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El milagro de cada día

Javier Alvarenga,

fotoperiodista y escritor

 

Recién finalizaba el tradicional traqueteo de cohetes, con los que los salvadoreños despedimos habitualmente cada fin de año. En todas partes se veían los abrazos y buenos deseos. Entre los que se comparten esas ultimas horas de esa noche; mis planes eran los habituales: departir con la familia, dormir unas cuantas horas del primer día, desayunar del típico recalentado de la cena de fin de año. Mi sorpresa fue que mi esposa tenía planes diferentes.

Recibir el primer amanecer en las hermosas alturas de nuestro país. Recordé un meme muy viral que circulaba en las redes sociales de esas ultimas horas. El rostro desanimado del teniente Dan (Película Forrest Gump) en el conteo de los últimos minutos del año. De lo que se desprendía una afirmación que casi puede parecer real, en la que el tiempo es un concepto fabricado y el año nuevo solo es una convención social insignificante.

Pensé en ello, y comprendí, que bajo mi comodidad e ignorancia quizás esto podría ser cierto. Pero, para un astrólogo quizá no sea así. Toda esta reflexión me motivo a aceptar el viaje.

Aún sonaban cohetes, muchos todavía bailaban cumbias en los diferentes hoteles capitalinos, cuando nosotros nos alejábamos en la carretera con dirección hacia Santa Ana, al occidente del país. La misión recibir el amanecer.

Dormite un poco, solo veía la vegetación que nos rodeaba en el camino, el transporte se detuvo, el aviso e indicaciones a las faldas del volcán. No dejaba de sentir nerviosismo a cada indicación, ya que con ello demostraban que no sería tan fácil ascender, pero que si valdría la pena. Iniciamos la travesía, cada tramo era diferente, unos pasos eran fáciles, otros tenían su dificultad entre las filosas rocas. Cada vez, el viento soplaba más fuerte, y mi pecho se volvía cada vez más agitado.

Pero, entre más subíamos rodeados por la penumbra de los caminos estrechos inundados de vegetación, más se dejaba observar la belleza que dejábamos atrás. El volcán de Izalco, como una enorme masa negra más oscura que la noche. En segundo plano y en dirección hacia el horizonte, las intermitentes luces de las poblaciones, no pude dejar de emocionarme, ante la belleza que se dibujaba frente a mis ojos.

Ascendíamos. Con el paso de las horas llegamos a la cúspide, mis dedos no coordinaban con mi cámara y mi mirada. El frío era letal sobre las manos, dentro de las indicaciones dadas anticipadamente, esto ya estaba confirmado, la solución hacer fricción con las palmas en movimiento, las estrellas brillaban con una intensidad superior a las calles iluminadas de las ciudades.

Me sentía vivo, admirado. Ante mí el cielo comenzó a aclarar lentamente, como cuando uno inicia el proceso de revelado de una fotografía en el cuarto oscuro, cada detalle surgiendo despacio, en la lejanía, los dos picos del Chinchontepec, en la misma dirección, el de San Salvador, a un costado Izalco, para terminar frente al lago de Coatepeque, ante los dorados destellos del brillante sol.

Una experiencia única que me hizo recordar que yo era tan poca cosa ante el efímero suceso, que me decía, el tiempo si es real, y con él cada segundo es maravilloso, que no solo es una construcción social sin sentido. El sentido, uno lo pierde, ante lo vano, cuando dejamos de observar cada milagro que nos regala el movimiento del universo.

Descender igual no fue fácil, pero, como dijo él guía, cada segundo valdría la pena, tuvo razón, cada instante fue mágico y más que resguardarlo en una imagen congelada de mi cámara, quedará como una experiencia de vida, que he decidido volver a repetir. Mi consejo volver nuestra mirada hacia lo simple y maravilloso que nos regala el universo en cada momento, sentir es vivir.

 

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