Iosu Perales
Al comenzar a leer el discurso del presidente Nayib Bukele que pronunció el día 15 de septiembre, pensé que era prometedor. La idea de que a la independencia formal de 1821 le sucedieron nuevas dependencias que aún soportamos, es acertada. No fue al pueblo que fue transferido el poder sino a unas élites criollas que implantaron un país enormemente desigual, injusto y con gobiernos autoritarios o directamente bajo el dominio de dictaduras. Hoy, en pleno siglo XXI, no somos lo independientes que queremos ser, no solo porque el mundo global es el resultado de una poderosa trama que impone políticas y determina el rumbo de países, sino que, además, porque nuestro pequeño país baila al son del dólar americano y la neocolonización está presente hasta en nuestra cultura. Hablar por consiguiente de una segunda independencia, resultante de una autodeterminación nacional frente al gigante norteamericano que sigue en su idea de que Centroamérica es su patio trasero, es una buena idea.
Pero enseguida descubrí que el discurso de Nayib Bukele contenía una manipulación de la historia, un sectarismo voraz, un propósito político peligroso. Nayib Bukele utiliza la celebración de la independencia de la colonia para llegar al punto que él quiere: afirmar que vivimos bajo otras dependencias que impiden el desarrollo y progreso de nuestro país, para concluir que una segunda independencia necesita de su rol de hombre providencial. Se autoproclama libertador, el líder de una verdadera independencia que comenzó el día en que fue investido presidente y que dará un nuevo salto adelante el 28 de febrero.
En su discurso insiste en la idea de que “los salvadoreños, hace poco más de un año (elecciones presidenciales), decidieron independizarse no de un poder extranjero sino de dos bandos que mantuvieron los poderes formales por décadas, nos condenaron a la pobreza, a la exclusión y al abandono por más tiempo; generaciones completas perdidas, decenas de miles de vidas perdidas por la ambición de dos poderes que nos demostraron que no defendían a la patria ni buscaban la justicia social, sino que buscaban: enriquecerse, buscaban saquear el Estado y eso no lo digo yo, es conocimiento de dominio público”. No habla de una independencia de Estados Unidos, sino de ARENA y del FMLN.
Esta es la verdadera intención de Bukele: convertir el 15 de septiembre de 2020 en una plataforma para la lucha inter-partidaria, sustituyendo lo que debiera ser un discurso de unidad nacional, incluyente, expresión de una voluntad general del pueblo salvadoreño, por una retórica partidaria que acusa a los demás de todos los males del país. Así es como Nayib Bukele advierte que el país sigue estando atrapado bajo la bota de fuerzas que serán derrotadas en las urnas del 28 de febrero.
Pero Bukele reconoce que la próxima victoria electoral será solo un paso más. Lo que está diciendo es que su agenda contempla hacer valer su futura fuerza en la Asamblea Nacional para imponer una nueva Constitución que legalizará acciones como las del 9 de febrero, de militarización de las instituciones y del país. Una Constitución que le permitiría seguir con la banda presidencial más allá de la presente legislatura.
Proponer una especie de similitud entre la independencia como país de principios del siglo XIX y la necesidad de una nueva independencia que nos libere de poderes del siglo XXI es un juego inteligente. Pero hacer esa misma ligazón con los dos partidos políticos que han gobernado desde 1992, es una burla manipulación, propia de una mente maquiavélica. Bukele se ríe del rigor al decir que los gobiernos de las últimas décadas son culpables de la pobreza cuando en realidad es un problema histórico que arrastra el país desde que es país. En la simplificación del presidente se encuentra el secreto de su momentáneo éxito: su populismo lo resuelve todo al centrar en su figura la solución del problema. Su gobernanza es engaño y por supuesto burla.
El discurso del 15 de septiembre dibuja a un pueblo poco menos que idiota, sin voluntad propia, perfectamente manejable, que necesita de un salvador que resulta ser él. Nayib Bukele nos descubre que estamos necesitados de un ser especial que nos ofrece la libertad. Pero lo que ocurre realmente es que este tipo de ideas se mueven en un mapa ideológico de autocracia y cesarismo que consiste en la extrema concentración de poder en una persona.
Nayib Bukele tiene vocación y, sobre todo, la fijación de ser un caudillo omnipresente, un salvador coronado, encarnación del poder absoluto. Su afán de ascender al trono desde donde gobernar a sus súbditos, como si nos hiciera un favor. Para eso habla de lo que mucha gente quiere oír. Para Bukele la patria es él, todo empieza y acaba en él. La patria se salvará si le sigue, si obedece, y si no lo hace será cosa de castigarla, de obligarla. Por eso quiere una nueva Constitución que sea la camisa de fuerza de un nuevo tiempo para El Salvador, un tiempo de oscurana. Cuidado, nada de bromas, nada de mirar para otro lado, nada de restar importancia a sus propósitos de autócrata tropical.