EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.
EL LENGUAJE, CIUDAD DE REFUGIO Y RECONCILIACIÓN ENTRE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA.
Por Eduardo Badía Serra
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Decía el filósofo argentino Eugenio Pucciarelli, que el conocimiento tiene dos características: La de “necesidad” y la de “universalidad”. El conocimiento, pues, para este maestro de la filosofía, debe ser necesario y universal, y es necesario cuando es forzoso, con lo cual el sujeto pensante no puede ser libre dedo que su inteligencia deberá ser dócil al objeto, a la índole del objeto, a la ley del objeto, para reflejarlo con fidelidad; pero a la vez, si el conocimiento es necesario, es un conocimiento que es el mismo para todos, que vale para todos, por lo que es entonces, universal. De la necesidad se desprende, entonces, la universalidad, aunque no a la inversa. Como el conocimiento es conocimiento de algo, de un objeto, la filosofía es una aspiración al conocimiento necesario y universal de la totalidad. Por ello, dice Pucciarelli, el pensamiento del filósofo es imperialista. Ahora bien, el filósofo no aspira a la totalidad como suma, a la totalidad como “omnis”, como esto más aquello, como el todo concebido como una multiplicidad de partes constituyentes. Más bien, el filósofo aspira al conocimiento de la totalidad como un “totus”, como un conjunto orgánico, como la totalidad una, como la unidad total, como un todo abarcado en su unidad integral. Esta es la fundamental diferencia: La ciencia busca el conocimiento como un “omnis”; la filosofía lo busca como un “totus”. El científico utiliza al objeto como suma de partes; el filósofo lo utiliza como totalidad una.
Este asunto de la diferencia entre el conocimiento científico y el filosófico, y más bien, la confrontación entre conocer científicamente y conocer filosóficamente, es de viejo cuño, ha ocupado importantes momentos en la historia de las ideas. Si bien en su inicio fueron una misma cosa, a medida que ha transcurrido el tiempo, ciencia y filosofía han ido separándose, caminando por rutas distintas, a pesar de que ahora pareciera ser que vuelven a unirse y que tanto la ciencia necesita de la metafísica como esta de aquella.
Un gran pensador salvadoreño, el abogado y diplomático Reynaldo Galindo Pohl, habla de este alejamiento-acercamiento entre ciencia y filosofía, en los siguientes términos: Tanto la ciencia como la filosofía buscan la verdad, pero hay diferencias metodológicas y de enfoque entre ambas. La ciencia, dice, tiene condiciones superiores, se caracteriza por la sistematización de conceptos, que desarrolla metódicamente en busca de su explicación o motivación; además, no es un saber espontáneo como el saber empírico, sino que exige un esfuerzo ordenado, una investigación; y finalmente, la ciencia debe entenderse como expresión de leyes. La filosofía, por su parte, aunque igualmente sistemática como la ciencia, busca la verdad no con enfoques parciales sino universales, generales, busca una explicación exhaustiva, omnicomprensiva de lo existente, y no tiene supuestos pues toda ella es interrogación, y aunque a veces los tiene, lo es en forma provisional, para someterlos a la crítica y al análisis. “Los supuestos de la ciencia, – dice Galindo Pohl -, se constituyen en problemas para la filosofía”.
Actualmente, grandes científicos de la talla de Heisemberg, Hawking, Penrose, David, Einstein mismo, Prigogine, etc., recurrieron a la filosofía para buscar respuesta a los problemas que su ciencia no podía responder, estos problemas que requieren respuestas en ultimidad. De la misma manera, los filósofos han abierto cada vez más las puertas de su indagar al conocimiento científico, otorgando a la filosofía de la ciencia un lugar prominente dentro de su quehacer. Pero no lo hacen bajo la sombra de la vieja epistemologías, más preocupada por los “ismos” y las clasificaciones que por la sustancia de los asuntos que se busca conocer; ahora lo hace entrando de lleno al campo mismo y conociéndolo dentro del mismo. Por eso se afirma ahora que la epistemología es la nueva filosofía. Aquellos científicos que he citado arriba han sido y son grandes filósofos, con un recio conocimiento metafísico.
Un eminente filósofo salvadoreño, Matías Romero, de recio raigambre escolástico pero con una visión muy actual de la realidad, sostiene que definitivamente el punto de unión entre la ciencia y la filosofía se encuentra en el lenguaje. En su magnífico libro “¿Ha muerto la filosofía?”, Romero sostiene que la existencia de un conflicto interior entre el hombre de ciencia y el filósofo, conflicto que no es nuevo sino que viene de los griegos mismos, siempre existió, y lo hizo con sentido de rivalidad. “Primero, – dice Romero -, la filosofía se sublevó contra la religión, y luego, la ciencia lo hizo contra la filosofía. Este conflicto entre ciencia y filosofía tomó matices extremos con la llegada del positivismo, quien manifestó un odio político y demagógico contra la metafísica, odio que, como una ironía del corazón, no ha impedido que, de vez en cuando, los científicos tengan respiros metafísicos”. “En nuestros tiempos – prosigue Romero, y aclaro que él habla en 1970 -, el drama se ha vuelto tragedia porque la ciencia, pasando de las palabras a los hechos, se ha puesto a fabricar y disparar armas mientras la filosofía sigue indefensa pues su única arma es la palabra, palabra que, para ser escuchada, exige guardar silencio”. “El hombre, – dice -, así como un perro viejo y enfermo se lleva un hueso duro para roerlo en una apartada sombra, así, él, casi furtivamente, como si fuera un delito pensar en Dios o en la muerte, se retira a filosofar”.
Sin embargo, – termina-, en el fondo la ciencia y la metafísica anduvieron siempre juntas, despreciándose y combatiéndose a veces, pero siempre juntas. Y entonces, tal afirmación le vale para plantear su argumento de que señalando claramente sus direcciones contrarias puede prepararse el único camino que conduce a su reconciliación y reunión, pues advierte ya desde un comienzo que es necesario encontrar una solución al problema y una integración de los términos de la tirantez.
¿Dónde encuentra Romero ese camino reconciliatorio? En el lenguaje. Si bien el campo del lenguaje fue el escogido por los positivistas lógicos para dar la batalla definitiva contra la metafísica, fue precisamente en él donde se demuestra que existe una cultura esencial y una metafísica inevitable. Los dos bandos enemigos, los científicos y los filósofos, se entienden porque hablan el mismo lenguaje. El lenguaje es para ambos la ciudad del refugio y la conciliación. “El lenguaje – dice – se ha hecho para que nos unamos y no para que nos separemos”.
Esta opinión de Matías Romero justamente ha sido compartida por muchos científicos y filósofos de la ciencia. Evandro Agazzi, por ejemplo, aboga por la unión entre ciencia y filosofía. “Las ciencias buscan también asumir el ‘punto de vista’ de la totalidad” – dice. Valentín Braitenberg, siguiendo la línea anterior, es de la opinión de que, más que diferencias, hay actualmente fuertes acercamientos entre ciencia y filosofía. Incluso Feyerabend, el gran filósofo de la Escuela epistemológica anglosajona, y defensor del “anarquismo metodológico”, afirma que “una ciencia sin metafísica no puede dar frutos, y a menudo, los científicos, al intentar mirar más allá de los experimentos y de la configuración lógica de ciertas ideas, no hacen otra cosa más que metafísica”. La metafísica, – continua Feyerabend -, no es el problema; el problema es si una idea científica es una buena hipótesis metafísica.
Stephen Hawking, el famoso físico teórico británico, fallecido hace unos años, sostiene la necesidad de esta complementariedad entre ciencia y filosofía. “La ciencia y la filosofía – dice en “Breve historia del tiempo” -, caminando juntas, representa uno de los métodos más eficaces de que dispone el hombre para interrogar el universo”, pero remarca a su vez esa necesidad de que ambas caminen juntas para superar las insuficiencias de cada una de ellas.
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