Tania Primavera
Abrió el Libro Azul. Con cuidado, con asombro. Histórico y descriptivo, en inglés y español. Hechos, datos y recursos. Compilador y editor L.A. Ward. Lo ve con ojos bien abiertos.. Con fotos en blanco y negro, el río Acelhuate se ve con abundante agua limpia, las mujeres con sus cantaros en las fuentes públicas, los políticos de turno y con sus ropas de lujo, los cráteres volcánicos, la estación del tren en Acajutla, las peñas con el mar y La Libertad. Mundo nomasito del cerro San Jacinto estaba cerca. El libro publicado por el Bureau de Publicidad de América Latina en 1916.
Y así, en la lectura breve
de repente, escuchó
la televisión encendida,
sus ojos cerrados,
manos descansan,
un ángel vio dormir.
Apagó el televisor. Era un sábado que vestía un vestido color rosa. Sandalias blancas. Antes, pasaron por la ciudad, en la ciudad que los vio conocerse un poco, muy poco. Jugaba con Lana, su perra blanca. La llamó y fue rápido. La pintura entró en ella, la menina de Velásquez con Boni y Klimt. Pasaban de un brinco a otro, contando cuentos pasados, presentes, abrazos, entre la música, la alegría, los desaires, las emociones en espera, cena pizza, desayuno huevos en canasta, vino blanco, café del volcán. No confiaba en nadie, no se puede confiar, pero ella le tenía una confianza pura. Hablaban de ir a la tumba del escritor en Los Ilustres. Pero nunca fueron. Ella irá sola.
Al tomar la copa con agua,
el vino azul
el vino transparente
la ilusión que el agua es azul,
es i-lu-sión
algunas aceitunas
cayeron del plato.
Sobre el manto
hindú turquesa.
En el sueño, de alguna forma se veían los tejados de enfrente, la sombra bajo la luna y mundo y el cerro, las paredes antiguas, los árboles de bálsamo con sus semillas regalo néctar que le hizo descubrir, la colección de las colecciones entre la penumbra y luces tenues pinturas que vivían cerca entre algodones y telas.
Los perros llegaron de lejos a visitar, después se fueron. Ahí se aislaba el mundo. Ahí parecía que la ciudad se le detenía, se alejaba el bullicio. Encendía incienso. Ordenaba la pequeña terraza. Venían de la ciudad, se dijeron las palabras, que ella nunca había oído de cerca. Aun había vino blanco, y tomó un poco junto a la escultura en la silla negra. Frente a las fotos familiares antiguas. Él no. Le llamó a Alice, para darle noticias de esperanzas que después se desvanecieron.
Esa noche no llovió. Hablaron y hablaron mucho, como nadie le pudo hablar. El audio libro de siempre, una y otra vez fue escuchado. El silencio y la fe por fin emprendían un camino. Ella no confiaba en nadie, nunca confió en nadie. Hasta que llegó un día, fue solo silencio y re-cuerdo. El Libro Azul fue guardado en la librera de madera, con los otros libros, y viejas revistas de mecánica popular. Y Quo vadis.
Tarde, ventana del paisaje, cielo, ocaso, noche. A través de la ventana, terca como el izote, el lodo del recuerdo se desvanece, sin entender en el desorden dentro, vuelve en sueño, intenta por colores ordenar la ropa, dejarla en su ropero antiguo, la barra de granito está sucia, la limpia, hay platos que lavar, busca los guantes morados que escogió para no lastimar sus manos, para ayudar, jugar en casa.
Pero no los encontró
los guantes,
pero es un sueño,
y puede abrir el Libro Azul,
aunque no la vea
está ahí
está donde quiere estar.
Aunque no puede estar
Con delicadeza, prefiero verlo y tocarlo en persona que, en el pdf, que le envió, esa edición, es de 1916, bilingüe en inglés y español. La mesa de noche guarda el recuerdo. De repente, el colchón pequeño lo tiras en el suelo afuera de la casita dentro de los espacios y galerones. Y viendo el cielo más oscuro, el color del universo donde en la oscuridad entra la luz, se tiraron en ese suelo a ver las estrellas, a ver cada una, sonriendo como locos. Porque ya nadie ve las estrellas.
En la dimensión de un Libro Azul, hoy es música lejana, escribió la historia, fue testigo la escultura negra misteriosa no visible de Sagatara de Cuscatlán, los chuchos vuelven al oír sus voces, queriendo estar y recibir caricias. Hasta que entra en esa noche de silencio, como el nocturno. Aguardan en una cajita miniatura con un cuarzo rosa y un algodón, viendo las estrellas y el azul del corazón. Cerró la puerta imaginaria sin decir nada, en la dimensión del tiempo quedó el destello, cierra la ventana en el rostro, cerró su puerta. Ella, cierra el libro.
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