Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la lengua
Hablábamos en el portal anterior, de la posición del Círculo de Viena en relación al lenguaje. Sólo tienen significado, decían los miembros de este Círculo, aquellas proposiciones derivadas de la experiencia empírica. La Filosofía Analítica, en términos muy generales, (Círculo de Viena, empirismo Lógico, Racionalismo Crítico de Popper, Racionalismo Lógico de la Escuela de Varsovia, la obra misma de Wittgenstein, la Filosofía del Lenguaje Ordinario, el Constructivismo de la Escuela de Erlagen, etc.), enfoca su atención al análisis del lenguaje, a las estructuras formales lógicas, y a la necesidad de una referencia empírica. Hay un intento en ella de superar el alejamiento de la realidad a que habían llevado los desarrollos especulativos de la “filosofía moderna”, sobre todo, del idealismo alemán, buscando un modo de pensar más riguroso, el de la ciencia, que superara todo tipo de teoricismo especulativo. Es claro el interés por la dimensión lógico-formal común a la lógica y a la matemática en ella.
Wittgenstein es sin duda alguna el gran precursor de esta tendencia filosófica. Su tesis fundamental es que el pensamiento, o las proposiciones, no son otra cosa que la representación proyectiva del mundo. La realidad consta, en última instancia, de hechos atómicos no divisibles ulteriormente, y por tanto, análogamente, el lenguaje es reducible a proposiciones atómicas no ulteriormente reducibles a otras proposiciones. Wittgenstein mismo declara que “todo aquello que puede ser dicho, debe decirse con claridad; y sobre lo que no se puede hablar, es mejor callarse”. Es importante señalar aquí las implicaciones que la Filosofía Analítica en general tienen sobre la ética, y particularmente sobre la ética formal. Para ella, la ética no es nada fáctico, empírico, y por lo tanto, no pertenece al dominio de lo que puede ser dicho en proposiciones. Más bien, lo ético concierne a lo valioso, a lo inferior o a lo superior, que es, al mismo tiempo, lo “no causal”; esto es, afecta de un determinado modo al mundo. Ello significa que, al ser “no causal”, lo ético, como el sentido del mundo, no puede expresarse, pero en cuanto trascendental, -como lo lógico-, no es descalificable por sin sentido, y puede, talvez, como tal, mostrarse. Fuertemente, lo anterior lleva a concluir: que no existen los valores como parte del mundo; que aquello que no es un hecho, es inexpresable; y que hay una voluntad ética en el mundo, pero esta no le es inmanente. Pareciera no muy explicable esta posición del gran filósofo austriaco, ello si recordamos que fue un hombre con muy fuertes preocupaciones morales, las cuales sabía anteponer a las meramente intelectuales, llevándole incluso a asumir posiciones misantrópicas y ascéticas en su vida misma.
Hay, como puede verse, una especie de relativización del contenido ético ante la realidad. No hay proposiciones éticas, y por lo tanto, no hay lenguaje ético. Diferente es la posición ante el lenguaje moral, y aquí debo aclarar esa grave diferencia que existe formalmente entre ética y moral, y que muchas veces no se entiende cuando se usa nuestro lenguaje ordinario. La ética es la estructura moral, racional, apriorística, que usa el método lógico; la moral, en cambio, es el contenido moral, es, pues, una especie de ética concreta. La ética formal es la ética de Kant, de Aranguren; la moral es la moral de Scheler, la moral de los valores. La ética justifica teóricamente a la moral; esta comprueba empíricamente a la ética. La ética, pues, es la teoría, el deber ser; la moral es la práctica, el ser. Dicho esto, si no hay un lenguaje ético, pues “sobre lo que no se puede hablar, es mejor callarse”, sí hay un lenguaje moral.
Hegel hizo un intento de fundamentar la ética mediante la razón, y al suyo siguieron muchos otros; pero estos intentos, al chocar con los contenidos morales y con la determinación de los contenidos que hay que fundamentar, fueron conduciendo progresivamente hacia el surgimiento de la Filosofía Analítica. No es posible, pues, fundamentar racionalmente a la ética. Para Ayer, un representante del intuicionismo y del neopositivismo lógico, sostiene que los símbolos éticos en el lenguaje no dicen nada. Cuando decimos “mentir es malo”, lo único que significa algo es “mentir”; malo es simplemente un gesto, no significa nada, no tiene correlato. Lo que no existe en el mundo no tiene significado, y con ello, el significado del lenguaje no es una referencia sino un uso, lo que importa es qué es lo que hacemos con las expresiones.
Hay no siempre una posición única y total en esto del lenguaje ético y del lenguaje moral. La posición de Ayer, por ejemplo, ha sido criticada por Stevenson, por Hare, y por otros. No siempre el lenguaje debe ser únicamente descriptivo, y limitarse a expresar hechos mediante proposiciones; también, para estos últimos, hay en el lenguaje un carácter prescriptivo que no puede ignorarse.
El problema del lenguaje moral es tan viejo como el de la “Falacia Naturalista”, primero expresada por Hume y luego sostenida por Moore. ¿Qué es bueno? Moore responde: “Tal cosa es buena”, porque en “tal cosa es buena” no se encuentra la definición de lo bueno. La “Falacia Naturalista”, en una palabra, trata de definir algo pasando del “ser” al “deber ser”. Aquí debemos sólo recordar el famoso argumento de la “Guillotina de Hume”.
El lenguaje no es sólo la gramática y sus partes, la morfología y la sintaxis, y además, para muchos, la fonética, la fonología y la semántica. Claro que la gramática es sustancialmente importante en el uso del lenguaje, porque sabe sostenerlo dentro de una comunidad lingüística determinada. Pero la lengua es algo más, es un sistema de comunicación, y como tal recoge, y de nuevo voy a Unamuno, “ese sedimento de siglos en el cual se sustentan los pueblos”. Dicho en otra forma, en el lenguaje está la historia, la cultura, la sustentación de un pueblo sobre sus propias bases. Es importante entonces conocer el lenguaje, hablarlo bien, respetar sus reglas, hablarlo con elegancia, con finura, con exquisitez, rechazando las ligerezas propias esas con que la ignorancia vestida de progreso intenta atacarlo ahora para dar paso a extranjerismos que en nada sostienen nuestra identidad. Hablar del lenguaje es, pues, importante, en la escuela, en la calle, en las academias, en los colegios profesionales, en las iglesias….. Recordemos que el nuestro es el español, que es el medio de comunicación de más de seiscientos millones de personas en el mundo, y que por allí, con mucho orgullo, tenemos también una lengua muy bella que nos dejaron nuestros antepasados prehispánicos y que debemos preservar y alentar, el pipil de los abuelos, de los sabios tlamantinime. La Academia Salvadoreña de la Lengua está siempre abierta para todo aquél o todos aquéllos que deseen conocer más de nuestra lengua.
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