EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
El hombre: No un in-merso
sino un extra-verso.
Nos llega la noticia, lamentable y triste, de la muerte de uno de los intelectuales más reconocidos de nuestro país, Don Matías Romero. A sus casi noventa y seis años, (1927-2022), Don Matías ha dejado de pensar como los hombres y trascendió a su topos uranus para hacerlo como los seres superiores.
Miembro de nuestra Academia Salvadoreña de la Lengua, muy apreciado, por supuesto, esta recibe la noticia con mucha tristeza, pero con más fe y agradecimiento, pues Don Matías le dio a esta institución nuestra de la cultura mucho del prestigio con que ella goza en la actualidad. Sabemos que él descansa en paz y tranquilidad, descanso y paz que muy merecidos los tiene.
Don Matías Romero tenía un concepto muy particular e interesante sobre el hombre, concepto que de alguna manera deseo trasladar a los lectores en esta columna. Decía él que “El hombre es un Ser aligado pero no obligado con el mundo, pero obligado aunque no aligado con Dios”.
Filósofo salvadoreño, de recio raigambre escolástico, habla del hombre diciendo que este no es un in-merso sino un extra-verso. Aunque nace del medio, lo supera y se eleva sobre él, superándolo. Por ese superarse, el hombre se crea problemas, por esa actitud habitual y esencial de trascender. Ese trascender del hombre le hace superar varias etapas, que él sitúa en seis:
Una primera esfera, la esfera física y gravitacional, el suelo mismo donde desarrolla sus actividades. El hombre no tiene conciencia de esta condición gravitacional, pero sí la tiene a través de los fenómenos sensitivos. En cambio, las personas que rodean a cada individuo pueden formarse una mejor idea de la condición corpórea de este.
Una segunda esfera, la esfera fisiológica y vegetativa, cuyos fenómenos tampoco le son conscientes sino sólo a través de las excitaciones o perturbaciones que causan en la esfera sensorial. Es una esfera puramente biológica y animal, que ni siquiera llega al nivel de la sensibilidad. Su felicidad, dice Romero, no es sensual sino justamente gástrica.
La tercera esfera, la esfera psíquica sensorial, en donde aparece ya la circunstancia ante un mundo no hecho por nosotros, el medio, dentro del cual estamos extrañamente, difícilmente, que a veces es hospitalario y a veces hostil. Es el mundo de las personas prácticas, en el que no se presta atención a los detalles de la vida.
Una cuarta esfera, la esfera lingüística y social. En esta esfera aparece ya una cómoda y superficial actitud ante las relaciones, sin que ello signifique intimar. En esta esfera no se revela aun el hombre interior sino, al contrario, se oculta. Es una actitud cotidiana locuaz pero superficial y vana, propio de las sociedades modernas tecnificadas y socializadas. Aquí, el hombre es el uno de Heidegger, un ser inauténtico, anónimo, uno de tantos, una persona impersonal, sin compromiso, sin nada.
La quinta esfera, la esfera del pensar inmanente o del espíritu subjetivo. Es la esfera del yo inmanente y cotidiano en el que el hombre es un inquilino conforme y sin ambiciones, que ocupa un lugar en la circunstancia del momento y allí se instala como puede, sin manifestar interés en cambiar nada del medio que le rodea.
Finalmente, la sexta esfera, la esfera en la que el hombre no sólo hace ciencia y desarrolla técnica, sino también filosofa, canta, es poeta y reza. Es la esfera del hombre creador, la esfera del hombre en actitud objetivante y trascendente como actitud que le es esencial e irrenunciable.
Si bien en la esfera anterior el hombre se desentiende del problema de su existencia y se refugia en el pensar inmanente o manente del espíritu subjetivo y así se desliga de los problemas y responsabilidades de la existencia auténtica, en esta sexta esfera del hombre en actitud objetivante y trascendente, él se libra de esa aligación y se religa, librándose así del mundo y devolviéndoselo a su dueño, el único sujeto capaz de explicarlo, un sujeto trascendente al cual debe religarse para que en él descanse y en él se explique. ¿Cómo devuelve el hombre el mundo a ese ser trascendente? En los actos de la religión, que son actos de religación. Mediante este acto de religación, el hombre y el mundo quedan ob-ligados. Este ser trascendente a quien el hombre devuelve, entrega, el mundo, es Dios.
En resumen, el hombre, con el mundo, está aligado pero no obligado; el hombre, con Dios, no está aligado sino obligado. El hombre religioso tiene poco interés en antropomorfizar el mundo o imponerle leyes del sujeto humano. Su deseo verdadero es divinizarlo haciendo que en él se cumplan las ordenaciones de lo alto.