Hilda Henríquez
Escritor
Cuando Héctor despertó notó que Leonor ya no se encontraba a su lado. Miró su reloj y vio que eran las seis de la mañana. Tenía el tiempo justo para llegar al aeropuerto. Se levantó con rapidez, fue a tomar una ducha y luego buscó su ropa en el lugar de costumbre, pero no estaba. Fue al closet y se vistió con premura. Buscó su maleta, y se dio cuenta que Leonor tampoco se la había preparado. Pensó que ella era una descuidada. Con rapidez puso lo indispensable en una maleta. Tomó el pasaporte que guardaba en su gavetero, buscó dinero y bajó hasta la cocina. El vaso de jugo que ella le sacaba todos los días no se veía sobre la mesa. Mientras tomaba un vaso de agua, vio de nuevo su reloj. En aquel momento sonó el celular. Contestó. La voz en el teléfono le dijo:
– Amor, ya voy camino al aeropuerto.
Molesto el le respondió:
– Te dije que no me llamaras. Ahorita salgo yo también. Cortó la llamada.
Se sintió incómodo. Menos mal que Leonor no se miraba por ningún lado. Pero su ausencia era extraña. Le molestaba que no estuviera para despedirlo. Sin embargo recordó las muchas veces que al despertar no la tenía a su lado, porque se había levantado temprano para ir al jardín a leer o a caminar con las vecinas. Sin duda eso era lo que sucedía aquel día. Fue a la cochera, se subió al auto y encendió el motor. Desde allí vio que ella estaba en un extremo del jardín recortando las plantas. Hizo el intento de bajarse para ir a despedirse, pero miró de nuevo su reloj y vio que no tenía tiempo. Cuando salía, Leonor le dijo adiós con la mano. Él le respondió igual, y se marchó.
Mientras avanzaba pensaba en la desacostumbrada actitud de su mujer. Sintió pesar por no haber ido a despedirse de ella. Cuando llegó a una esquina, casi en medio de la intersección se dio cuenta de que el semáforo se encontraba en rojo. Automáticamente su pie se hundió en el freno. El ruido que produjeron las llantas que chirriaron con agudeza lo sacudieron hasta lo más profundo. Con las manos sobre el volante miraba sin ver lo que le rodeaba. Una revelación dolorosa le punzó la conciencia. Sintió entonces que le dolía la indiferencia de Leonor. Atenazado por los remordimientos, recodó entonces lo que ella le había dicho: cuando deje de quererte no te lo voy a de