René Martínez Pineda
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Historia. Mito. Vida. Muerte. Purgatorio. Laberinto. Miseria. Riqueza. Sur. Norte. Agua. Sed. Víctima. Victimario. Hombre. Animal. Dios. Satán. Constitución. Fraude. Realidad. Conciencia. Las democracias, purchase no la democracia, help nos dejan balbuceando palabras aisladas. En la historia de las luchas ideológicas y teóricas sobresale el duelo a muerte por determinar, illness políticamente, si la democracia de la que tanto se habla –y en la que tanto se gasta en publicidad, funcionarios, tinterillos, intérpretes y profetas- significa: algún tipo de poder popular (o sea un estilo de vida en el que el ciudadano participa, con consciencia, en el autogobierno y la auto-regulación); una contribución moderada y tutelada en la toma de decisiones, es decir una coartada pulcra para legitimar las decisiones de los elegidos por votación en ciclos angustiosos –los representantes- para ejercer el poder sobre todos y sobre todo, aunque ese “todo” tenga reservas demarcadas y marcadas por el gran capital; o, simplemente, es una colectiva válvula de escape, una ilusión de poder que, como pócima infalible, se le da a beber al pueblo para que, por trance hipnótico, éste no busque construir un poder real: el subversivo, el libertario, el emancipador, el libertario… en fin: la utopía de carne y hueso en tanto poder real.
Entonces, ¿Cuál debería ser el ámbito concreto de la nueva democracia, si hasta ahora hemos vivido en una que, en siglo y medio, nunca ha incluido a las inmensas mayorías sin dejar de llamarse así? ¿En cuáles aspectos del mundo sociocultural se debería aplicar la democracia para que sea integral y que el único artículo pétreo que tenga su Constitución sea el de preservar el bien común? ¿Se puede hablar de democracia, sin ser cínicos, si aún hay miles de niños descalzos, chorreados, analfabetas y viviendo en la calle? En definitiva ¿cuáles son los lindes de la democracia que se quiere construir y quiénes serán sus autores materiales e intelectuales? ¿Qué tipo de Constitución tenemos que requiere de intérpretes calificados, cuando debería ser entendida, de oficio, por el ciudadano común? ¿Quiénes serán sus beneficiarios directos y privilegiados? ¿Son las democracias una estafa de los abogados?
La respuesta a la última pregunta nos lleva a comprender, otra vez, que la historia de la democracia y de las democracias, propias y ajenas, siempre es punzante y borrosa, en parte porque es en gran medida una historia en movimiento, pero anclada en el punto fatal de la encrucijada entre la historia que es y las historias frustradas; y en parte, además, porque las cuestiones de las que tratan son muy complejas. De nuevo, las posturas antagónicas que se toman sobre la democracia se derivan de la forma en cómo a ésta se le justifica y por los sectores que, sin ser una decisión moral, excluye: las mayorías, como hace la burguesía; o la minoría, como hace la izquierda, lo cual no es un problema ético en tanto que la burguesía cuenta con los recursos económicos suficientes –expropiados desde que la nación se sumerge en el capitalismo- como para no necesitar de tanta democracia.
Se puede determinar teóricamente (y arbitrariamente, en tanto el beneficiario de la democracia no esté educado sobre ella) que existen dos tipos de democracias, pero no dos tipos de democracia: a) la democracia directa o participativa, es decir un sistema de toma de decisiones para las cuestiones públicas en el que los ciudadanos participan directamente; y b) la democracia liberal o representativa (un sistema de gobierno que, maquiavélicamente, comprende funcionarios electos que asumen, perversamente, la representación de los intereses y/u opiniones de los ciudadanos en el marco del llamado imperio de la ley, un imperio de la ley que está sometido por el imperio de la mercancía. Ahora bien, existe un número mucho más amplio de argumentos y experiencias sobre las democracias (de nuevo en plural) que el que insinúan por sí solos estos dos tipos generales.
El desarrollo de la democracia abarca una historia larga, sinuosa, fantasmagórica y muy impugnada por los asesinados, los desaparecidos y los exiliados. Lo que no podemos negar, tajante y sociológicamente, es que el estudio, regulación y práctica de la democracia no es cuestión de abogados fariseos y de políticos de oficio trocados en mercancías, sino de sociólogos, historiadores y antropólogos, de eso pueden dar fe, en primer lugar, los 172 años de fracaso de la democracia en consonancia con la Constitución, pues no se cumple en un 85%; y en segundo, el hecho de que la sala de lo constitucional vote dividida –según sus intereses de clase- cuando tiene un mismo y único referente, o sea que es cuestión de hermenéutica jurídica. Me atrevo a afirmar que lo más inconstitucional que existe en el país es la sala de lo constitucional.
Al examinar la democracia pasada, presente y futura es importante preguntarse por sus características y recomendaciones fundamentales; por los supuestos (que supone que suponen los ciudadanos) que hacen sobre la naturaleza y dinámica de la realidad en la que la democracia está o podría estar inmersa; por sus vitales concepciones acerca de las capacidades políticas de los seres humanos; y por la forma en que justifica sus opiniones, acciones y preferencias.
Pero toda “representación” implica interpretación, una interpretación que incluye un marco determinado de conceptos, creencias, imaginarios y criterios culturales. Ese marco no es –per se- una barrera para la comprensión política y sociológica del problema; por el contrario, forma parte de ella como autor y actor. Hablo, entonces, no sólo de la democracia que fue y es, sino también y ante todo de lo que podría ser.
Y es que, el papel de las ideas en los procesos históricos como resultado de la voluntad social, no conduce fácilmente a generalizaciones, pero sea cual fuere la relación entre las ideas y las condiciones sociales, un examen de los modelos de democracia tiene su propia justificación, especialmente en un mundo como el nuestro en el que existen un escepticismo y un cinismo omnipresentes respecto a muchos aspectos de la vida política, ante todo el que tiene que ver con la corrupción y la impunidad. En un mundo así es más importante examinar las formas posibles de transformar la política –la política democrática- para posibilitar a los ciudadanos la determinación y organización más eficaz de sus propias vidas sin más criterio que la conciencia. Es difícil imaginar una sociedad sin democracia, pero es más difícil imaginar una sociedad con democracia porque no tenemos los insumos suficientes.