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El intento de golpe, el autogolpe y el verdadero golpe

Leonel Herrera Lemus*

I. El intento de golpe

La irrupción del presidente Nayib Bukele en la Asamblea Legislativa, acompañado de militares y policías, el pasado domingo 9 de febrero, constituye un “intento de golpe” del Ejecutivo contra el Parlamento; y ninguna persona con pensamiento y convicciones democráticas puede avalarlo. Ni el desprestigio de la clase política ahí representada, ni la negativa de los diputados y diputadas de aprobar el préstamo para seguridad pública, lo justifican: porque esos legisladores “sinvergüenzas” o “malvados” han sido, igual que el presidente, electos por el pueblo; porque en existe independencia entre los tres poderes del Estado; y porque hay procedimientos legales e institucionales que deben respetarse.

La inmensa mayoría de constitucionalistas y centros de pensamiento jurídico, desde FESPAD hasta FUSADES, señalan que la apelación presidencial a las disposiciones del artículo 167 de la Constitución no es válida y que la facultad excepcional del Consejo de Ministros para convocar a la Asamblea no aplicaba en este caso. Y el llamado de Bukele a la insurrección, amparado en el artículo 87, es todavía menos legítimo, pues este es un derecho que puede ejercer el pueblo contra los gobernantes que han subvertido el orden constitucional; y no al revés.

Lo actuado por Bukele fue, por tanto, un grave atentado con la institucionalidad, el Estado de Derecho, el orden constitucional y la democracia. El presidente pudo haber llamado a la población a exigir y a “presionar” a la Asamblea; pero no ir él mismo con el Ejército y la Policía a pretender obligar a los diputados a votar por el crédito, usurpar el puesto del presidente legislativo y amenazar con disolver el Congreso.

II. El auto golpe

En su delirio autoritario, el presidente no previó algunas consecuencias negativas o “tiros por la culata” que pueden hacerle pagar altos costos políticos. Bukele mostró más clara y contundentemente su visión impositiva de gobernar: no es afín al diálogo, no busca acuerdos, es intolerante y no respeta las reglas democráticas más básicas como la independencia de poderes.

El primero es que, con el “monstruito” antidemocrático que encarnó el pasado domingo, Bukele defraudó a los sectores democráticos y hasta progresistas que lo apoyaban o le daban el beneficio de la duda; generó rechazo unánime en los más diversos sectores del país, desde las organizaciones de izquierda hasta la ANEP; y no logró ningún apoyo relevante, más allá de los militantes del partido Nuevas Ideas (varios empleados públicos obligados) y la minoría de diputados que asistió a la fallida reunión extraordinaria del Parlamento. Ni siquiera el embajador de Estados Unidos, Ronald Johnson tuvo margen para respaldarlo -al menos públicamente- y tuvo que pronunciarse en favor del “diálogo” y el “respeto a la Constitución”. Al tener que utilizar la fuerza militar y policial, Bukele se ha mostrado débil.

El segundo es que con su diatriba contra la Asamblea, Bukele le ha dado un respiro a la clase política desprestigiada que él dice combatir; y, sin quererlo, el presidente ayudó a los diputados y diputadas que hoy se ven legitimados ante presiones ilegítimas del Ejecutivo y el intento de golpe presidencial. El torpe discurso que metió a todos los legisladores (adversarios y aliados) en el “mismo huacal” los unió y logró una condena parlamentaria unánime. Con su desafortunada acción, el presidente -incluso- sacó momentáneamente del debate públicos las denuncias sobre las negociaciones de políticos con pandillas y la discusión misma sobre el préstamo para seguridad.

Y el tercero es que su buena imagen internacional de “presidente milenial” quedó destrozada por las imágenes difundidas en todo el mundo por la prensa extranjera. Seguramente muchos están de acuerdo con la actuación del presidente y le seguirán apoyando o admirando; pero muchos se preguntan cómo un gobernante joven, “milenial”, “cool” y adicto a los “selfies”  es autoritario, comulga con anquilosadas ideas antidemocráticas y no tiene escrúpulos para ir con militares y policías a tomarse el Parlamento. Más de alguno ya escribió que “el general Martínez también era milenial”.

Muchos se preguntan cómo un gobernante que critica por antidemocráticos a Nicolás Maduro y Daniel Ortega, hace cosas iguales o peores. Tampoco entienden cómo un presidente que buscaba dar una buena imagen de El Salvador para atraer inversiones, no evitó incorporarlo a la lista infame de “países golpistas” como Honduras, Paraguay, Brasil y Bolivia.

III. El verdadero golpe

Pero lo del presidente Bukele no ha sido un fracaso total. Es más, los daños antes mencionados podrían ser sólo “colaterales” en la medida en que Bukele sí logró un objetivo más importante que aprobar los 109 millones de dólares: lanzar su campaña para las elecciones legislativas del 2021, en las que pretende tomar el control de la Asamblea.

Analizando los hechos en clave electoral, Bukele llegó a lanzar la campaña proselitista. Su irrupción en la Asamblea y la usurpación en el Salón Azul era para decir: tenemos que sacar a estos diputados y meter a los nuestros; “no apretar el botón” significa no tomar la Asamblea por la fuerza ahora con los militares y policías, sino a través de las próximas elecciones.

El propósito electoral explica el uso de dos elementos fuertes en el imaginario colectivo: el autoritarismo y el sentimiento religioso; por eso la presencia militar y los gestos de matonería política presidencial, y por eso también la dizque oración del mandatario. Esto se complementa con la reedición del discurso antisistema utilizado por Bukele en las pasadas elecciones, que ahora vuelve para contrarrestar la respuesta de la Sala Constitucional, la Fiscalía, PDDH y otros instituciones.

Así que el verdadero golpe será en febrero del otro año, será legal y democrático. Con el desprestigio de los partidos tradicionales y la ausencia de nuevos sujetos políticos, Bukele aspira lograr mayoría parlamentaria con la cual podría elegir Fiscal General y magistrados de la Corte Suprema de Justicia afines; así tomaría el control total del aparato estatal, como JOH en Honduras, Ortega-Murillo en Nicaragua o Maduro en Venezuela. Algunos analistas, incluso, creen que podría reformar la Constitución.

Ciertamente hay serias dudas sobre ¿para qué podría utilizar Bukele este poder?, ¿sería para profundizar la democracia y desmontar el neoliberalismo? Eso es poco creíble, pues las señalas que ahora nuestra el presidente apuntan más a reforzar un proyecto personalista, autoritario, antidemocrático y sin perspectiva de cambios en sentido progresista. Ojalá quien escribe esté equivocado.

*Periodista. Director ejecutivo de la Asociación de Radiodifusión Participativa de

El Salvador (ARPAS).

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