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EL LENGUAJE COMO CIUDAD DE REFUGIO Y CONCILIACIÓN ENTRE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA.

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

El asunto de la relación entre ciencia y filosofía ha ocupado a la epistemología, y aun más, a la gnoseología misma, desde prácticamente el inicio de ambas formas del conocimiento. Aun aceptando que en un primer comienzo, la ciencia fue parte de la filosofía, los objetivos, el método, y el sentido de ambos fueron provocando una separación que en ciertos momentos de la historia pareció ser definitivo. Parecían incuestionables las diferencias existentes: La ciencia, se decía, estudia los objetos vistos desde un campo particular, así la química, la física, la biología, la farmacología, la entomología estudian un campo particular de objetos; la filosofía, por su parte, estudia los objetos vistos con una visión de totalidad. La ciencia explica las cosas unas por otras, su pregunta es ¿cómo son las cosas?; la filosofía explica que haya cosas, su pregunta es ¿qué son las cosas?, ¿porqué hay cosas? Las ciencias dan respuestas, logran conocimientos imperiosamente ciertos y aceptados universalmente; la filosofía se hace preguntas, no hay unanimidad alguna acerca de lo que se conoce. El conocimiento científico tiene un carácter progresivo, ¿cómo nacemos? De Hipócrates a la actualidad se ha cambiado y avanzado mucho; el conocimiento filosófico no tiene un carácter progresivo, ¿porqué nacemos? Muy poco se ha avanzado desde Platón hasta la actualidad. Otra diferencia fundamental entre filosofía y ciencia es el método que utilizan: La ciencia trabaja utilizando el método científico, que incluye fundamentalmente la inducción y la deducción, y todas sus variantes; para la filosofía, en cambio, el método fundamental es la intuición.

Pareciera entonces que tanto por su campo de estudio como por la forma en que lo enfocan, la ciencia y la filosofía caminan por senderos diferentes. Sin embargo, últimamente, esta separación entre ciencia y filosofía, que se reconocía fundamentalmente como la separación entre metafísica y ciencia, no es ya aceptable. Ambas, ciencia y filosofía, caminan juntas y se complementan a tal grado que ahora se acepta que no es posible hacer ciencia sin entrar en la consideración de los problemas filosóficos fundamentales, así como no puede hacerse filosofía sin atender a las luces que sobre estos arroja el conocimiento científico. Pretender entender la filosofía sin entrar en el conocimiento científico pareciera ser, en el aquí y ahora, algo inaceptable e insostenible. Decía el filósofo y jurista salvadoreño Reinaldo Galindo Pohl, que “los supuestos de la ciencia se constituyen en problemas para la filosofía”.

Este viejo asunto de la separación entre ciencia y metafísica como formas del conocimiento va, pues, últimamente, perdiendo sentido, visto este como dirección y significado. La ciencia va admitiendo cada vez más que su desarrollo genera problemas y preguntas cuyo carácter es claramente metafísico, y por ello, tiende a admitir a la metafísica dentro del contexto de su actividad. El filósofo italiano Evandro Agazzi afirma que ciencia y metafísica son dos formas de conocimiento en mutuo dinamismo, cuyo carácter testamental es el conocimiento de la realidad, tanto de la realidad sensible, a la que se accede por la vía empírica, como de la suprasensible, a la que se llega por la vía del razonamiento y de la reflexión. Ambos son conocimientos argumentativos, no dogmáticos, en perpetua mutación, y en ninguno de los dos los problemas son eternos. Para Paul Karl Feyerabend, el gran filósofo de la escuela epistemológica anglosajona conocida como Escuela de la Metaciencia, la unidad de la ciencia y su grado de comprensión, son hipótesis metafísicas, no hechos, y llamar hipótesis metafísica a la unidad de la ciencia no es una objeción en su contra. Una ciencia sin metafísica no puede dar fruto. La metafísica no es el problema; el problema es si una idea científica es una buena hipótesis metafísica.

Pero, ¿Dónde se concilian los asuntos de la ciencia y de la filosofía? El filósofo salvadoreño Matías Romero, en su libro “¿Ha muerto la filosofía?”, aunque acepta la existencia de un conflicto interior entre el hombre de ciencia y el filósofo, conflicto que reconoce viene desde tiempos inmemoriales, también acepta que tal conflicto no ha impedido que, “de vez en cuando, los científicos tengan respiros metafísicos”. Y es que, dice Romero, en verdad, la ciencia y la filosofía anduvieron siempre juntas, despreciándose y combatiéndose por momentos, pero siempre juntas. Y ello le vale a Romero para plantear su argumento de que señalando claramente sus direcciones contrarias puede prepararse el único camino que conduce a su reconciliación y reunión. ¿En quién encuentra Romero ese camino reconciliatorio? En el lenguaje. Si bien el campo del lenguaje fue el escogido por los positivistas lógicos para dar la batalla definitiva contra la filosofía, fue precisamente en él donde se demuestra que existe una cultura esencial y una metafísica inevitable. Los dos bandos enemigos, dice, los científicos y los metafísicos, se entienden porque hablan el mismo lenguaje. El lenguaje es para ambos la ciudad y el refugio para la reconciliación. El lenguaje se ha hecho para unir a la ciencia y a la filosofía y no para separarlas.

La filosofía y la ciencia son, efectivamente, dos diferentes modos de saber, que se distinguen por su objeto y por su método. Sin embargo, algunas veces, estas diferencias no son del todo claras y definitivas, e incluso actualmente tiende a verse un acercamiento y una mutua relación entre ambas. Decía Ignacio Ellacuría, reconociendo que tanto ciencia y filosofía tienen en ultimidad la misión de estudiar y comprender la realidad, que en el momento actual, nada pasa en el universo que no haya antes pasado por el ámbito de la tecnología.

 

 

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