún no se recupera de la crisis sanitaria y la economía crece menos de lo esperado. Los países en desarrollo importadores de materias primas se resienten duramente por el incremento de los precios de los alimentos y la energía. Es tal la situación crítica que debería bastar para que los gobiernos, instituciones y grupos económicos de poder pusieran en marcha espacios de colaboración. Pero este es un planeta de idiotas. Preferimos cortar la rama del árbol en la que nos sostenemos con verdaderas dificultades. Lo cierto es que la prioridad debería ser salvar vidas mediante acciones inmediatas. En situación de hambrunas crónicas no puede haber paz en el mundo.
Según el economista británico Michael Roberts (Digital Sin Permiso) a las dificultades de suministro de alimentos hay que añadir el aumento de los precios del petróleo, la demanda explosiva de biocombustibles a base de maíz, los altos costes de transporte, la especulación en los mercados financieros, las bajas reservas de cereales, las severas alteraciones climáticas en algunos de los principales productores de granos y el aumento de las políticas comerciales proteccionistas. Este es el escenario alimentario.
Las instituciones de Naciones Unidas miran a 2023 con verdadero temor. Lo que se visualiza es el infierno de Dante
Rusia y Ucrania representan el 30% de las exportaciones de cereales. Ucrania suministra la mitad del aceite de girasol del mundo. Rusia el 13% de fertilizantes y el 11% del petróleo. La guerra está produciendo grietas que serán difíciles de corregir. Hará falta mucho tiempo. Ahora mismo cuánto más guerra más crisis. ¿Estamos ante un neoliberalismo de guerra? Afganistán, Siria, Irak, Libia… ahora Europa. ¿Es casualidad que Estados Unidos esté en todas las guerras como actor principal? Es un hecho que la invasión de Ucrania por Rusia ha disparado los precios que se mantendrán altos durante años. Desde luego que la actuación del Kremlin es condenable. Su afán territorial es imperialismo puro y duro que no puede justificarse por el origen étnico de las poblaciones del Dombás. Sus medidas de recorte de suministros de energía y gas, castiga a la población mundial, sobre todo a los sectores más vulnerables. Somos rehenes de una guerra geopolítica donde se juega el liderazgo mundial y las pretensiones de conquista de Rusia. También para Joe Biden esta es la oportunidad de recuperar una popularidad perdida.
A estas alturas cada vez más gente se da cuenta que las sanciones a Rusia nos afectan a los europeos. De paso, el tablero de la guerra se acerca cada vez más al peligro del uso de armas nucleares tácticas. Si se acorrala a Putin puede que el autócrata pierda la guerra, pero nadie la ganará a menos que se dé a Rusia una vía de escape. Dejar al enemigo una vía de retirada es la ley de la guerra. Los más guerreros afirman que no se puede permitir que Rusia se anexione el mínimo territorio de Ucrania. A muchos de los que así piensan no los he oído jamás condenar la ocupación y anexión de territorios palestinos. Y si lo hacen por la vía diplomática nunca los he visto actuar en consecuencia. Todo cambia según el cristal con que se mire.
Esta guerra debe acabar en una mesa de negociaciones. Cuanto antes. Tenga el precio que tenga la paz hay que pagarla. Hay que salvar vidas. Sería trágico que en los meses invernales murieran miles de personas por falta de alimentos y además por cortes en el suministro de gas y su carestía. Hay que negociar con Rusia. No hay otra. Los machitos que quieren guerra, empezando por Putin y el Kremlin, y siguiendo por occidente, que vayan ellos a los frentes. Firmada la paz, la diplomacia y las negociaciones multilaterales deberán hacer su trabajo. Todo lo que no sea una paz negociada sólo alimentará nuestra autodestrucción.
Los responsables de las guerras siempre argumentan nobles motivos: la integridad territorial, la seguridad y la dignidad nacional, la democracia, la libertad, el orden, el mandato de la civilización. Mientras, los fabricantes de armas se frotan las manos. En esta guerra nadie dice la verdad: Putin no dice “mato para robar territorio”; Joe Biden no dice “por medio de la guerra quiero el dominio global”.
Quien ordenó lanzar las bombas nucleares sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki, lo hizo por mandato de la civilización. En el tablero de Ucrania el mundo se juega el destino de la humanidad. De momento miles de civiles son ya sacrificados en el altar de los principios y los soldados de los dos bandos, obligados a ir a la guerra, tendrán algún día monumentos funerarios que los recuerden.
Eso sí, los líderes del Grupo del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio han pedido pidieron una acción coordinada urgente para abordar la seguridad alimentaria. Bellas palabras, pero sin acción.