EDUARDO BADÍA SERRA,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
En anterior ocasión nos referíamos al diferente significado que las palabras van adquiriendo en función de su uso cotidiano y del contexto en que se emplean. Muchas veces, el cambio de significado es radical, y se ancla usualmente de manera definitiva en el uso normal del idioma. Nos referíamos entonces, como ejemplos, a las palabras Trascendental y Dialéctica; y decíamos que su significado actual es, no sólo curioso sino abstruso, y hasta críptico. Cuando decimos ahora que algo es trascendental, queremos significar que es algo muy importante, pero en el fondo, dicha palabra nunca ha tenido nada que ver con la importancia y con la no importancia. Trascendental es, más bien, ir del objeto al sujeto en Platón, el ente en cuanto ente en Aristóteles, estar encima de cualquier talidad en la escolástica, todo aquello que posibilita la experiencia sin provenir de la experiencia en Kant, ….., y finalmente, ir del de suyo al suyo pero en propio en Zubiri. Esos son sus reales significados; pero el uso normal y cotidiano ha hecho que el mismo diccionario español la defina como aquello que es muy importante, interesante, valioso. Algo similar hemos dicho que ocurre con el término dialéctica. La dialéctica es un método, el método de la filosofía platónica, la lógica del parecer de Kant, aquello por lo cual progresa la historia universal según Marx. El diccionario la define como el arte del diálogo y la discusión, una forma de razonamiento o argumentación. Las palabras son, al fin y al cabo, lo que quien las usa quiere que sean, y como las usan diferentes pueblos en diferentes momentos y en diferentes contextos de sus propias culturas, las palabras, aunque son las mismas, no son siempre lo mismo.
La interpretación vulgarizada y relajada que se hace, por ejemplo, de la palabra hedonismo, va en el sentido de preferencia por el placer. El hedonismo, dice el diccionario mismo, es la doctrina que hace del placer un principio o el objetivo de la vida. Pero en su significado original, y remitiéndonos a los epicúreos del tiempo guía, (recordemos a Epicuro y su Escuela del Jardín), para estos, el hedonismo es el bien, es ciertamente el placer, pero el placer como un bien y no el placer corporal, los placeres que ellos mismos rechazaban por fugaces o inmediatos. Hedónico era el placer espiritual, los placeres duraderos, estables, que son aquellos que contribuyen a la paz del alma. Este es un claro giro a trescientos sesenta grados del significado original de ese término, tan utilizado por nosotros en la actualidad.
Algo similar sucede con la palabra estoicismo. Su expresión relajada y vulgarizada significa sufrimiento, una suerte de ascetismo. El estoico, sabemos decir, lo soporta todo con el mayor de los recogimientos, plenamente resignado, e incluso puede llegar a experimentar un gozo sádico ante el maltrato y la desdicha. Fortaleza y dominio de los sentimientos, dice el diccionario del estoicismo, con sana prudencia este vez. Sin embargo, en un sentido estricto, (y volvemos aquí al tiempo guía, en este caso a la Escuela del Pórtico y Zenón de Citio, y posteriormente ya con los romanos, a Séneca), para un estoico, si bien el principio que rige su mundo es la fatalidad, su interpretación de fatalidad equivale más bien a lo que ahora conocemos como causalidad. En el mundo sólo sucede lo que Dios quiere, no hay libertad ni azar, y por lo tanto, el hombre obra de acuerdo a su destino y en plena conciencia de él. Deben evitarse las pasiones y buscar la autarquía en la libertad interior, decían aquellos lejanos estoicos que se sentían ciudadanos del mundo y no de la polis.
Igual sucede con el término existencialismo, forma relajada, laxa y vulgarizada con que se identifica un desprecio por toda norma de comportamiento y por toda obligación del hombre con la sociedad y el mundo. Para esta interpretación, al existencialismo sólo le interesa lo personal, lo inmediato; debe promoverse el placer vulgar, el placer sensual, como forma de vida. No hay para ellos razón para reconocer los roles personales ni de las instituciones, especialmente el de la familia. En este caso, de nuevo, el diccionario rechaza tal vulgarización. Existencialismo, dice, es una doctrina filosófica que se interroga por la noción del ser a partir de la existencia vivida por el hombre. Es decir, la existencia precede a la esencia, pero sin negarla. El existencialismo es una de las más profundas y ricas doctrinas filosóficas contemporáneas, con grandes pensadores de la talla de Soren Kierkeegard, Jean Paul Sartre, Martín Heidegger, Albert Camus, Marcel Marcel, Karl Jaspers, etc. El hombre, dicen, sólo es el resultado de una forma de existir. Existe la vida.
Una palabra muy importante, cuyo significado actual es radicalmente diferente de su significado original, es la palabra virtud. Volvamos al diccionario. La virtud, dice este, es aquella cualidad moral particular a observar determinados deberes, a cumplir determinadas acciones; o la facultad de alguien o algo de producir algún efecto particularmente bueno. La castidad es una virtud, suele afirmarse. También un excepcional dominio de la técnica de un arte, musical por ejemplo, es una virtud. Se identifica aquí la virtud como una facultad, como lo es la inteligencia, aunque probablemente sea más que eso, una sabiduría. Los virtuosos, más que inteligentes, suelen ser sabios. Volvamos de nuevo a los griegos y su tiempo guía: Para estos, la virtud, esa actualmente palabra interpretada como sinónimo de valor moral, de fuerza, de poder, significaba originalmente, práctica. Un virtuoso era un experto, un experimentado, un versado, un cómodo, un perito. La areté, la práctica, era la virtud para aquellos lejanos hombres de la Atenas y de la Magna Grecia, que ilustraron al mundo posterior, así como ellos se enriquecieron con el conocimiento que les proporcionó la cultura oriental, de la que todos algo o mucho aprendieron.
Nosotros hablamos ahora menudamente de la tercera edad. Ser de la tercera edad significa ser una persona que pasa de los sesenta años. De acuerdo con esto, podría haber una cuarta edad, o una quinta edad, o quizás una sexta, o hasta una séptima. Don Carlos Alberto Saz, distinguido académico de la lengua, nos corrige y nos ilustra. No debe decirse tercera, o cuarta, o quinta, o sexta, o séptima edad. El término correcto es edad provecta. La palabra provecta, dice Don Carlos, es un adjetivo que deriva del latín ‘provectus’, y significa caduco, viejo, maduro, entrado en días. De tal forma que una persona en edad provecta es la que ya está entrada en años.
El diccionario de dudas incorrecciones del lenguaje nos advierte, por ejemplo, que bello es lo que tiene belleza, pero no lo que tiene gala. Por ello, decir bella edad por decir juventud, es incorrecto; así como decir bello gesto para significar hermoso rasgo. Y también, bello momento no significa de ninguna manera instante feliz, lo mismo que bello sitio no quiere decir sitio hermoso.
Pero si hay dos palabras cuyo significado no sólo se ha cambiado sino también se ha desnaturalizado, interpretándolas ahora de forma azarosa, peligrosa, estas son utilitarismo y el pragmatismo. Ser pragmático es ser práctico, y ser utilitario es preferir lo útil. Nada de eso. Nada más equivocado, porque recordemos: Práctico significa comportamiento moral, acción moral. De eso nos habló Kant, de la moral precisamente, en su Crítica de la razón ‘práctica’. Nos referiremos a eso en otra oportunidad.
Las palabras son, pues, lo que quien las usa quiere que sean. Sí, efectivamente. Pero cuidado, porque hacer de las palabras cualquier cosa o significado que le demos, puede llevarnos a incorrecciones inaceptables del lenguaje. ¡Cuidado entonces!