José M. Tojeira
Hace quinientos años, los conquistadores españoles justificaban la guerra y el robo a los indios diciendo que éstos últimos sacrificaban personas a sus dioses. El obispo Bartolomé de Las Casas, que estaba en contra de las guerras y el robo y defendía a los indios decía: “los españoles han sacrificado más indios en cada año a su diosa muy amada, la codicia, que en cien años los indios a sus dioses”. En otros lugares, el mismo Las Casas afirmaba que el oro era el verdadero dios de los conquistadores. Todos en El Salvador recordamos las palabras de Monseñor Romero que aseguraba que la primera causa de los conflictos y la violencia en el Salvador se debía a la idolatría de la riqueza.
Hoy, cuando oscuras nubes gubernamentales desean eliminar la prohibición de la minería metálica en El Salvador, invocando una supuesta enormidad de oro mezclada con la tierra de nuestro país, es necesario recordar a estos dos obispos y a mucha otra gente que inspirados en ellos y en las necesidades de El Salvador, lograron que se prohibiera la minería metálica.
Y es que la minería metálica es muy agresiva. Y las empresas canadienses, chinas o norteamericanas tiene fama bien ganada de ser depredadoras y destructoras del medio ambiente. En la Argentina la empresa canadiense Barrick Gold y la empresa china Shandong Gold que trabajan asociadas, han sido responsables de al menos cinco derrames tóxicos. En el Estado de Sonora, en México, ha habido frecuentes derrames contaminantes de varias minas canadienses y norteamericanas. Argentina es el octavo país más grande del mundo y tiene una densidad de población que no llega a los 20 habitantes por kilómetro cuadrado.
El Estado de Sonora es casi nueve veces más grande que El Salvador, y su densidad es de 16 habitantes por kilómetro cuadrado. En otras palabras, hay mucho territorio poco poblado. Y aún así los derrames tóxicos han hecho severos daños. Frente a esos países El Salvador es un país territorialmente pequeño y con una densidad de población de aproximadamente 300 habitantes por kilómetro cuadrado. Es decir, un país muy poblado, con gente por todas partes. Los daños en nuestro país pueden ser catastróficos, y más si los vertidos tóxicos alcanzaran al río Lempa, cuya cuenca baña al menos dos terceras partes de nuestra patria.
Es probable que haya personas que piensen que dada la angustiosa situación económica de El Salvador, la minería podría suavizar la situación. O en otras palabras, volver menos amarga la medicina que según el Gobierno necesita nuestro país. No son así las cosas. Las mineras de capital extranjero aportan posibilidades de trabajo, pero destruyen el medio ambiente y dañan por siglos terrenos que podrían ser productivos. Viendo los cráteres envenenados y deforestados que dejan las minas a cielo abierto cuando se van sus dueños, nadie puede negar esto último sin mentir.
Las empresas mineras contaminan el aire al remover tanta tierra, levantan polvaredas tóxicas y eliminam los árboles donde remueven la tierra. Usan en demasía el agua para lavar la tierra en la que el oro se esconde en pequeñas partículas y envenenan las aguas superficiales con sustancias como cianuro, arsénico, mercurio y ácido sulfúrico, que utilizan para separar el oro de otros metales con los que está mezclado. Si se produce un derrame de las aguas que almacenan en pequeñas represas para reutilizarlas, los daños en nuestro país serían gravísimos. Dañan además los acuíferos subterráneos cercanos a la mina, por las filtraciones del agua que utilizan. Entran en conflicto también con las comunidades del entorno. Contaminan el aire de nuestras aldeas y pueblos, les quitan tierras y agua, y envenenan la convivencia con su propaganda divisiva y su odio a los defensores del medio ambiente. Y por si fuera poco, en un país como el nuestro, con amenazas de terremotos, inundaciones y deslaves, los riesgos de tragedia son demasiado fuertes.
Sólo el ídolo de la riqueza de empresas extranjeras, extractivistas y egoístas, puede contemplar insensible, egoísta y fríamente los peligros para un país pequeño, superpoblado, con riesgos climáticos y sísmicos y con problemas serios de pobreza y vulnerabilidad, y tratar simultáneamente de engañarnos hablando de minería verde. Si las mineras llegaran a venir, al final, cuando se hayan llevado el oro para sus tierras, nos dejarán como herencia más pobreza de la que encontraron al llegar y más personas enfermas y físicamente reducidas por la contaminación y los accidentes. Es totalmente cierto lo que nos decía el domingo Monseñor José Luis Escobar: “Sabemos que las empresas mineras se llevan todo y dejan a los países el 1%. Es un saqueo. Después de 500 años que se vuelva a repetir, no es justo”.