Por Mauricio Vallejo Márquez
Las mañanas me parecen agradables, sobre todo en mayo con esa dulce sensación de lloviznas acentuándose a cualquier hora. Cuando llegaba al colegio veía los pasillos inundados de zompopos, de esos con alas que en otros países se los comen.
En aquellos días cuando un teléfono estaba atado a la pared y no tenía idea de lo consciente que era de mi entorno. Sin embargo, disfrutaba a plenitud aquellos gigantescos insectos que parecían salidos de alguna película de horror o de ciencia ficción.
A mis compañeros les daba por ponerlos a combatir. Improvisan un rectángulo dibujado con una paleta en el polvo para montar el ring donde se veía todo tipo de crueldades con esos animalitos que terminaban sin cabezas o sin patas, aquello era un reflejo de lo que se iba desarrollando en nuestra guerra civil. Algunos niños eran estimulados a ser crueles, otros lo tenían en la sangre. A mí me fascinaba ver esos insectos, tanto que los llevaba a mi casa para hacer colonias, ciudades. Pero mi incipiente conocimiento jamás me lo permitió, así que abandoné la iniciativa ante el número de intentos igualado al número de muertes.
La otra cosa que me fascina de mayo es el tiempo lluvioso y caminar bajo el cielo nublado con la sensación del calor que augura la lluvia. Incluso lo disfruté siendo víctima del tiempo y resguardado bajo un techito mientras las calles se volvían caudalosas y crecían en agua turbia y sucia para al final solo dejar un tinte de humedad.
También me encantaba salir a caminar bajo la lluvia. En ocasiones me encontraba personas que me ofrecían aventón, preocupados porque me veían con mi sombrero destilando gotas que rehumedecían los hombros de mis camisas y que caían pesados azotando el suelo.
En mayo despedimos la primera mitad del año cediéndole el honor de ser esa mitad a junio. Nos da pie para pensar en lo que fue y en lo que será, como los instantes finales cuando estamos a punto de tomar un avión. En fin, así es el tiempo, se marcha y queda el recuerdo.
Mayo es un recuerdo, es el pasado. Un tiempo pretérito lleno de zompopos y lluvias, pero imposible de olvidar.
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