Herbert Vaquerano Huezo
Escritor
para mí
Elvirita había cumplido ya sus dieciséis primaveras, parecía una fresca fruta madura y sentía que algo extraño, pero insistente, burbujeaba dentro de ella, como que fuera en su corazón.
Aquél, como todos los días había ido a lavar a la poza y se extasiaba viéndose en el agua cristalina sus formas redondeadas que eran cerros dormidos, pero ardientes como magma…Esas formas se habían desarrollado notablemente…
Pero esa fuerza inexplicable continuaba como un remolino dentro de su cuerpo…comezón de la misma naturaleza de la adolescencia.
Por desgracia, su nana, mucho menos su tata, no le habían explicado nada sobre la sexualidad, debido quizá a los famosos tabúes que encarcelan a las mentes ignorantes.
Como designio del destino apareció de pronto en la poza, Godofredo, hijo de Don Miguel Angel, hacendado del lugar…Parecía para Elvirita un “príncipe azul”, con sus ropas de terrateniente, su potro de pura raza, sus pistolas y su radiante contemporánea edad…Demás está decir que Godito (hipocorístico de Godofredo, nombre que seguramente viene de los visigodos que reinaron en España) sintió ese hormigueo dentro de su corazón y su garganta (la glándula tiroides está relacionada directamente con la sexualidad)…Ese remolino de pasión desentrenada accionó al joven para que comenzase a chulear a la cipota quien respondió con actitudes como que queria y no quería y fue rindiéndose a las “piropeadas” del joven y entre resistencias débiles y suspiros y caricias…las cosas llegaron a más…
De haber tenido otra orientación sobre estas fuerzas internas de los seres humanos, llamados instintos, Elvirita tal vez no hubiese tenido que ser madre soltera tan joven.