EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
EL HOMBRE EN SU DOLOROSA CONDICIÓN.
Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
“Dolorosa condición” llamó el Papa Francisco durante el mensaje Urbi et Orbe, el viernes 27 de marzo pasado, a la situación en que el hombre se encuentra en estos momentos debido a la pandemia ocasionada por el Coronavirus. El mundo, azotado por dicha pandemia, se convulsiona, y el hombre, que se cree soberbio, absoluto, orgulloso, este hombre de la tecnología, de la inteligencia artificial, de la robótica, de la vida virtual, del instante, de lo contingente, del tiempo real, se rinde y se humilla ante este mensaje que la naturaleza le envía, expresándole de tan dolorosa manera la necesidad de cambiar de rumbo, de buscarle sentido a la vida, y de privilegiar la esencia misma sobre la existencia. Dolorosa condición, efectivamente, que hace que afloren en la humanidad tantas y tan fuertes categorías existenciales como la tristeza, la angustia, la carga, la culpa, las situaciones límites, la duda, la nada, la soledad interior, etc.
En los momentos de crisis de las sociedades, el mensaje existencial se hace presente. Y es que el Existencialismo, corriente filosófica de fuerte tono irracionalista, y cuyo principio básico es que “la existencia precede a la esencia”, sabe surgir precisamente en los tiempos de crisis, provoca una reacción contra el orden establecido, y privilegia entonces al hombre y su existencia, haciéndolos sus problemas. “El hombre, dicen los existencialistas, “es porque existe”, “es en la existencia”. No es realmente que el existencialismo niegue a la esencia, sino más bien que antepone a ella a la existencia. Lo que interesa es existir. El existencialismo es una filosofía con una riquísima unidad de doctrina, pero desafortunadamente sus reales y auténticos contenidos han sabido desnaturalizarse, transformándose en movimientos de protesta que nada tienen que ver con ella. Fueron grandes filósofos existencialistas, Soren Kierkegaard, Martín Heidegger, Jean Paul Sartre, Albert Camus, Simone de Beauvoir, Karl Jaspers, Gabriel Marcel, Berdaieff, Chestov, Blondel, probablemente Unamuno, etc.
El mundo, ahora, está efectivamente en una dolorosa situación, esta vez provocada por un claro mensaje de la naturaleza que pretende advertir al hombre de su descarriada vida concreta y señalarle que debe corregir su conducta, cambiar su cosmovisión y la visión de la vida, privilegiar lo esencial sobre lo accidental, lo necesario sobre lo contingente. La naturaleza tiene formas muy particulares de manifestarse, de reaccionar ante los desvíos de lo natural, y esta vez le recuerda a la humanidad su pequeñez, su limitada fuerza ante el poder universal. Este situación tan particular y crítica que ahora vivimos los hombres en el mundo, todos por igual, es eso, producto de ese mensaje, y este hará aflorar en él una nueva actitud, una actitud que le hará colocarse ante la exigencia y hacerse la pregunta por su propio sentido. Ello le provocará, de inmediato, tristeza, angustia, soledad interior, y una cruda reflexión sobre su misma esencia. En tiempos de crisis, la existencia se privilegia sobre la esencia, y la primera reacción es eso, existencial. Estamos ahora, tristes, angustiados, solos en nuestro interior, tratando de comprender el mensaje para después reaccionar y posicionarnos.
Yo siempre he creído que el drama humano es la tristeza. La tristeza es connatural al hombre; a menudo se esconde, pero al final siempre aflora. Ya lo decía Darío, el bardo de León, en “Los motivos del lobo”: “En el hombre existe mala levadura. Cuando nace viene con pecado, ¡es triste!”. “La peor de las locuras, la tristeza, – decía Pascual Duarte en el ‘Hijo de hombre’ de Roa Bastos, pensando en el acto que le llevó al sacrificio, y continuaba -, porque la idea de la muerte llega siempre con paso lento, con andares de culebra, como todas las peores imaginaciones…….Los pensamientos que nos enloquecen con la peor de las locuras, la de la tristeza, siempre llegan poco a poco y como sin sentir, como sin sentir invade la niebla los campos, o la tisis los pechos”. Cruda la reflexión del condenado, que luego caminó hacia lo que iba. Más tarde le esperó la muerte, y sólo así dejó de acompañarle esa “peor de las locuras” que bien supo identificar con la tristeza. La peor de las locuras, sí, que Cervantes en su Don Quijote eterno confirmaría diciendo que “las tristezas no se hicieron para las bestias sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias”.
La tristeza es historia, desde el mito se anuncia. Cuando nació Afrodita, Penía, pícara y maliciosa pero más que eso, necesitada, concibió, de Poros, a Eros, y este fue y anduvo siempre pobre, duro, seco, descalzo, sin casa, compañero eterno de la indigencia. Eros se llenó de la naturaleza de su madre. De su padre sin embargo le llegó lo bello, lo bueno, la valentía, la audacia, la avidez por la sabiduría. Eros, pues, según el mito de su nacimiento, ni fue lo uno ni fue lo otro, ni mortal ni inmortal, siempre en medio de la abundancia, y de la penuria, algo ignorante y algo sabio. Todo lo que consigue, se le escapa siempre. ¿Qué fue ese destino que lo señaló para siempre? La triste herencia de Penía, siempre sumida en el desencanto y el dolor. Eros fue triste, siempre triste. Y así, la tristeza, de la mano de los mitos de Eros, de Démeter, de la caverna, y de tantos otros, se introdujo en el pensamiento, en el logos, en la filosofía, en el arte y la poesía, e invadió al hombre para siempre, escondida en su existencia para aflorar en el momento preciso, como este que ahora vivimos. La humanidad está triste, y los salvadoreños no sería raro que fueran, como diría Roque Dalton, “los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas”. Bien decía Santa Teresa: “Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía”.
Pero la tristeza no anda sola; siempre se acompaña de la angustia y de la soledad interior, de esa soledad a la cual Nietzsche “hizo una compañera de su propia sombra”. Y es que como tales categorías proceden del no reconocimiento y la confesión de “la culpa”, ese ocultamiento, “demonio enjaulado”, como le llamaría Kierkegaard, trae la tensión de la vida dramática, la angustia. “Yo no soy un hombre sereno; me invade la tristeza a tal grado de hacerme lindar con la mayor amargura”, decía también el danés padre del existencialismo para muchos. Y sólo recordemos que la amargura puede enloquecer al hombre.
La humanidad está, pues, como dijo el Papa Francisco, en una dolorosa condición. Hoy por hoy no se puede ver la luz al final del túnel, y cuando se está así, llega sin excepción la manifestación existencial. El hombre se sume en lo contingente, y al hacerlo, todo puede ser de un modo o de otro modo; llega lo inmediato, se zozobra en la misma superficie sin siquiera tocar el agua; y entonces, ese hombre antes soberbio, absoluto, orgulloso, pedante, que lo sabe todo y todo lo maneja, se hunde en la más profunda de las debilidades, y se deja invadir por la tristeza, por la angustia, por la soledad interior, por el arrepentimiento, por ese “demonio enjaulado” que le llega al no querer asumir la culpa y el pecado. Así estamos.
Pero siempre, la naturaleza es sabia, e indica los pasos a seguir. La fe mueve las montañas, dice la Biblia; sólo la fe conoce el secreto del triste misterio de la existencia, decía por su parte Lamennais; y hasta el caviloso y a menudo revulsivo Unamuno aceptaba que la fe es la fuente de la realidad, porque es vida. Ciertamente, el hombre se encuentra ahora ante la desdicha, pero no hay que pensar, como Shakespeare, que la esperanza es lo propio del desdichado, sino más bien con Heráclito, que anima a aferrarse a la esperanza para poder encontrar lo inesperado, eso que ahora se nos oculta, que no sabemos qué cosa es, pero que sabemos que está allí, esperando que con él nos liberemos del “demonio enjaulado” que ahora llevamos adentro.
Animemos el instante, pensando en nuestros valores eternos. En primer lugar, amemos; caminemos además a partir de ahora, con la verdad; seamos justos; procuremos, sólo eso, procuremos ser virtuosos; hagamos el bien; vivamos en paz; seamos solidarios, humildes, amigos, prudentes, leales, honestos, constantes, sinceros. Este existencial momento que vivimos, y que nos ata a la tristeza, a la soledad interior, a la angustia, pasará, y es posible que vuelva si no asumimos esos valores que he señalado. La experiencia es real, no la olvidemos, no la subvaloremos. Tengamos, pues, fe y esperanza.