EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA
Por Eduardo Badía Serra
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua
Con Frecuencia, al mito se le asocia con lo fabuloso, lo fantástico, un invento fabricado por alguien para que circule como verdad, algo que existe sólo en la imaginación de alguien. Al mito se le adscriben hoy, tanto interpretaciones prestigiosas, ejemplarizantes y estimulativas, como despectivas, e incluso peyorativas. Pero el mito mantiene una característica muy particular, y es que sabe conservar su carácter simbólico, lleno de significado y de actualidad; posee una especie de halo clásico que lo conserva y permite que sea recreado, reinterpretado y readaptado a los tiempos y a las culturas. Hay mitos modernos que se van constituyendo clásicos de sus culturas y de sus tiempos.
Muchos filósofos han acudido al mito como recurso para la exposición de sus doctrinas y pensamientos, sobre todo en los comienzos de la filosofía que se dan en Grecia. Pero hay uno en quien el mito es efectivamente un recurso, aunque no forma parte del argumento central de su obra. Este es Platón. La presencia del mito es constante y sostenido en su obra como recurso para exponerla, instrumento de persuasión, recurso didáctico, y a la vez literario, al que sabe recurrir para ampliar, aclarar, y en algunos casos ciertamente (el caso del mito de la Atlántida en El Timeo), fundamentar su filosofía. El mito no está en Platón subordinado al logos en sí mismo, sino que trata de estimularlo, fecundarlo, enriquecerlo.
El mito aparece en muchos de los Diálogos platónicos, pero especialmente en los siguientes: Protágoras, (el mito de Prometeo), El Banquete, (los mitos de Eros y los seres desmediados, y de Diotima), Gorgias, (el mito del destino del alma después de la muerte), Fedro, (los mitos del carro alado, de Oritea, de las cigarras, y de Teut), Fedón, (el mito del viaje de Ades), La República, (los mitos de la Caverna, del relato de Hades, de la línea, de la composición humana, y de Er), y Timeo, (el mito de la Atlántida). Debe decirse que no es fácil distinguir cuando Platón emplea un mito o una alegoría.
Como ejemplo de un Mito platónico, cito lo que expresa el filósofo en Simposio:
“En el origen, los seres humanos pertenecían a la esfera de seres con cuatro piernas, cuatro brazos y dos rostros. Se movían rodando y tendiendo como rayos sus ocho extremidades. Los individuos eran fuertes como toros, y en sí, perfectos. Por ello se volvieron arrogantes y comenzaron a despreciar a los dioses. Estos perdieron la paciencia. Separaron en dos cada esfera y esparcieron cada mitad por toda la Tierra. De entonces es muy grande la aflicción, porque ‘cada uno de nosotros es la mitad de un hombre, y desesperadamente anda buscando la correspondiente mitad de sí mismo. Si se da el caso que se ponga en contacto con la mitad que le corresponde, entonces surge admirablemente un sentimiento de amistad e intimidad, de amor, y no consentirán, por así decirlo, en separarse el uno del otro aun por breve tiempo. Entonces, el motivo de esta aspiración se encuentra en el hecho de que tal era nuestra naturaleza original y no constituiríamos una unidad integrada; verdaderamente, la urgente necesidad de esta unidad se llama ‘amor’, ‘eros’.”.
Como se ve, de acuerdo con el mito anterior, cada ser humano carga sobre sus hombros una separación original; por ello, por toda la vida buscamos un cuerpo con el cual podamos reunirnos, y esta reunión es la felicidad, consecuentemente, toda separación retorna a la vieja herida. Para Sócrates, sin embargo, Eros era una especie de demonio, una suerte de ángel insensato, un ser intermedio entre el reino de los dioses y el mundo terrenal. “La divinidad no desciende para entrar en contacto con el hombre, pero, por obra de un intermediario, los dioses se aproximan a los hombres y actúan como ellos, en la vigilia como en el sueño, en mediación dialéctica”, decía Sócrates.
Los órficos griegos hablaban de que “en la noche de las alas negras, una diosa por la cual hasta Zeus tenía un profundo respeto, era cortejada por el viento, y en el seno de la oscuridad deposita un huevo de plata. Eros se escurrió hacia afuera de este huevo, y puso en movimiento al mundo”.
Cuenta Platón, por boca de Timeo, que el Demiurgo hizo primero un modelo del universo, que era una criatura viviente eterna. Cuando estuvo satisfecho de su obra, procedió a hacerlo, a hacer el universo mismo, de acuerdo con dicho modelo. Pero la copia no podía ser perfecta porque no era eterna, y, por lo tanto, el Demiurgo hizo el tiempo como una imagen móvil de la eternidad, que se mueve de acuerdo con los números. El tiempo, pues, es algo inconmensurable que acompaña al mundo material y que no existía antes de él. Este relato platónico, entendida sólo en el contexto de la teoría platónica de las Formas, o Ideas, ¿Puede considerarse producto de la ciencia, de la filosofía, de la religión, del sentido común, o del mito?
Si colocamos este pensamiento platónico en el contexto de las creencias y de la cultura de nuestros prehispánicos, no es difícil encontrar un alto grado de semejanza entre ambos. Dicen por allí que a la Tierra viajaron y llegaron diferentes inmigrantes de otros mundos celestiales; y que estos se ubicaron en diferentes espacios terrenales.
Yo, aquí me quedo.
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