EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Si se cierra la puerta a los errores,
tampoco podrá entrar la verdad.
Rabindranath Tagore.
Aquellos que creen que los científicos, al menos los de los siglos XX y XXI, eran personas o seres extraños y extravagantes, muy singulares y particulares, probablemente están equivocados. Los enormes progresos de la física logrados mediante el trabajo hecho en los recordados institutos de Cavendish, Copenhague, Manchester, Munich, Gotinga, Tubinga, Berlín y McGill, y luego reproducidos y magnificados en los Estados Unidos de Norteamérica, sobre todo en los albores de la segunda guerra mundial, cuando los norteamericanos llegan al fin a comprender el poder económico y político que tiene la ciencia, no son más que el resultado de la cotidianidad normal y natural de puñados de jóvenes con extraordinarias capacidades mentales y con gran respeto por la admiración, la duda y el asombro.
El método científico, por ejemplo, es algo ajeno a la rigidez con que se le suele identificar, y en la misma forma, también no del todo ajeno a esa identificación con la experimentación, la observación y el laboratorio con lo que también se le identifica, producto del espíritu positivista, empirista e inductivo que reinó en los finales del siglo XIX y en los albores del siglo XX. Todo cambia en 1905, el “año milagroso”, definitivamente.
¿Cómo vivían los grandes físicos, químicos y matemáticos sobre quienes descansa el gran edificio actual de la ciencia? ¿Cuáles eran sus métodos? ¿Aborrecían la política? ¿Se distinguían de sus semejantes y de sus prójimos? Probablemente, esos grandes hombres fueron más normales que el más normal de los mortales, y más humanos que el más humano de los mortales. Raros sí que lo eran, eso sí.
Con el ánimo de ofrecer algunas visiones de sus métodos y de la vida que llevaban esos grandes luchadores de la ciencia, se exponen algunas anécdotas, reales por supuesto, que se dicen de ellos, las cuales voy tomando del precioso libro de Bárbara Lovett Cline, (Bárbara Lovett Cline, Los creadores de la nueva física, Breviarios, Fondo de Cultura Económica, quinta reimpresión, México, 1994):
~ Como físico, Planck trabajaba solo, y a no ser como materia prima para su teoría, no le interesaba el experimento. Se rumora que nunca en su vida hizo uno, y por mucho que esta historia sea seguramente falsa, no anda tan lejos de la verdad.
~ Planck llegó a su primera fórmula de la radiación haciendo un poco de trampa.
~ En el descubrimiento del núcleo mediante el bombardeo de partículas α sobre una placa de Oro, y que provocaba el “centelleo”, que dio lugar al modelo atómico de Rutherford, este, Mansden y Geiger midieron más de un millón de “centelleos”.
~ Decía Robert Oppenheimer que el método científico de los físicos teóricos consiste en explicarse el uno al otro lo que se ignora.
~ Algunos dichos y algunas “leyes” poco conocidas, aunque comprobadas, enunciadas en el famoso Instituto de Copenhague, el llamado Instituto de Bohr, allá por los años 1920 a 1930, y en el cual deambulaban Wolfgang Pauli, Werner Heisemberg, Casimir, Rosenfeld, Kalckar, Geoge Gamow y el mismo Bohr:
En cuanto se le ocurra a alguno una buena idea, hay que comer.
Ley de las muchachas en bicicleta: Cuando las muchachas van en bicicleta, se ven más
por segundo.
¿Por qué en las películas de vaqueros, (a las que eran muy aficionados, así como al ping-pong), el héroe siempre saca la pistola antes que el villano?, se preguntaba George Gamow.
Ley de los Inocentes de Bohr: En un lugar en donde todos tengan pistolas, sobrevivirán
los inocentes.
Clasificación del Instituto de Copenhague de las muchachas y de las películas:
1) Las que no puede uno dejar de mirar;
2) Las que puede uno dejar de mirar, pero duele;
3) Las que da lo mismo mirar o no;
4) Las que duele mirar;
5) Las que no puede uno mirar, aunque quiera.
Relata Bárbara Lovett Cline en su libro citado, que: “Hoy por hoy, los jóvenes que estudiaban con Niels Bohr por el año 20 ó 30 son profesores de física y directores de investigaciones en Europa y los Estados Unidos. Muchos son consejeros científicos de sus gobiernos y ejércitos, en múltiples países. Les gusta hablar de los viejos días de Copenhague. A veces ríen al recordar los días de su extrema juventud….echan de menos los viejos días, por mucho que fueran – ellos mismos lo admiten- un poco locos y también un poco más que pobres. Nadie tenía automóvil; pocos podían viajar en el tren de primera clase. Una beca de la Fundación Rockefeller, que en Estados Unidos apenas era considerada adecuada para sostener a un individuo, hacía en Europa el efecto de una fortuna”.
Así eran los físicos, los químicos, los biólogos, los matemáticos; así han sido también los grandes lógicos. Gentes normales, más bien naturales, humanas, sencillas, simples probablemente mejor. Los grandes iniciadores de la física moderna fueron así: Rieron, gozaron, sufrieron, sobre todo, los embates de las guerras, que los separaron espacialmente pero no mentalmente. Su método, es cierto, riguroso, no por eso deja de ser adaptable, modificable, y algunas veces, como en el caso del gran especulador que fue Max Planck, acomodable a sus visiones, llenas siempre de una gran imaginación y de una increíble capacidad de lectura de lo desconocido y todavía no explicado.
Bien dice Roger Penrose que en el método científico no entran ya solamente la inducción y la deducción; la intuición, la abstracción, e incluso, dice el gran matemático y físico británico autor de La mente nueva del Emperador, la elegancia y los milagros son parte también de él.
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