Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua
Hay algunas pretensiones que buscan instaurar un idioma universal, particularmente en el mundo de lo negocios. Estas, cada día son, en nuestro país, más fuertes e insistentes. Pareciera que el desarrollo nacional se redujera sólo a eso. Esta situación debería ser vista con un poco más de detenimiento, con una mayor dosis de reflexión, y, dicho esto con el mayor respeto, también con mayor cordura. El idioma no debe ser interpretado así tan simplemente, y una cultura no puede cambiar su idioma como se cambia una cosa, una nuda cosa. El idioma tiene otras categorías que deben conocerse antes de sacrificarlo. Las posturas que se escuchan en el diario acontecer nacional, sobre todo en el político, corren todas en ese sentido, en la insistencia de hablar otro idioma de manera universal. Respeto tales posiciones, pero creo que merecen una reflexión desde ámbitos de opinión más amplios y más calificados.
La pretensión de un idioma universal no es nueva. Pero sus motivos han sido diferentes. En ello había motivos más sociales, que partían de la misma naturaleza del humano como habitante de este mundo. No era un motivo material, en el que el negocio fuera lo determinante; el idioma universal buscaba llenar otros propósitos, estos, en muchos casos, diferentes. Recordemos el Esperanto, la idea novedosa aquella del polaco Zamerhof, que buscaba una lengua neutra e internacional, pero que no pretendía sustituir a los idiomas nacionales. El Esperanto aun se habla y se practica en muchas partes del mundo, con su sistema único de símbolos. Se dice que lo hablan aun unos dos millones de personas dentro de ámbitos muy particulares. El mismo Francisco Gavidia, nuestro gran olvidado, buscaba instaurar un idioma universal, al que llamaba “idioma Salvador”. Hay que ver esto en su contexto: En primer lugar, el contexto de “Nación”, que ha cambiado ahora radicalmente. Si los estoicos aquellos del “tiempo guía” vivieran, y si su contexto de ser “ciudadanos del mundo” se mantuviera, posiblemente instaurarían un idioma universal. Ahora es otro el tiempo que corre, y como el tiempo es uniforme y no tiene retorno, como dice la Termodinámica, no es aquello posible.
Las diferentes lenguas obedecen a un castigo divino, según el mito bíblico. Las mitologías en general, no participan de que el hombre haya sido el creador de las lenguas, sino que en ellas ha estado la acción divina. Como sabemos, en el relato bíblico de la Torre de Babel, el hombre, por su arrogancia y por su orgullo, fue castigado confundiéndolo en el uso de diferentes lenguas para evitar que pudieran comunicarse y organizar sus acciones. Dios castigó al hombre, pero en su infinita misericordia, le abrió con ello nuevas oportunidades para compensar su error de pretenderse absoluto, (cosa que aun sucede, cuando los humanos piensan corregir el rumbo de la naturaleza, sin entender que ante ella son infinitamente pequeños; es el caso este del cambio climático). La dispersión de las lenguas se concreta así, en el relato de la Torre de Babel, como un castigo al hombre por sus pretensiones de construir una obra que alcanzara al mismo cielo. Pero sería un error grave interpretar que porque la existencia de diferentes lenguas obedece a un castigo, sería lícito y conveniente, una vez compensado el error, volver a una lengua única y universal. La historia, aunque no es lineal, y hay ‘suma de historias’, no permitiría una reversión de tanto alcance, pues con ello se estaría contraviniendo una ley científica de validez universal: El universo, en vez de volverse entrópico, se volvería más ordenado, y comenzaría a contraerse, disminuyendo la energía universal.
La lengua es otra cosa, es algo que en su esencia contiene una profundidad enorme y compleja. Hablaba Humbolt de la necesidad de “retener la lengua como ‘visión del mundo’ y como ‘espejo de la peculiaridad espiritual de las naciones’ “, y agregaba que “la esencia del lenguaje es el acto viviente del hablar”. Ciertamente, y es que a veces, los puristas del idioma se preocupan mucho del acto lingüístico, olvidándose del lenguaje mismo, y más aun del hecho de hablarlo. “El lenguaje es un fenómeno humano originario”, remataba este autor. Y terminaba con una frase que es lapidaria en ese sentido: “El lenguaje no es sólo una de las dotes que tiene el hombre para estar en el mundo, sino aquello por lo cual el hombre ‘tiene un mundo’ “. El hombre no está ‘encastrado en el ambiente’, como los animales, sino que, como afirma Gadamer, el hombre presenta la característica de ‘libertad de ambiente’ que no presentan los animales. Dice Gadamer que “los animales pueden abandonar su ambiente de origen y vagar por toda la tierra, sin que con ello puedan liberarse de la dependencia de su relación con el ambiente……en cambio, el hombre ‘se eleva al mundo’ sin que ello signifique que abandona su ambiente sino más bien que toma una nueva posición en su relación con él”. Y termina Gadamer diciendo que este ‘alzarse al mundo’ del hombre, lo debe al lenguaje. “Tener un mundo significa reportarse al mundo, tener un mundo, tener un lenguaje”, dice. “Quien tiene un lenguaje, tiene un mundo”, repite. “No sólo el mundo es mundo solamente en cuanto se manifiesta en el lenguaje; el lenguaje, a su vez, tiene existencia sólo en cuanto con él se representa al mundo”.
Nuestro idioma es el español. El español es un idioma fuerte, histórico, hermoso, dinámico. Y por ser dinámico es abierto, y sufre las influencias enriquecedoras de otras lenguas. El nahua-pipil lo ha enriquecido soberbiamente; ya de esto nos han ilustrado don Pedro Geoffroy Rivas y don Matías Romero. El árabe de igual manera; e incluso el griego y el latín, ¿qué idioma no lo ha sido? Y también, pues, el inglés. Pero un idioma se enriquece cuando se abre a la influencia cultural de otros idiomas, sin negarse, y no cuando otros idiomas intentan sustituirlo, arrogándose universalidades que no tienen. Negar a Lope, y a Cervantes, y a Menéndez Pidal, y a Menéndez y Pelayo, y a Góngora, y a Darío, y a Miguel Ángel Asturias, y a Andrés Bello, y a Rómulo Gallegos, y a nuestro Gavidia mismo, entre tantos, sería un desatino, mayúsculo, fatal, lamentable. Este asunto de enseñar otro idioma como regla universal en nuestro sistema educativo, y extender eso a todo nuestro país, es algo que quienes lo proponen deberían explicarlo suficiente y cultamente al pueblo. Es que ello suena todos los días y en todos los instantes en nuestros medios políticos, quienes lo expresan como una especie de panacea divina. Es muy fácil decirlo, pero creo que merecería una amplia discusión. Las universidades, nuestro Ministerio de Educación, las asociaciones y colegios profesionales, las iglesias mismas, deberían hacer esta reflexión. Mas bien, pienso que están obligados a ello. Por supuesto que la Academia Salvadoreña de la Lengua estaría en la mejor disposición de participar, y lógicamente, muy contenta de hacerlo.
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