Dr. Orlando Cruz Capote*
La lectura y la memoria del tiempo heroico, treat no es solo una prerrogativa de los historiadores, tadalafil sino de las masas populares que son las verdaderas protagonistas cotidianas de la hazaña de una Revolución en permanente subversión crítica. La historia pasada que se proyecta en el presente y hacia el futuro es un componente básico para el conocimiento sociohistórico contemporáneo.
La última etapa del proceso revolucionario cubano que comenzó un 26 de julio de 1953, que continuó con la prisión fecunda, el exilio preparatorio, el desembarco del yate Granma, con 82 expedicionarios, y el inicio de la lucha guerrillera en las montañas y la insurrección en el llano, desde el 2 de diciembre de 1956, tuvo siempre al frente de los aguerridos combatientes al compañero Fidel Castro Ruz.
La Revolución Cubana luego de múltiples vicisitudes, reveses temporales y de una ofensiva final indetenible demostró fehacientemente la viabilidad real del proyecto histórico concebido y llevado a la práctica por el Comandante en Jefe.
La estrategia y táctica, los métodos de lucha y el programa enarbolado en “La Historia Me Absolverá”, en el juicio efectuado el 16 de octubre del propio año 1953, en el cual Fidel se defendió a sí mismo y a sus compañeros ante el régimen de facto y donde expuso el Programa del Moncada, fueron coronados por el éxito.
La capacidad de la dirección político-militar de la insurrección popular y cívica de unificar a todas las fuerzas posibles en el enfrentamiento contra la dictadura batistiana, de conducir con acierto al Ejército Rebelde y al pueblo en las complejidades del combate demostró la factibilidad del proceso revolucionario.
La realidad que representó el Primero de Enero de 1959, rompió todo un esquema teórico anterior en el panorama socioeconómico y político cubano y latinoamericano. No fue una quimera llevar adelante una lucha armada, política y popular victoriosa en contra de la oligarquía gobernante y su ejército profesional apoyado por un vecino tan poderoso como los Estados Unidos de América, a solo 90 millas de sus costas. Cuba fue un ejemplo vital de su factibilidad y de la destrucción del mito del fatalismo geográfico.
La victoria revolucionaria cubana demostró que sin lo nacional específico ninguna Revolución puede ser creación heroica y que ninguna Revolución auténtica puede separarse de la mejor historia de su pueblo sin peligro de frustración. Ella signó, con inusitada nueva fuerza, el curso de la historia del movimiento revolucionario mundial, una herejía teórica y práctica para el marxismo, el movimiento comunista del hemisferio occidental, mundial y, en especial, el que se desplegaba en la historia latinoamericana y caribeña, imprimiéndole a partir de entonces un sello particular a más de uno de los complejos acontecimientos regionales e internacionales.
La proyección internacional de la Revolución Cubana se convirtió, desde los inicios de su victoria, en un potente agente dinámico y original que reprodujo constantemente su proceso revolucionario interno y el espacio autónomo de Cuba en la palestra mundial, en especial, en Latinoamérica y el Caribe con el fin de lograr la supervivencia del país, consolidar las conquistas revolucionarias y socialistas, salvaguardar la independencia, la soberanía y preservar su seguridad nacional.
Con una visión y convicción nacionalista-patriótica, latinoamericanista, antiimperialista, tercermundista (no alineada) y socialista, que salvó el escollo de ser excluyente y discriminatoria porque fue, además, anticolonialista, antineocolonialista, antirracista, antixenofóbica y, más que todo, humanista universalista, porque fue socialista desde su proclamación un 16 de abril de 1961.
Los gobernantes del Imperio del Potomac y las oligarquías clientelistas-entreguistas de la región, prisioneros de los dogmas de la Guerra Fría y de una mentalidad reaccionaria con respecto a los movimientos de liberación nacional y social radicales no pudieron convivir, menos aceptar, en este corto pero intenso período histórico un proceso revolucionario autónomo por lo que, tempranamente, acusaron al “régimen” de la Isla de formar parte de un “complot comunista”, de convertirse en un “satélite” incondicional de ese bloque/sistema y de colaborar en la “desestabilización” del continente bajo la égida sino-soviética.
Ese internacionalismo latinoamericanista y tercermundista de Cuba fue una palpitante realidad, y no una simple respuesta de Cuba ante su expulsión de la Organización de Estados Americanos (OEA-1948), en 1962, y el hecho de que se le impusiera sanciones políticas, económicas, comerciales, militares y jurídicas en ese ministerio de colonias yanqui, en 1964. Ello formó parte ineludible de la armonía coherente de su discurso político solidario con la realidad de un proceso revolucionario, que tiene como principios angulares de su proyección externa, el internacionalismo proletario y socialista. Ejemplos de ellos son nuestras misiones militares y civiles que desplegamos en las diferentes coyunturas históricas.
Casi 55 años después de estas embestidas constantes, la Revolución Cubana ha sobrevivido, no sin dificultades, al derrumbe del socialismo de Europa Oriental y la desintegración de la Unión Soviética, entre 1989 y 1991, respectivamente. Fueron los tiempos aciagos del desencanto y la desesperanza de muchas fuerzas de izquierda y progresistas que se dividieron y desintegraron, disipándose sus programas principistas ante el auge del Sistema de Dominación Múltiple del Capital, ahora neoliberal, y bajo la hegemonía unilateral, económica y militar de los EE.UU.
La profecías de que Cuba caería bajo el “efecto dominó” jamás llegaron a convertirse en realidad. La desilusión de los que soñaron con una Cuba derrotada, más que todo, arrodillada y humillada fue enorme, a pesar de que continuaron con sus planes desestabilizadores en todas las esferas de la vida social y cultural. El oportunismo de los gobernantes norteamericanos, ahora con el reforzamiento de los Neocom en el poder de esa nación, se acrecentó con nuevas leyes y medidas de bloqueo de carácter extraterritorial, todas ellas concebidas para doblegar y producir el roll back de Cuba hacia el capitalismo.
En medio de tanta oscuridad se hizo la luz con el triunfo de la Revolución Bolivariana en la Venezuela del Comandante eterno, Hugo Rafael Chávez Frías, el Estado Multinacional de la Bolivia de Evo Morales Ayma, la Revolución Ciudadana de Rafael Correa, el regreso victorioso de las tropas sandinistas con Daniel Ortega al frente, la victoria del FMLN en El Salvador. Asimismo, las ansias de integración regional se multiplicaron y Cuba fue incorporada por derecho propio al Grupo de Río, en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la Comunidad de Estados del Caribe, entre otros procesos de articulación necesaria. Ahí están el ALBA-TCP, PetroCaribe de las cuales Cuba fue iniciadora junto a Venezuela y que hoy se expande por Nuestra América.
Hoy las enseñanzas del Moncada vuelven a convertirse en inspiración de audacia, optimismo y valor, para la actualización del modelo económico, social, político y cultural socialista cubano. La historia no se repite en un círculo cerrado sino en una espiral de continuidad y ruptura. La situación actual presenta diferencias, dramáticas algunas, como las que nos señala que realizar esta actualización tiene que tener en cuenta el sistema-mundo capitalista-imperialista, hegemónico, pero también nos brinda las grandes oportunidades y desafíos de un mundo distinto, con un escenario esperanzador en el largo plazo.
El programa del Moncada cobra hoy otra vigencia. No para aplicarlo esquemáticamente como modelo, al pie de la letra, en remplazo del existente.
Pero sin duda nos servirá para rectificar rumbos, para “actualizarlo”, por llamar al cambio iniciado hoy en la transición cubana con el término con que el propio Raúl Castro, lo ha caracterizado.
Desde la celebración del Sexto Congreso y la Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba, celebrados entre el 2011 y el 2012, respectivamente, se ha lanzado un llamado al cambio, en clara sintonía con una apertura participativa popular más activa, más decisoria en el proceso de las transformaciones, en la que la mayoría de los cubanos no están dispuestos a renunciar al camino socialista.
Este es el reto de hoy, para el cual el programa del Moncada, por el alcance tanto como por la justeza de sus propósitos, vuelve a ser válido como inspiración, tal brújula política de lo posible y lo imposible en la ética política de un socialismo autentico, solidario y antiimperialista.
*Historiador y filosofo cubano.