EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
En cierta ocasión llegaron unos ascetas brahmánicos a Atenas, y encontrándose con Sócrates le preguntaron qué pretendía con su filosofía. El filósofo respondió: Investigar, saber de las cosas humanas. Riendo, los brahmanes le dijeron: ¿Cómo puede el hombre entender las cosas humanas si ignora las divinas?
También San Pablo discutió con los filósofos en Atenas, y cuando estos le preguntaron por la doctrina que predicaba, el apóstol respondió inmediatamente: La doctrina que anuncia al Dios desconocido, el mismo que los filósofos adoran sin conocer.
Así anuncia Vicente Fatone el problema de las relaciones del hombre con Dios. El hombre es algo para el filósofo, es algo para el asceta, y es algo para el apóstol; es decir, es algo para la razón, algo para el sentimiento y algo para la voluntad. Son los caminos, los tres únicamente del hombre en la vida.
El mundo existe, y con él, el hombre. Pero el mundo, y con él el hombre, hubiera podido no existir. El hombre es, así, un ser contingente, como lo es el mundo. No es forzoso que exista el mundo, no es forzoso que exista el hombre; pero si el hombre hubiera podido no existir, ¿cómo es que existe?, ¿porqué es que existe? Si lo que hubiera podido no existir, existe, es porque hay algo que no puede no-existir, y que ha dado existencia al hombre. Hay entonces un ser forzoso, un ser que para existir no necesita de otro, un ser que se basta a sí mismo, un ser que sacó de la nada a todos los seres contingentes, esto es, un ser necesario; porque si existe lo contingente ha de existir lo necesario, lo que no hubiera podido no-existir.
Estas son las interrogantes que la filosofía, la ciencia y la religión se han empeñado en soslayar, que han intentado evadir. La filosofía, la ciencia y la religión se han empeñado en explicar cómo llegó el hombre al mundo, y cómo hace su vida en el mundo, pero no han podido o no han querido explicar porqué llegó el hombre a la vida y qué hace el hombre en la vida. Ha habido, pues, una evasión a la pregunta por la verdadera condición humana, y esa ha sido la fundamental insuficiencia de la antropología. Para Sócrates, era suficiente decir que el hombre procede de la eternidad y a ella volverá; para el asceta, el hombre es de la misma naturaleza que el dios supremo y en él dispone de un refugio inviolable; para el apóstol, el hombre es todo uno con Dios. Pero ello no es suficiente, falta un únicamente previo, primario, el que responde no al hombre en la vida sino al porqué del hombre en la vida. Y es que hubiera podido no haber nada, pero hay algo, y en ese algo está el hombre, y es razonable pensar que está ahí por alguna razón, o por lo menos, hacerse la pregunta. Es la pregunta del únicamente que falta, la pregunta de el hombre en busca del sentido. Esta es la pregunta que más adelante encontraremos en la letra de Heidegger cuando este se interroga sobre el porqué es el ente y no más bien la nada. Y esta es, más bien, la contradicción que habrá que resolver.
Ya en 1934, Einstein, (Ideas y opiniones), se hacía la pregunta por la vida. ¿Cuál es el sentido, el significado, de la vida humana?, se preguntaba. Pero el gran físico y filósofo remitía la respuesta a la religión. ¿Tiene sentido tomar postura ante esta pregunta? Y él mismo respondía: El hombre que observa su propia vida como algo sin sentido no es solamente infeliz sino no está preparado para vivirla. Ciertamente, pues, para Einstein, la pregunta fundamental tenía sentido, era razonable su planteo. El verdadero valor del ser humano se determina primariamente por la medida y el sentido con el cual logra la liberación de sí mismo. No puede leerse fácilmente a Einstein. Un hombre tan particular y especial debe ser considerado en sus ideas de una manera también muy especial. Inquirir por el significado y el objeto de la existencia le parecía a él un absurdo desde un punto de vista absolutamente objetivo. La vida, pues, se hunde en el misterio, y tratar de resolver tal misterio era para él no sólo innecesario sino perjudicial. La más bella experiencia que puedo tener es el misterio mismo, -decía-. La emoción fundamental que permanece a la base del verdadero arte y de la verdadera ciencia, es el misterio. Es la experiencia misma del misterio, mezclado con el temor, lo que ha engendrado a la religión. El conocimiento de la existencia de algo que le es impenetrable al hombre, nuestras percepciones de las más profundas razones, y la más radiante belleza, que sólo en sus más primitivas formas son accesibles a la mente humana, ese es el conocimiento y esa es la emoción que constituyen la religiosidad.
Einstein, entonces, consideraba que la mente humana no tenía capacidad para entrar en el misterio de la vida, y creía que ello era una condición conveniente para el hombre. Envolverse en el misterio de la vida sabiendo de antemano que no se llegará a la solución, era la mejor de las condiciones del hombre para el gran físico alemán. Por ello, la respuesta debe buscarse en la religiosidad, en la que se guarda celosamente ese algo que le es impenetrable al hombre.
Esa era, precisamente, la religiosidad que siempre acompañó al gran científico.