La Habana/Prensa Latina
De este alud de fuego y metralla, el séptimo lanzado por Tel Aviv desde 2004, la tendencia en los medios transnacionales es responsabilizar al movimiento palestino Hamas (Fervor, en árabe), por los disparos de cohetes contra ciudades israelíes, causantes de siete muertes.
Ese es un análisis periférico y, como suele ocurrir siempre cuando del tema se trata, sesgado, porque ignora los factores combustibles que hicieron estallar la caldera, algunos recientes, otros de más larga data, el principal de ellos los desmanes cometidos por Israel durante sus 54 años de ocupación militar en Cisjordania y Gaza.
A estos habría que sumar los tres lustros de bloqueo por aire, mar y tierra de la franja donde habitan casi dos millones de seres humanos sometidos a penurias sin cuento y violaciones de sus derechos humanos a la vivienda, la educación, la atención sanitaria y a ganarse el sustento.
Opacada por el estruendo y la furia de los combates hay una cadena de elementos los cuales llevan a pensar en una capitalización de la crisis con fines políticos impuestos por intereses nacionales israelíes y, particulares del primer ministro Netanyahu.
Entre los más visibles aparece la expulsión de los residentes en el distrito jerosolimitano de Sheikh Jarrah; antes aún la Autoridad Nacional Palestina tuvo que suspender la votación de las elecciones legislativas programadas para el próximo día 22 ante la negativa de la potencia ocupante a permitir la votación en Jerusalén este.
Casi en el mismo período de tiempo ocurrieron choques callejeros entre la policía ocupante y fieles a los que se prohibió durante el mes de Ramadán orar en la mezquita de Al Aqsa, uno de los tres lugares más sagrados del Islam para mil 500 millones de musulmanes.
En los días previos al estallido guardacostas israelíes atacaron a pescadores gazatíes que faenaban dentro de los límites impuestos por la potencia ocupante.
Todos esos hechos ocurren en medio de una compleja situación política israelí debido a la imposibilidad de Netanyahu de integrar gabinete, lo que abre las puertas para que su rival más cercano en los comicios de fines de marzo pasado, Yair Lapid, sea llamado a ensamblar un equipo ministerial.
Netanyahu ha estado 15 años al frente del gobierno israelí, 12 de ellos consecutivos, pero aunque su bloque Likud ganó los comicios de marzo último le fue imposible conseguir la mayoría de 61 asientos en la Kneset (parlamento unicameral) para renovar su mandato.
La ocasión le viene en bandeja de plata porque en las actuales circunstancias, pues además de proyectar una imagen de hombre decidido a todo por lograr la anexión de los territorios palestinos, resulta difícil que la élite política de su país lo cambie, pues crearía un vacío de poder en situación de conflicto.
De paso, también opacado por el humo acre de la pólvora, extrapola al olvido los cargos de corrupción, abuso del poder y otros delitos políticos que hace años persiguen al primer ministro en funciones.
Sin embargo, a todos esos factores se sobrepone el interés de la potencia ocupante de realizar una limpieza étnica con los palestinos de la franja de Gaza y obligar a los sobrevivientes a emigrar en condición de refugiados a la península del Sinaí, territorio egipcio, un viejo sueño de los supremacistas sionistas.
Para coronar ese panorama a las 00:00 ,hora local, de este viernes se conmemora otro aniversario de la fundación del Estado de Israel en 1948, jubileo marcado de la sangre de los mártires de Deir Yessin, la aldea mártir palestina, equiparada en su momento a la de Lídice, arrasada por las tropas nazis en la otrora Checoslovaquia.
Para los israelíes es un jubileo; para los palestinos se llama la Nakba, término árabe que significa catástrofe, otro nombre para un holocausto ante el cual parte del mundo cierra los ojos.