EL MACHETE 

Cuento

Mauricio Vallejo Márquez

 

–De verdad se vio difícil la cosa. 

–Pues, difícil es piropo. Pero, igual ahí estaba yo, contando estrellas. 

Se detuvo el hombre para alzar la mirada y cazar un par de constelaciones con las pupilas, como buen cazador de sueños e historias que se dibujaban en el infinito, justo como le resultaba la vida. Demasiado soñador para su compañero que necesitaba saber toda la historia. 

–No le des vueltas al asunto…contá. 

–Bueno, el perro no dejaba de ladrar y eso no trae nada bueno. Acá los perros solo le ladran a los desconocidos y a la muerte. Los ladridos del animal son de esas cosas que se ponen turbias y duras. “Mal augurio”, decían los abuelos. El perro no podía quedarse quieto, olía la muerte. 

–A la muerte decís –tomándose el mentón. 

–Digo yo, al menos parecía tenerle miedo a algo 

 

El silencio inundó el patio. Ese silencio que se toca, huele y mira. Nada más las paredes esperaban el tronar de alguna tabla estirándose, como a veces sucedía cuando había silencio, pero no. El ruido era tan ausente que no valía la pena manifestarlo. Sin embargo, la voz de lo evidente lo rompió. 

¿Tenés miedo, verdad Pato? 

No, yo no tengo. Lo tenía era el perro por que no dejaba de ladrar. Y era tan lastimero el estruendo que dejaba caer en el eco de esa cuadra, como la baba blanca que comenzó a arrojar. Al rato se cayó después de un chillido. 

¿De un chillido? 

Sí. Le habían cortado la cabeza de tajo, con fuerza, porque cortar una cabeza no es fácil. Era horrible el cuadro, la sangre estaba por todas partes como si siempre el suelo fuera rojo. El pavimento no parecía brea y piedras, era sangre. Y se veía que el perro aún sentía. 

¿Y qué pasó, Pato? 

Pues nada, el hombre con el machete siguió ahí después de matar al perro. Incluso pareció no importarle. “Total era un perro”, digo yo que decía. Ni limpió el machete y siguió caminando con esos pasos pesados que tienen los que no les duele matar.  Yo apenas podía dejar de verlo. Tenía tan atravesada la garganta que si decía algo seguro me mataba. Así seguí tras el barril dejándolo ir. Dolido de la muerte del chucho me quedé ahí, de esas veces que no sé porque la suerte me pone en lugares como ese.  

¡Qué desgracia, Pato! ¿Y viste quién fue? 

El hombre le sostuvo con tristeza la mirada a su compadre. La calle estaba manchada y llena de muerte. Solo ellos dos se veían bajo las estrellas, como una de esas historias que cuentas las constelaciones y lo abuelas las traducían 

Eras vos. 

 

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