Oscar A. Fernández O.
En estos comienzos del Siglo XXI, viagra con solo quince años recorridos, discount el jazz se vuelve más vagabundo que nunca. Viajar es para los músicos el trabajo, no rx tocar el premio. Deambular y viajar entre aeropuertos, ciudades y continentes es parte del proceso creativo del músico que intenta abrirse paso en medio del caos de esta sociedad del caos creada por el mercado capitalista y el desenfreno tecnológico; caos y crisis que azota con fuerza en estos primeros años del Siglo XXI, a la mayor parte de la humanidad.
La música y las artes en general son también víctimas, digámoslo así sin querer ser trágico, de esta lujuria cultural, haciendo, en nuestro caso, que muchísimos músicos de jazz vuelvan su vista y sus pasos hacía la cuna del jazz: los Estados Unidos.
En ese ir y venir, el jazz sufre las ventajas y los inconvenientes de la llamada globalización, un fenómeno de masas que lo mismo permite oír prácticamente en casa desde cualquier dispositivo con acceso a Internet la música grabada que se hace en todos los rincones del mundo, lo cual no es perjudicial, salvo que este hábito, la mayoría de las veces, no produce ninguna ganancia para el compositor, el arreglista y los grupos de jazz. Eso sí es un enorme perjuicio económico, que repercute de manera negativa en la creatividad de los músicos que ven como su intelecto creativo no es recompensando. El jazz entonces sufre.
No tenemos una bola de cristal para adivinar el futuro del jazz, ni para saber por dónde irán los derroteros en materia discográfica, pero en estos primeros años de las primeras décadas del siglo XXI, se constata cierta adherencia al pasado de la que costará trabajo escapar. La crisis azota con fuerza medio mundo y Europa, la vieja Europa a donde peregrinaban los grandes “tótems sagrados” del jazz, es hoy tierra hostil.
Como consecuencia de ello, existe un enorme déficit didáctico que impide que el jazz entre en las Escuelas de Música, en las Academias y Conservatorios. Salvo honrosas excepciones, como la Escuela Superior de Música de Catalunya, o el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS), los poderes públicos, las administraciones y las instituciones de la llamada zona euro, no apoyan la difusión del jazz en las escuelas de música, al mismo tiempo que éstas decaen por doquier. (Blog Apoloybaco)
De alguna manera, sólo la iniciativa de algunos músicos y mecenas están procurando que la música de jazz perviva en este páramo cultural en el que se está convirtiendo Europa.
En Estados Unidos, más allá de las fronteras de Nueva York, continuan apareciendo en los últimos años una serie de artistas que desarrollan el grueso de su trabajo -en el que reelaboraban los conceptos establecidos por generaciones de jazzistas anteriores de múltiples y creativas maneras- ya en el nuevo siglo. El bajista de San Francisco Michael Formanek debutó con Wide Open Spaces (1990), un disco que inaugura una carrera marcada por el gusto por la experimentación. (Scaruffi, 2007)
El compositor Joe Maneri editó su primer álbum de jazz (Kalavinka, 1989) con 68 años, y desde entonces no ha cesado en sus exploraciones. El yugoslavo Steven Tickmayer co-lideró The Science Group (1997-2003), un nuevo intento de fusionar la música de cámara con la improvisada, y el argentino Guillermo Gregorio desarrolla también su actividad entre la música clásica de vanguardia y el free jazz (Approximately, 1995; Ellipsis, 1997…), y el canadiense Paul Plimley inaugura su ecléctica carrera con When Silence Pulls (1991), un disco inspirado en el piano de Cecil Taylor. (Berendt, Joachim: 1994).
El trompetista Greg Kelley investigó la fusión entre la música concreta y el free jazz en Trumpet (2000), el multi instrumentista Eric Glick-Rieman mostró su virtuosismo en Ten To The Googol plex (2000) y el violinista canadiense Eyvind Kang, uno de los más eclécticos músicos de su generación, desarrolló su obra (Virginal Co-ordinates, 2000) entre el rock, el jazz y la música clásica. También a comienzos de los años 2000, aparecieron los discos de confirmación de músicos como el trombonista Josh Roseman, el contrabajista Ben Allison, el saxofonista David Binney, o el pianista Jason Lindner, todos ellos norteamericanos. Destacan también los trabajos del francés Erik Truffaz y del trompetista israelí Avishai Cohen.
Ya no están en el mundo de los vivos músicos como Parker, Miles o Monk, y es el tiempo de que otros tomen el relevo generacional. Y el peor favor que se le puede hacer al jazz y a esos músicos que vienen apretando fuerte, es querer compararlos con los anteriores. No hay, ni habrá otro Charlie Parker, ni otro Miles Davis, ni ninguna sucesora de Billie Holiday o Ella Fitzgerald. Hoy es el tiempo de Avishai Cohen, Joshua Redman, Omer Avital, Ken Vandermark, Cécile McLorin Salvant, Nate Wooley, Aron Diehl, John Medeski y tantos otros que quieren ser protagonistas de esta gloriosa música en estos nuevos tiempos.
Saludos.