Carlos Girón S.
Osado título para un simple escrito sobre un tema de suyo profundo, sobre el cual se diría que no se pueden aportar argumentos o pruebas de que sí, el hombre sea inmortal. Pero se aborda aquí, para una vez más, como en momentos anteriores, alzar la cabeza sobre el pantano en el que se quiere obligar a todos a permanecer, causándoles asfixia y náuseas. Pero, hay que hacerlo. Servirá para darnos aliento y fortalezas para poder proseguir el camino hacia el porvenir de cada uno, negándose a ser una recua de borregos o astados que son llevados al matadero con resignación.
Sí, el hombre no es ningún jumento al que se le pueden aplicar bridas, para llevarlo a donde sea el capricho de otros, como los poderosos, del cariz y del color que sean. Tal vez por disciplina –que no sumisión— puede aceptarlo, pero sabe que es autónomo y cuando lo quiera puede librarse de ello.
Pero, el hombre no es caballo ni ningún otro animal de carga. Es un ser admirable, maravilloso, excepcional, con cualidades y poderes increíbles, recibidos éstos de la Divinidad, de quien es un hijo predilecto, tal vez único en el Universo –hasta que no se compruebe y demuestre que hay otros iguales o mejores que él en ese ámbito-. Creo que es remoto; de otro modo, ya hubiera sucedido en los tantos siglos que lleva él y la humanidad sobre la Tierra. Aunque, a saber…
Pero, ¿de dónde eso de la inmortalidad del hombre?, ¿Quién se lo ha dicho así?, ¿se lo dijo Su Creador al momento de emanarlo a existencia?, ¿consta en los escritos sagrados o en antiguos palimpsestos o doctrinas de los sabios?
Cualquiera puede decir que es una locura una afirmación de esa clase, como si no se viera que a cada rato, en todas partes, mueren miles de hombres, mujeres y niños.
Quienes conocen que los seres humanos no son solo de carne y huesos, sino que tienen un alma con naturaleza Divina dirían que, por esa razón, es lógico comprender que lo que muere y se destruye, es el cuerpo físico; no el alma. Los componentes del cuerpo se desintegran con la “muerte” y retornan al punto de su origen, la tierra; el alma, con su esencia divina, retorna a ese plano, de donde provino.
De esa manera se puede decir que lo que muere es solo la parte material del hombre, mas no su esencia divina. Así, el Alma, por ésta su condición –como emanación, como la esencia misma del Creador, es eterna, inmortal, va y viene del plano celestial al terrestre y retorna (…) cada cierto tiempo. Por lo tanto, el ser real del hombre es inmortal, eterno también como su Creador, Dios.
Cabe preguntar: ¿si es inmortal el alma, por qué retorna al plano terrenal? Podría responderse que ello es debido a leyes divinas, entre las cuales está, la de Reencarnación y la de Compensación, conocida ésta como Ley del Karma. De acuerdo con la primera, el alma cuando viene al plano terrenal, encarnada en un cuerpo, tiene vivencias y experiencias derivadas de los pensamientos, los dichos y las acciones del cuerpo. Como se sabe, el humano incurre con mucha frecuencia en errores, faltas, abusos y violaciones a las leyes naturales, a veces daños que infiere a sus semejantes, llegando en ocasiones hasta atentar contra sus vida con homicidios, que son faltas graves. La justicia terrena castiga a veces a sus autores, a veces no; pero cuando sucede esto, la justicia divina no falla, y tarde o temprano debe pagar.
No es alma la responsable de esos pecados. Como ella es divina, es pura, no puede contaminarse. Allí aparece lo que se conoce como el alma-personalidad. Es ésta la que se va formando con las vivencias y experiencias, es la responsable de esos errores y faltas del humano. Al morir este ser humano lleva, por decirlo así, aparejadas las manchas de esos pecados. Por eso debe reencarnar para purgarlos con sufrimientos similares, a los que infirió a aquellas sus victimas.
Esta es la Ley de Compensación: pagar por lo no bueno y errado que aquella persona hizo en su vida anterior. Aquí se combinan ambas leyes para que se cumplan los propósitos del Creador; que el hombre regrese a su estado prístino del que provino con el grado de perfección que haya logrado. Esto es la evolución. Evoluciona esa personalidad.
El alma, que es la naturaleza real del hombre, no necesita evolucionar pues es perfecta, eterna e inmortal, por lo cual el hombre es lo mismo: habitante de la eternidad y del Cósmico, junto a su Creador…