El portal de la Academia Salvadoreña de la Lengua
EL HOMBRE ACTUAL: VIDA BESTIAL DE ENCANTAMIENTO
Por: Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
El cosmos entero parece una serpiente que se muerde la cola.
PITÁGORAS.
El hombre debe hacer una seria reflexión en el sentido de cómo se está desarrollando su relación con una ciencia y una tecnología que son de su misma creación. Este es asunto de humanidad. Y debo puntualizar de nuevo: No son los hechos de la ciencia volcados en la tecnología los que originan el problema humano, sino el uso que los hombres mismos hacen de ellos. La voz de la conciencia moral debe llamarnos a que vivamos como personas, a que nos instalemos en el orden del ser; porque ahora estamos viviendo, como decía Góngora, “una vida bestial de encantamiento”. Todo parece fácil, pero en el fondo, el ser se niega y se oculta ante esa realidad evanescente que se proyecta ante los ojos.
El hombre se sintió ensoberbecido desde que se encerró en aquel antropocentrismo radical en el que ha querido vivir incluso hasta el momento. Protágoras, ya 500 años antes de Cristo, afirmaba que “el hombre es la medida de todas las cosas…..”. El hombre se llenó de soberbia y se creyó el centro del mundo, el centro de todo, el fin absoluto de la naturaleza y el punto de referencia de todo. Así define
la Real Academia de la Lengua al antropocentrismo. Sócrates relegó a segundo plano el pensamiento físico-cosmológico- metafísico de los filósofos anteriores a él, y colocó al hombre en el primero. Hay en el pensamiento griego en los inicios de la filosofía un sentido epistemológico que le da la mayor relevancia al hombre sobre el resto de la realidad. Ontológicamente, pues, todo se subordina al ser humano. El hombre discrimina las otras especies animales, prejuiciadamente, originando lo que se ha dado en llamar el “eje ético del antropocentrismo”, posible, pero no fundamentado. Es lo que se llama “especismo”. El “especismo” nos lleva a olvidarnos de que no estamos solos. Este humanismo se distancia de todo aquello que no sea humano: “el planeta no es nuestra casa; el planeta es nuestro”, como dicen los especistas, según indica Leonardo Caffo en su libro Fragile humanitá, en el cual critica dicho “especismo”
y propone un “antiespecismo” que convoca a un nuevo hombre “poshumano” que entienda que él es sólo una brizna de brisa dentro del huracán universal. En el antiespecismo de Caffo, el mundo que emerge es literalmente un vuelco de aquello que es especista, es una puesta en crisis del antropocentrismo, significa considerar la vida “menos propia”, dejar de abusar de ella, pensar más en lo ajeno,
y al final, llevar al hombre a un poshumano, un poshumano que comprende la posibilidad del concepto de “límite”. Caffo entiende el desvío que el antropocentrismo fuerte y desmedido ha llevado al hombre, alejándolo de una vida consciente de que la realidad es una realidad más amplia y diversa que la propia. Y la ciencia, afirma, ha tenido su participación en ello. “Por eso, una ciencia sin ética, -dice-, no es una verdadera ciencia: mira al futuro, pero no al progreso”.
Bien, este es el caso. Caffo propone un antiespecismo que lleve al desarrollo de un poshumano, un “antiespecismo” con buenos propósitos. Yo pienso que ahora nos encontramos ante un antiespecismo diferente, de malos propósitos, más agudo, más pronunciado, que se origina en el uso desmedido e impropio de los hechos de la ciencia y de la tecnología, y en el que el hombre mismo se va ahogando, invirtiendo ese orden fundamental en el que él es siempre el sujeto, volviéndolo predicado. Es un “antiespecismo” que en vez de superlativizar al hombre lo reduce a nada, ni más ni menos que una alienación del hombre en la tecnología como producto de esta era supratecnológica. Ahora ya no es el hombre la medida de todas las cosas, ni el centro del pensamiento. Ahora es el hombre-robot, el hombre-zombie, una justa inversión de su propio alter-ego. Vive, como he dejado
dicho, citando a Góngora, “una vida bestial de encantamiento”, en donde todo lo tiene y a la vez no tiene nada. No piensa,
no siente, no llora, no ama,….. simplemente ejecuta, obedece. Ha entrado, pues, en una cruda crisis de la conciencia. En una palabra, ha dejado de ser persona.
Decía Zubiri, en su rico ensayo sobre “La realidad personal”, una de las cuatro lecciones sobre la persona que impartió en 1959, que “el hombre se va haciendo persona a lo largo de su vida”. Esto tiene que ver con la recia diferencia entre lo que es la “personalidad” y la “personeidad”. La realidad humana, decía el filósofo vasco, es una realidad personal, pero hay que saber distinguir eso que es ser persona y como se llega a ser persona. Veamos un poco lo anterior. Los seres vivos se hallan caracterizados por una cierta sustantividad. Estar vivo significa, ante todo, tener una actividad propia, pero también tener un cierto control específico sobre el medio. La unidad de estas dos vertientes constituye la sustantividad biológica, y esto es lo que en mi concepto el hombre está perdiendo vía el uso desmedido e incontrolable de la tecnología, haciéndole un ser insustantivo, sin su propia “experiencia subjetiva”, sin su “qualia”, como ya he dicho. Pero continuemos con Zubiri. Zubiri llama a dicha sustantividad humana, su “tono vital”. “Si hiciéramos, -dice, ejemplificando-, la biografía exhaustiva de un topo y de un perro ciego, en ninguno de los casos nos encontraríamos con sensaciones luminosas. Sin embargo, hay una diferencia esencial: El topo no tiene sensaciones visuales, pero no tiene por qué tenerlas; el perro ciego, en cambio, no tiene sensaciones visuales, pero como perro tendría que tenerlas”. El hombre ciego, pues, ha
perdido su “tono vital”. Este ejemplo que nos ofrece Zubiri nos ilustra precisamente la diferencia entre un hombre persona y un hombre-robot: El hombre reclama sus propias sensaciones; el robot las ignora pues que nunca las ha tenido ni las ha necesitado. Ahora vamos nosotros ciegamente como el perro del cuento, escarbando como topos en nuestra propia realidad negada porque todo lo que necesitamos hacer lo hace el robot en que nos han convertido esos seres ocultos y perversos que pululan en nuestro alrededor.
Es lo que llamo, “la pérdida de la conciencia”, “la crisis de la conciencia”. Eso es peligroso. Debemos evitar llegar a tal estado.
Dice Zubiri que el hombre, en su sustantividad, posee su propia “personalidad” y a la vez su propia “personeidad”. La “personalidad” del hombre es el carácter de la persona en el sentido operativo; en cambio, la “personeidad” es el carácter de la persona en el sentido constitutivo. La personalidad es algo que se va haciendo, que se va adquiriendo, que se va formando, pero que incluso se puede ir
deformando y perdiendo a lo largo de la vida: Nunca se es lo mismo en rigor de esos términos. En cambio, la personeidad es algo constitutivo y estructural de la persona, es algo que se posee desde el primer momento de la concepción, y que nunca varía: siempre se es el mismo. Por eso dicen los filósofos que “el hombre es siempre el mismo, pero nunca lo mismo”. La personalidad se tiene; la personeidad se es. Pues bien, esa posibilidad de que la personalidad humana se vaya deformando y perdiendo es también un
efecto neto de la “crisis de la conciencia” a la que nos va llevando el uso desmedido e impropio de la ciencia y de la tecnología.
No pensemos ligeramente en que esto del bitcoin y de otras tantas cosas con que nos inunda ahora la realidad, es sólo una ocurrencia ligera de mentes ocurrentes. Hay algo oculto en ello, una especie de “demonio de Sócrates”, “diablo cartesiano”, “diablillo de Maxwell” o “gato de Schrodinger” que nos va llevando progresivamente a la pérdida de la conciencia, a la crisis de la conciencia, a ese antiespecismo, no el del poshumano de Caffo, tan saludable, sino el del reto al antropocentrismo soberbio que nos ha metido entre ceja y ceja a olvidarnos de que no estamos solos, y a pensar que el planeta no es nuestra casa sino que es nuestro. ¡Cuidado con esta “vida bestial de encantamiento” de que habla Góngora, que nos tiene engañados con esas “demasiadas cosas útiles que nos hace
demasiado inútiles”, de las que hablaba Marx en sus “Manuscritos Económico- Filosóficos” de 1844! ¡Bienvenida la ciencia y la tecnología! Pero primero, el hombre que piensa, siente, llora, desea, ama…. El hombre sustantivo, que sostiene su personeidad
y desarrolla positivamente su personalidad. No dejemos que hagan que nuestras conciencias entren en una crisis que nos lleve a dejar de ser personas. En esto, mucho tiene que ver eso que se ha dado en llamar “inteligencia artificial”. Por ello hablaré de ello, para finalizar, en el próximo portal.