EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA
Por Eduardo Badía Serra,
Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
En la gran mayoría de las mitologías, como afirma Roberto Badía Montalvo en su riquísima e importante obra histórica sobre la humanidad, la creación del hombre se debe a un Dios Creador que da origen a la especie humana a partir de sí mismo, (secreciones y parte de su cuerpo) y/o a partir de la construcción de figuras a partir de arcilla a las cuales se les insuflaba la vida. Pero la respuesta mítica, dice Badía, sí entra en lo consustancial, en la que he planteado como insustenta por parte de la ciencia, de la filosofía y de la religión. Dice el gran historiador salvadoreño que en casi todos los casos, el hombre fue creado para realizar tareas secundarias que se consideraban impropias de los dioses. Aceptable o no razonablemente, cosa que no es exigible al mito, hay aquí una respuesta. Los dioses tienen una necesidad: Crean al hombre para no distraerse de sus labores esenciales, no porque lo necesiten, y con ello no pierden su carácter de ser absoluto, infinito y total, porque son ellos seres ajenos a la distracción y a las labores impropias de una deidad.
En esta posición hay una especie de religión natural. El hombre ejercita su voluntad bajo los dictados de un imperativo que cobra la forma siguiente: Debo hacer esto; por lo tanto es un mandamiento. En ello se reconocen los deberes del hombre como mandamientos. Al contrario, la religión revelada actuaría a la inversa: Eso es un mandamiento; por lo tanto, debo hacerlo; con lo cual los mandamientos divinos se reconocen como deberes del hombre.
Expongo algunas mitologías que van en ruta con lo anterior:
Decían los mesopotámicos originales y originarios, y particularmente los sumerios, que el ser humano fue creado como una respuesta al acúmulo de trabajo de los dioses, es decir, fue creado para que sirviera a las divinidades. El hombre fue creado de la sangre de un dios con el fin de tener ayuda para la realización de las tareas más pesadas como trabajar la tierra y encausar las aguas de los ríos. Según los babilónicos, en una de sus versiones, el dios héroe Marduk mató al monstruo Kingú y con la sangre del monstruo creó a los Hombres para que ayudaran a los dioses en sus más pesadas y penosas tareas.
Los egipcios, en la Eneada de Heliópolis, partiendo de las mismas o parecidas razones y necesidades de los mesopotámicos, sostienen que el hombre fue creado de las lágrimas del dios solar Ra Aton. Así surgió la humanidad.
Más conocida, la mitología griega tiene cuatro mitos referidos a la creación del hombre: La diosa Eurínome, dice uno de ellos, hizo brotar de la tierra de Arcadia al primer hombre llamado Pelasgo; Hesíodo refiere que el primer hombre fue creado por Prometeo, hijo de Titán Jápeto y la primera mujer fue creada por Hefesto por orden de Zeus (Pandora), ambos creados de arcilla; el mito de las edades y las razas (Hesíodo) revela que los hombres tuvieron igual origen que los dioses (edad dorada); y en fin, el mito de los autóctonos refiere que el hombre surgió de la tierra como uno de sus mejores frutos.
La mitología romana descrita por Ovidio en su Metamorfosis presenta la creación del hombre como una adaptación de la mitología griega. El hombre es un producto cósmico de la creación universal, el animal más noble de ella, más capacitado sobre el resto de los animales, fabricado con simiente divina de la tierra al separarse esta del éter. Mientras los demás animales miraban al suelo, dice el mito romano, al hombre se le dio un rostro levantado ordenándole que mirara al cielo y las estrellas.
Los escandinavos, en su mitología, sitúan al hombre como producto de la procreación de los gigantes del hielo. Estos, a su vez, fueron procreados por un gigante andrógino, Ymir, formado de arcilla, producto a su vez del contacto de los opuestos representados por los hielos del Nilfheimr y el fuego de Muspellsheimr. Junto a los hombres, los gigantes del hielo procrearon también a la vaca cósmica, de la que se originan los dioses.
Y así, las mitologías explican el origen del hombre, dando a ellos una responsabilidad primordial, ocuparse de las cosas banales en las cuales los dioses no debían distraerse. Los hombres son, pues, producto de una necesidad de los dioses, no irresolvible por estos sino justamente conveniente para ellos, ocupados en las cosas fundamentales de los seres y de las cosas. Dejaron los dioses lo irrelevante como misión del hombre. Hay, pues, cualquiera que sea el carácter de ella, una respuesta a la pregunta de porqué los hombres tuvieron necesariamente que existir. La ciencia, la filosofía y la religión trataron de evitar esa pregunta, o al menos no supieron darle respuesta. El mito no; pero el hombre continúa en él siendo un ser accidental y contingente, no esencial y necesario.
Los mayas misteriosos de la Mesoamérica india, en su libro sagrado Popol Vuh, sostienen que el hombre fue creado por tres dioses, Tepeu, Gucumatz y Hurakan, y fue configurado en principio a partir del barro pero luego a partir del maíz. Estos primeros hombres mayas fueron Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam. La cosmología azteca refiere que el dios creador de todo fue Ometecuhlti, que junto con su esposa Omecihuatl, crearon toda la vida sobre la tierra. Los incas soberbios hablan de un gran cataclismo del cual sólo sobrevivieron un hombre y una mujer, que fueron transportados a la morada de Viracocha en Tiahuanaco. Los aymara quechua refieren que el Sol, Dios Inti, hacedor de todas las cosas, creó al dios Pachacámac, y luego creó al mundo y a un hombre y a una mujer para que lo habitasen. El hombre así llega al mundo con una misión, habitarlo, lo cual ya viene a ser una respuesta al porqué tuvo el hombre que existir.
La mitología, más que la ciencia, más que la filosofía, y más que la religión, entra en la consideración de porqué el hombre debió existir, de cuál es la razón para que el hombre llegara a la vida, de porqué es el ente y no más bien la nada. El hombre llega a la vida como producto de una decisión de los dioses para que se ocuparan de las cosas vanas, de las cosas superficiales, evitando así ellos de ocuparse de tales distractores a sus esenciales y necesarias ocupaciones. Por eso, el hombre fue creado para habitar el mundo y para que se ocupara de las cosas mundanas, dejando a los dioses ocuparse de lo fundamental, eso que el hombre como ser finito y limitado, no puede resolver.
El mito, pues, cualquiera que sea su interpretación y su aceptación desde el punto de vista de la razón, se acerca a una antropología más profunda. Por supuesto que hacer llegar al hombre a la vida para que se ocuparan de las superficialidades mundanas que los dioses evitan, poblando por ello al mundo, se explica por su carácter hierofánico, por la cual se revela la acción creadora de los seres sobrenaturales y se manifiesta el carácter divino de estos; y también por su intencionalidad imaginativo-activa, pues el mito, al ser precategorial, hace del hombre en él, ni sujeto ni objeto sino simplemente función. El mito es etiológico, se interesa y entra en el estudio sobre las causas de los seres y de las cosas, explica el origen de los seres y de las cosas, y como se refiere también al carácter escatológico, llega a la explicación del origen y del destino final del hombre en el universo. El sentido de la vida en el hombre parece entonces tener respuesta en el mito, superando así a la soberbia razón, que al no tener respuesta adecuada al sentido del ser del hombre, prefirió evadirla.
Cuenta la leyenda, que un día la verdad y la mentira se cruzaron.
-Buen día- dijo la mentira.
-Buenos días- contestó la verdad.
– Hermoso día – dijo la mentira.
Entonces la verdad se asomó para ver si era cierto. Lo era.
– Hermoso día- dijo entonces la verdad.
– Aún más hermoso está el lago – dijo la mentira.
Entonces la verdad miró hacia el lago y vio que la mentira decía la verdad. Y asintió.
Corrió la mentira hacia el agua y dijo:
– El agua está aun más hermosa. Nademos.
La verdad tocó el agua con sus dedos y realmente estaba hermosa y confió en la mentira.
Ambas se sacaron las ropas y nadaron tranquilas.
Un rato después salió la mentira, se vistió con las ropas de la verdad y se fue.
La verdad, incapaz de vestirse con las ropas de la mentira, comenzó a caminar sin ropas y todos se horrorizaban al verla.
Es así como aun hoy en día la gente prefiere aceptar la mentira disfrazada de verdad y no la verdad al desnudo.
Por eso el hombre se miente a sí mismo y deshonra la vida.
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