El portal de la Academia Salvadoreña de la Lengua
EL HOMBRE Y LA NUEVA ALIANZA
Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
He hablado mucho sobre la soledad. Probablemente. Hablar de cosas tales como la soledad, el silencio, la culpa y la carga pudiera parecer inadecuado en un momento en que, como este que vivimos, lo que parece alumbrar son los mensajes de optimismo y de consuelo, mensajes estos que deambulan mucho en nuestro espacio-tiempo pero que, en lo concreto, nada solucionan, nada resuelven. Son, pues, luces vanas, escasas, débiles, que se apagan al menor contacto con nuestras nudas realidades. No es cuestión inútil hablar de la soledad. Esta categoría existencial refleja el estado del ser en su condición de “ser-para-la-angustia”, “ser-para-la-muerte”, “ser-arrojado-ahí”, constantemente presionado por sus “situaciones límite”. La soledad ha sido incluso enfocada desde la ciencia misma, estableciendo la posibilidad de que con ella el hombre pueda conectarse con la naturaleza y establecer una “nueva alianza” que restablezca el orden perdido por la anterior, como lo intentan Ilya Prigogine e Isabelle Stengers en su famoso libro así llamado. Hablamos aquí de un premio Nobel en Química, (1977), ganador además del Premio Solvay en 1965, el ruso-belga Prigogine, creador de las “Estructuras Disipativas”, base de sustentación de una rama muy actual de la Termodinámica, la Termodinámica del No-Equilibrio; y también hablamos de una reconocida y muy prestigiosa filósofa de la ciencia, Isabelle Stengers. Influidos ambos por la posición de Jacques Monod, reaccionan ambos proponiendo una “Nueva Alianza”, en la que la soledad juega un rol importante. Veamos.
Partiendo de una posición estrictamente científica, “En condiciones alejadas del equilibrio, la materia tiene la capacidad de percibir diferencias en el mundo exterior y de reaccionar con grandes efectos a pequeñas fluctuaciones”, Prigogine y Stengers sugieren la posibilidad de una analogía con los sistemas sociales y con la historia. Ello es lo que les lleva a escribir “La Nueva Alianza. Metamorfosis de la Ciencia”, con el que establecen un vínculo con una obra de Monod, un biólogo molecular francés, premio Nobel en 1965, “El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna”, escrita en 1970. Según Monod, la llegada de la ciencia moderna ha separado el reino de la verdad objetiva del de los valores, produciendo la angustia que caracteriza a nuestra cultura. El único camino que todavía podemos recorrer es el de la aceptación de una austera ética del conocimiento. Con ese propósito escribe Monod: “La antigua alianza está rota; el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del Universo en donde ha emergido por azar…… Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. A él le toca escoger entre el reino y las tinieblas”.
Prigogine, quien fue muy influido por la obra de Monod, aunque sin aceptarla y antes bien viéndola como una oportunidad para una nueva reflexión, está de acuerdo con el rigor y coherencia con que el biólogo francés ha enfocado las consecuencias filosóficas de la ciencia clásica, la llamada “ciencia del reloj”, que pretende determinar las leyes universales de la naturaleza vista como un mecanismo simple e irreversible. Y la nueva reflexión de Prigogine habla de los procesos irreversibles como fuentes de orden y creadores de organización. Para el ruso-belga, el mundo del hombre no puede ser visto como una excepción marginal en el universo. Es posible, para él, reconstruir una nueva alianza entre el hombre y la naturaleza. Monod, dice Prigogine, ha planteado problemas importantes, pero el mensaje debe leerse en el sentido de que ellos deben invitarnos a su superación. “Ya es hora de que asumamos los riesgos de la aventura humana…..ya es hora para nuevas alianzas, alianzas establecidas desde siempre, por tanto tiempo ignoradas, entre la historia de los hombres, de su sociedad, de sus saberes y la aventura explotadora de la naturaleza. Esta es la nueva alianza, y en ella, el saber científico deviene una audición poética de la naturaleza, en un mundo abierto, productivo e inventivo”.
Ello involucra también la necesidad de renovar la visión cultural del hombre. En esta nueva visión, el hombre encontrará y describirá su soledad inmensa. La cultura, en una expresión unitaria, que es la propia, junto a la ciencia, corregirán ese divorcio entre la situación existencial del hombre, en la cual el tiempo desempeña un papel esencial, y la visión intemporal, vacía, de la física clásica.
Prigogine y Stengers proponen, con esta “Nueva Alianza”, una verdadera “metamorfosis de la ciencia”. No es suficiente, dicen, estudiar lo que permanece, sino también lo que se transforma, los trastornos geológicos y climáticos, la evolución de las especies, la génesis y las mutaciones de las normas que intervienen en los comportamientos sociales. Hay que entrar en la “Ciencia del Devenir”, que permitirá construir la “Nueva Alianza”, con la cual se superarán las contradicciones entre las dos culturas. Es la “Nueva Alianza” entre la materia y la vida, entre Carnot y Darwin, entre el tiempo y la eternidad, y entre el mismo Prigogine y Einstein, para quien, este último, “el tiempo es sólo una ilusión”, entre pasado y futuro, que también para el genio alemán de la física cuántica y de la relatividad, era sólo una ilusión, aunque esta vez, tenaz.
No debemos engañarnos, pues. Sobre todo, los salvadoreños debemos obligarnos, al menos de ahora en adelante, a leer los mensajes reales, aquellos que contribuyan a la solución de nuestros problemas. Y estos nuestros problemas están, ni más ni menos, en la existencia, en nuestra existencia concreta, nuda, sobria, acusante, golpeante. Las frases hechas, las escudillas, fáciles y monótonas, que tratan de levantar el entusiasmo, pero acelerando las condiciones para no lograrlo, sobran ya. Es la existencia la que dicta, y a la existencia se llega por el silencio y por la soledad, ese silencio y esa soledad interior que nos reduce, inevitablemente, a la cruda pero real reflexión con nosotros mismos. Así lo ha dicho Kierkegaard, y Sartre, y Camus, y Heidegger, y Marcel, y Jaspers, y tantos otros. Y así nos lo van ya haciendo ver los científicos, que tienen que ser filósofos necesariamente, y probablemente lo son, y más que muchos que así se lo creen. Se filosofa, sí, desde la admiración, pero también desde la desesperación, y por supuesto, desde el conocimiento. Ilya Prigogine, e Isabella Stengers, vienen urgiendo por esa “Nueva Alianza”. ¡Eso es hablar bien! ¡Eso es un buen mensaje!
Y no sólo ellos. Sólo recordemos a C. P. Snow, que en su discurso sobre “Las dos Culturas”, pronunciado en 1959, nos recuerda la necesidad de superar esa negativa y perversa ruptura entre las ciencias y las humanidades, provocando una especie de interdisciplinariedad que haga posible la unión entre dichas formas de conocimiento, entre esas dos formas de visiones del mundo. Snow era un científico, pero también un novelista. Hay que vencer las dos culturas, porque en el fondo son una. Hay que construir el atanor que permita la síntesis entre ellas, síntesis que provocará la correcta interrelación entre el hombre y la naturaleza. La conferencia de Snow, llamada “Las dos culturas y la revolución científica”, contiene su famosa afirmación de que un escritor que no haya leído la segunda ley de la termodinámica, es como un científico que nunca ha leído una obra de Shakespeare. Ambos, ignorantes, incultos.
No nos aturdamos con tonterías, no nos alienemos más con el discurso inútil, no nos dejemos engañar con frasecillas que esconden propósitos insanos. Refugiémonos en nuestra soledad interior, situémonos en el silencio eterno de nuestras conciencias, hagamos una reflexión honda y sincera. Y entendamos lo necesario de esa fusión que debe haber entre hombre y naturaleza. Claro, uno no es el otro, pero el uno sin el otro no es. De otra manera, no nos quedará más alternativa que hacernos idiotas a nuestra manera.
Es obligación de todos, sí, hacer esa reflexión. Pero debo decirlo: Es a los dirigentes políticos del país a quien les corresponde hacerla, en primareidad. No veo que lo hagan, es posible que sea mucho pedir.