Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Puede existir un lobo de la paz? Un ser que busque la paz como el bien superior, sovaldi al cual consagrar todas sus energías interiores y exteriores, mediante la literatura y la vida. Un ser que sea tan feroz como un lobo normal, pero que a diferencia de éste, no busque la víctima para su festín carnicero; sino al contrario, sea trabajador infatigable por la paz.
No, no estamos refiriéndonos al lobo franciscano, poetizado por Rubén Darío, que por cierto, termina desengañado de los seres humanos. Estamos identificando otro lobo, un escritor, un extraordinario narrador y –poeta- en su mejor sentido, aludimos a Herman Hesse (1877-1962), autor de una cantidad de libros que demuestran la complejidad humana, la lucha interior, y el anhelo profundo por alcanzar la armonía plena.
Hesse vivió una Europa convulsionada por interminables guerras, desde las tragedias de finales del siglo XIX hasta las dos grandes conflagraciones mundiales del siglo XX. Sus libros, aún los más fantásticos, exponen las contradicciones, miserias y alturas humanas, de forma magistral.
Siendo muy jovencito, leí un artículo interesantísimo sobre Hesse, en la famosa revista MD (en español), correspondiente a marzo de 1976, titulado “Místico de la juventud”, de él retomo este iluminador fragmento: “La honda preocupación de Hesse por el sufrimiento humano, los principios irenistas y antitotalitarios que motivaron su voluntario exilio y su adopción de la ciudadanía suiza, su rechazo del materialismo y la tecnología contemporáneos y su búsqueda del misticismo oriental figuran entre los factores que hicieron de él un favorito de la juventud”.
Por ello, obras tan singulares como “Siddhartha”, “Noticias extrañas de una nueva estrella”, “Vagabundo”, “Bajo la rueda”, “Demian” y “El lobo estepario” nos dirigen hacia el interior de nosotros mismos, donde se encuentran tantas respuestas a tantas preguntas que el mundo exterior es incapaz de contestar. Así nos lo afirma Hesse en este fragmento de “Vagabundo: “Hace tiempo hice sacrificio ante los dioses y las leyes, que para mí eran sólo ídolos. Ese fue mi error: sentir angustia y complicidad en el sufrimiento del mundo, y lo único que logré fue aumentar la culpabilidad y amargura en el mundo y me autoviolenté al no atreverme a buscar mi propia salvación. El camino para esto no lleva hacia la derecha o a la izquierda, sino que conduce al propio corazón, y sólo ahí está Dios, y sólo ahí radica la paz”.
Comprender que pese a lo terrible que la realidad se nos revele, al final es sólo una maya, una ilusión, ya que lo verdaderamente eterno y valioso, mora muy dentro de nosotros, en la zona que sólo el amor comprende y manifiesta. Entendernos como seres exteriormente transitorios, pero interiormente permanentes, como emanaciones de lo inconmensurable, es quizá, el inicio de la auténtica paz. La obra de Hesse nos invita a la verdadera apuesta humana, la del alma.
Finalizamos con una cita memorable del gran artista: “Mi actitud frente a la actualidad no cambiará mucho. No creo en nuestra ciencia, ni en nuestra política, ni en nuestro modo de pensar, de contentarnos, y no comparto ni uno solo de los ideales de nuestro tiempo. Pero no carezco de fe. Creo en leyes milenarias de la humanidad, y creo que sobrevivirán a toda la confusión de nuestra época actual”.