ALVARO DARIO LARA
Una de las personalidades españolas más destacadas del siglo XIX es la escritora y feminista Concepción Arenal (1820-1893). Una mujer singularísima que promovió durante toda su existencia, la defensa –íntegra- de la dignidad e incorporación de la mujer en los ámbitos que tradicionalmente le eran negados. Asimismo abogó por los derechos de los presidiarios y, en general, por las injustas condiciones de vida de los obreros.
Su obra no sólo abarca iniciativas en el área del mejoramiento y la reforma social, sino también en la actividad periodística, ensayística, y desde luego, literaria.
Y fue en este aspecto, donde Concepción Arenal, escogió, entre otros géneros, la fábula, como un portentoso medio para desenmascarar la hipocresía, el prejuicio, y las pésimas costumbres que descalifican, malévolamente, a los demás.
Veamos de su pluma, esta perla preciosa de las letras y de la moral, cuyo título hemos tomado en préstamo el día de hoy, para esta columna, “El lobo murmurador”: “Entre las breñas de un cerro, /un día de gran nevada,/ un lobo a su camarada/hablábale así de un perro:/-Es un maldito vecino, / tan camorrista y cruel/ que para estar libre de él, /ya se necesita tino./Ladrador para la gente,/entrometido, goloso, /suspicaz y cauteloso,/ en fin, un perro indecente./ Pasaba en esa ocasión/cerca de allí la raposa;/paróse un tanto curiosa,/ y al oír la acusación/ dijo para su coleto:/-Anda que te crea un bobo;/ perro a quien acusa un lobo/ debe ser perro completo/”. Y dice así la moraleja: “En caso próspero o adverso/ no echarás nunca en olvido/ que es elogio el más cumplido/ la censura del perverso”.
No han cambiado, sustancialmente, mucho las costumbres desde que doña Concepción Arenal, escribió tan justo texto. Los lobos siguen aullando, empeñados en desprestigiar, todo aquello que por –envidia, maldad o ignorancia- rechazan tan drásticamente en los otros. Los hay por doquier: en la escuela, la empresa, la iglesia, la familia, la prensa o el gobierno. Pendientes siempre de la vida ajena, fisgoneando y desatando su babosa lengua. Pero, ¿quién se engaña? En astutas palabras de la zorra, viniendo de lobos hacia un perro: ¿qué podría esperarse?
Si nuestro pueblo es grande en muchas cosas; también lo es, lastimosamente, en no poder sofrenar la lengua, tanto en el alto, como en el bajo mundillo social.
Un día la anónima prudencia popular había escrito en una pizarra de una institución del Estado, el siguiente pensamiento: “Nunca cuentes demasiadas cosas de ti a los demás. Recuerda que en tiempos de envidia, el ciego comienza a ver, el mudo a hablar y el sordo a oír”.
Por su parte, el Sabio de Ojai, Krishnamurti, nos dice: “Mucha habladuría vulgar es insensata y vana; cuando es chismosa, es maligna”. Convertir en escenarios de chismorreo: la escuela, el templo, la fábrica, la finca, la oficina, o cualquier otro espacio donde nos desempeños, es desastroso.
No son raros los casos de amigos, empleados, o funcionarios, a quienes se les aparta por su lengua ¡Con ese vibrátil y maravilloso órgano, no sólo podemos envenenar peligrosamente; también podemos construir, y mucho… ya es tiempo que lo hagamos!
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