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EL “MAL CHISTE” QUE PARECE QUE NO ENTENDEMOS

Antonio Teshcal, 

Escritor 

 

a mi amiga y compañera del Departamento de Protección Vegetal

y mis amigos y compañeros del Departamento de Química Agrícola

El Leperario salvadoreño (1) define «jayán: (francés antiguo, jayant, gigante). Grosero, mal educado. Término despectivo. Sinónimos: lépero, vulgar, tosco».  En nuestro país así se mofaron renombrando la película “Joker”, burlándose de la supuesta traducción española que la denominaba “El Bromas”. Y es que esta película ha despertado mucho interés. Primero, porque se trata de una película de superhéroes, las cuales en los últimos años –gracias al avance tecnológico de los efectos especiales, historias un poco más elaboradas, y por supuesto el gran trabajo de marketing– han logrado mayor popularidad, a pesar de que algún sector lo considera de un orden inferior al arte, incluyendo reconocidos directores de cine. Segundo, porque la actuación de Joaquin Phoenix creó buenas expectativas, y una vez estrenada la película se alabó su trabajo. Tercero, por la morbosa controversia a la que se ha querido llevar la historia que desarrolla, insinuando que la actuación de Phoenix podría alentar a desórdenes violentos por parte de personas mal intencionadas.

Frente al interés generalizado, cabe destacar que al Joker (Guasón, Bromas o Jayán, según queramos llamarlo) no se le había contemplado como en esta última película. Recordando el desarrollo de este personaje, desde su aparición en el cine, el Joker aparecido en “Batman: la película” (1966), interpretado por César Romero, se trató de un personaje más bien cómico, y no podría ser de otra manera, todos los personajes de la película tienen ese carácter. Uno ve este filme y ríe. La aparición de onomatopeyas de golpes deja claro que se quiso recrear una historieta. El producto obtenido fue una película familiar a fin de cuentas.

Luego el Joker interpretado por Jack Nicholson, en el “Batman” (1989), fue un personaje menos gracioso que el anterior. Aquí es un gánster que trabaja para un empresario corrupto, que se apropia de los negocios sucios de los demás luego de accidentarse en un atentado que le desfigura el rostro. Según el argumento cinematográfico se inicia con asalto a mano armada a los quince años, su expediente además relata que tiene “desviación psicológica, violencia en su personalidad, inteligente y emocional inestable; actitudes para la ciencia, química y arte”. Se trata de un criminal de carrera poco convencional. La película, dirigida por Tim Burton, fue catalogada como violenta en su momento, y su atmósfera oscura –característico de este director– encajó bien con la trama, de tal manera que fue bien recibida. El resultado final fue una “película de acción” para un público no infantil (aunque muchos la vimos siendo niños).

Luego el Joker de Heath Ledger, en “Batman: el caballero de la noche” (2008), aparece en una historia que muestra aún menos antecedentes de su vida. Nos quedamos con la anécdota de abuso que él menciona explicando sus cicatrices, lo cual por lo cambiante en las dos versiones que relata, no sabríamos decir si es verdad o no. Lo que queda claro en este filme, dirigido por Christopher Nolan, es que se trata de un criminal altamente violento, y sobre todo, con una planificación propia de un genio. De esto da cuenta la escena inicial donde se apropia de un botín mal habido. Este Joker, más temerario que el anterior, parece tener el único objetivo de llevar la ciudad al caos, aprovechándose de la histeria colectiva, la cual ya está minada por una ciudad donde la corrupción y el crimen imperan. La locura en la gente está a flor de piel. No se olvide que existe toda una mafia que controla la ciudad (sigo refiriéndome a la película y no al país, aunque esta exposición suene a problemas domésticos), mafia a la que el mismo Joker pone de rodillas. Parece un loco que no busca un beneficio propio o particular, ya que como dice Alfred: “Hay hombres que sólo quieren ver arder el mundo”, y el Joker es uno de esos.

Esta película es ya una obra más compleja, cuya historia y personajes guardan mayor y resuelto simbolismo. Sobre ella, Valdivia (2) expresó que representaba la ideología del anarquismo, liderada por el Joker, frente a un estado de derecho desigual como el nuestro (como muchos, si no todos), que nos deja en la duda de si en verdad los malos son los malos, porque todo pinta a que la gente “proba” que manipula el poder no es precisamente lo que aparenta. Esta idea se desarrollará de forma similar en la siguiente película de Nolan. Sin embargo un examen similar podríamos aplicar a la última que ahora se centra en el villano: Joker (2019), interpretada por Joaquin Phoenix y dirigida por Todd Phillips. Serna (3) hace su análisis del Joker desde la perspectiva sociológica. La nuez del artículo de Serna es que “las personas desarrollaron una actitud de permanente indolencia como un mecanismo de defensa en contra de la demencia que ocasionaría la constante estimulación nerviosa” (3). Entendida como “constante estimulación nerviosa” el variado y terrible caos social al que todo ciudadano está expuesto. Serna ventila el tema principalmente desde la metrópolis, pero en un país como el nuestro el análisis es aplicable a cualquier parte del territorio.

Para apreciar mejor esta tesis hay que ver la similitud existente entre Ciudad Gótica y cualquier otra ciudad, como la nuestra, dejando de lado el asunto del estamento físico. Ciudad Gótica, como cualquiera de nuestras ciudades, tienen problemas sociales que van desde la recolección de desechos hasta la asistencia social de la personas por parte de las instituciones estatales. Todos esos problemas de la ciudad se exponen a través de la cotidianidad de Arthur Fleck, un ciudadano que trabaja como payaso (que para nuestro caso bien puede ser un operario de fábrica, un vendedor, un mecánico…) que tiene obligaciones familiares, dificultades laborales de las que el Estado se desentiende, sufre en carne propia la criminalidad social (y luego veremos que también violencia familiar) y cuya asistencia médica es precaria pues se limita a darle medicamentos sin profundizar en su problema de salud, problema que además hace que sea discriminado socialmente. En fin, Arthur es un ciudadano abandonado por el Estado, que solo vuelve los ojos a él, no para asistirlo en sus derechos, sino para perseguirlo cuando ha cometido crimen sin averiguar realmente por qué. Además el poder político se trata de un Estado-botín que se pelean los que poseen el poder económico (Thomas Wayne, en la película, en nuestro país ya sabemos qué apellidos están en los poderes). Hasta aquí hemos descrito tanto a Arthur Fleck como a cualquier ciudadano de Soyapango, Quezaltepeque, Mejicanos, Malpais, Apopa…

Y ante tantos “estímulos nervioso” negativos (abuso laborar, violencia social, corrupción, desempleo, discriminación, campaña política…) la única salida –o la más fácil– para no enloquecer pareciera que es volverse indiferente, ignorar la realidad, volverse apático a todos estos problemas en la medida de lo posible, y de igual forma ignorar a aquellos que sufren igual o más que nosotros. Pero no todos son igual de afortunados. Y Arthur es uno de esos desafortunados, que colgado de los medicamentos, su anhelo de ser cómico, y un par de sueños que señalaremos adelante, trata de mantener sus pedazos juntos mientras parecen deslizársele de las manos.

Y bueno, en la película, Arthur, no pudiendo ser más abandonado, acaba arrojado a su locura que lo transforma en criminal, en el Joker. Y en una ciudad, llena de personas con el mismo hartazgo, éstas acaban por confundir crimen con rebeldía, vandalismo con manifestación, y el Joker se convierte en héroe, y no solo en la película, sino también para nosotros, porque parece que el Joker actúa de forma justa. Porque los que tienen el poder político (Thomas Wayne, en la película…), y el poder mediático (Murray Franklin, en la película…), han demostrado que desprecian todo aquello que sea de la gente común, desechan a aquellos que no están de acuerdo con el establishment. Esos seres de traje y farándula son personajes que solo utilizan a los Arthur para votar y legitimar su orden y después ignorarlos. Como vemos, no es descabellado que nos pongamos del lado del Joker.

Y he ahí que tenemos una película que ha hecho que la gente se pinte como el personaje principal, se tome selfies con aplicaciones para sentir que está a la moda, o haga esos ridículos “retos” imitando el baile del Joker en los escalones… Y el “mal chiste” que la historia nos mostró parece que no lo acabamos de entender. A estas alturas ¿quién no siente que vive en Ciudad Gótica y sufre los problemas de Arthur? Quizá por eso la preocupación de que la actuación de Phoenix  aliente al crimen, porque de hecho los tiempos actuales, como en nuestro país y muchos, son proclives para que cualquiera se vuelva demente. Pero ahí están oportunamente los distractores que los contralores del poder nos arrojan: la tecnología al alcance del bolsillo y todas sus redes, el fútbol de todas partes, las series multimedia a la carta… y en ellos nos perdemos para volvernos indolentes a la realidad y los demás, realidad que nos parece tan dura que pareciera que no queremos saber más de ella. El “mal chiste” de la película es el caos social y como éste afecta al individuo, el cual, bajo un gobierno de políticas pobres e inhumanas, acaba por abandonarlo e invisibilizarlo, siendo esto último parte del juego del que todos participamos, perdiendo de vista que la atención de ser humano es clave para no caer.

Y podríamos creer que no está en nuestras manos cambiar cosas tan complejas en un país como el nuestro, y es ahí donde está el error personal y el éxito de esta “permanente indolencia”. Y no me referiré a cambios estructurales de los que filósofos y teóricos ya analizan desde hace mucho, y que vociferan en los programas televisivos desde la distancia, diseccionando esos problemas socioeconómicos que los demás sufrimos en piel viva, pero sí a una parte más inmediata, accesible, sencilla pero fundamental.

Si queremos hacer otra acepción desde la película del Joker, vale la pena mencionar tres escenas altamente significativas, y que probablemente impactaron mucho menos que los asesinatos explícitos. De estas escenas que son claves, dos son anhelos, sueños, mientras que la otra es real. Una es cuando Arthur Fleck se imagina en el programa de Murray Franklin (Robert De Niro). Arthur se define a sí mismo y acaba por ser alabado por el presentador Murray, quien le da un abrazo paternal. El segundo sueño es la relación con Sophie Dumond (Zazie Beetz), vecina de la que Arthur se enamora luego de una sonrisa, una historia que pudo ser –sin que necesariamente fuera romántica– auténtica. El tercer momento humano aparece como contraste cuando Arthur asesina a Randall, ex compañero de trabajo que llega a visitarlo por el interés que le despierta escuchar qué ha dicho a la policía, pues él le proporciona el arma con la que comete los homicidios. Por otra parte, Gary, también ex compañero, sí lo visita por amistad, al enterarse de la muerte de la madre de Arthur (matricidio en realidad), y luego de presenciar el asesinato de su colega resulta ileso, y Arthur hasta le da un beso amistoso, pues como él le expresa: no le hará nada pues él sí lo había tratado bien.

Como bien se expone en la película, un poco de comprensión, de empatía, de atención, el solo respeto, puede evitar la caída de una persona. Así como existen muchas historias de personas a punto de lanzarse al vacío han sido rescatadas por una palabra suave. De igual forma, el trato digno hacia los demás nos devuelve dignidad. Vale meditar: en estos días malos, propicios a caer en la demencia ¿cuánto no salva un saludo cordial, una sonrisa honesta, un abrazo cálido? ¿Cuánto más una breve pero verdadera charla, o solo escuchar por un instante a los demás? Cuántos Arthur Fleck se salvarían del suicidio, el asesinato, la depresión, la esquizofrenia, si solo recibieran una atención. «Una palabra entonces, una sonrisa bastan / Y estoy alegre, alegre», porque sin que sepan, o sepamos, lo que pasa en las vidas de cada uno, quienes nos dan un saludo cordial, un abrazo, una palabra el día de nuestro cumpleaños, una llamada convencional después de estar tanto tiempo perdidos, aquellos que nos han mostrado su verdadero apoyo, ya nos han salvado de hundirnos en la desesperanza, en la enfermedad mental a la que los entornos hostiles nos conducen, y de esas personas hay que aprender para llevarlo a otros. Podemos iniciar con el “buenos días”, con dejar un poco el teléfono para ver lo que es real e inmediato. Podemos no contribuir con intolerancia en un tiempo donde la intolerancia ha llegado a visos irracionales. Podemos iniciar intentando vernos en el otro, que siempre ha estado ahí pero que lo hemos ignorado, inclusive sin saberlo, porque parece que nada le afecta.

Valdrá más que nos busquemos en nuestras habilidades, lo bueno que podemos lograr con ellas y lo que podemos compartir con los demás. Porque después de todo esto también pienso en esa locura de la genialidad, la que se le ha atribuido al carácter creativo, a los artistas en general, que a veces parece guardar una estrecha linde con la demencia. Pienso en el Rulfo que más de alguna vez no asistió al trabajo por sufrir de “crisis nerviosa”; en Allan Poe que murió en el más completo abandono junto a sus fantasmas, despreciado incluso por su editor. Y luego una anécdota del poeta y amigo Carlos Rodríguez, cuya madre le dijo asustada, luego de ver alguna noticia, que los poetas estaban más proclives a volverse locos que otras personas, lo cual le arrancó a él una sonrisa. Y a un día de dejar los treinta cuatro años, edad a la que Alfonso Cortés perdió la razón para siempre y así alcanzar la lucidez de “La canción del espacio”, me preocupa, como a muchos que intentamos este oficio, estar ya loco sin haber escrito mi “Ventana”. Sin embargo ya estamos encadenados por la economía, el panorama político, la delincuencia, y, lo que es peor, porque se trata de una atadura por propia decisión: la indiferencia por los demás. Situación agravada por esa manía de taparse los oídos con audífonos para no oír los buenos días del que pasa, ni a los pájaros que aún quedan; preferir ver personas a través de pantallas táctiles cuando compartimos la mesa con los nuestros; y callar frente a tanto silencio existencial, uno que resuena y debemos reaprender a escucharlo y transformarlo.

Notas

(3) Velásquez, J. 2000. Leperario salvadoreño. Colección antropología. 162 p.

(2) Valdivia. D. sf. La política y la sociología ocultas en el Batman de Nolan. (en línea). https://www.camaracivica.com/analisis-politico/cine/la-politica-y-la-sociologia-ocultas-en-el-batman-de-nolan/

(3) Serna, E. 2019. La demencia en la ciudad: una mirada sociológica a The Joker de Todd Phillips. (en línea). https://labrujula.nexos.com.mx/?p=2523&fbclid=IwAR3takW2ko4LhHgE2jZTmbxALB9_9_ZWMettIt6gikl5DvDo4ZJ7kEq3-Go

Antonio Teshcal

Malpais, 13 de octubre de 2019

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